Miguel Hernández 100 años del poeta universal - Cuba Eterna

Miguel Hernández, 100 años del poeta universal

Freddy Avilés

Su obra en la música y en el teatro
Hoy se cumplen cien años del nacimiento del poeta español Miguel Hernández, cuyos versos permanecen en la memoria de muchos lectores, gracias a los libros y a voces como las de Joan Manuel Serrat, Víctor Jara y Mercedes Sosa, quienes han cantado las líricas de este escritor universal.

Nació en Orihuela, el 30 de octubre de 1910, hijo de un pastor de cabras. Desde pequeño, Hernández supo lo que era la pobreza y la marginación, pero esa situación no absorbió al futuro poeta. Con esfuerzo se dedicó a estudiar. Cuando iba a continuar con su instrucción secundaria, su padre lo obligó a abandonarla para que se ocupara del pastoreo. Entonces comenzó su formación autodidacta. Leyó incansablemente.

Uno de sus mentores fue el joven escritor y amigo personal Ramón Sijé, quien lo impulsó a escribir y lo invitó a participar de su círculo intelectual, formado por gente de ideología neocatólica. Cuando Hernández evolucionó políticamente hacia tendencias de izquierda, se dio una separación con su mentor, lo que no incidió en su amistad.

A la muerte de Sijé, Hernández le dedicó su sentido poema Elegía (1936), composición en la que se resalta la amistad y el dolor de la muerte del compañero: “Quiero escarbar la tierra con los dientes, / quiero apartar la tierra parte / a parte a dentelladas secas y calientes. / Quiero mirar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera / y desamordazarte y regresarte”.

Su partida a Madrid a principios de los treinta fue decisiva. Comenzó a publicar sus primeros poemas en revistas literarias. Incluso escribió crónicas taurinas. Fue en la capital española donde comenzó su trasformación política. La monarquía había caído y se instauró la República (1931). Los sectores de izquierda veían al nuevo régimen como el vehículo para lograr cambios en la sociedad española.

Hernández entabló amistad con los poetas de la Generación del 27: Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Luis Cernuda y el chileno Pablo Neruda, quien ejerció gran influencia en él, en el campo literario e ideológico, lo que lo distanció definitivamente del grupo de Sijé.

Con esta influencia la obra hernandiana comenzó su trascendencia. Se pueden establecer tres momentos clave en su poesía. La primera, marcada por un estilo clásico influido por el Romanticismo del Siglo de Oro, con autores como Lope de Vega, Garcilaso de la Vega, Quevedo y, en especial, Luis de Góngora. De esa época resalta su obra Perito en lunas (1933), expresión del llamado neogongorismo.

Luego está su etapa poética militante, escrita a raíz de la Guerra Civil (1936-1939), en la que refleja su compromiso político con la República y la revolución. La calidad de sus versos no pierde peso frente al mensaje político. Producto de ese periodo fue su libro Viento del pueblo, escrito entre 1936 y 1937. Fue durante la guerra que Hernández demostró que no era un intelectual de salón. Se alistó como voluntario en el Quinto Regimiento formado por militantes comunistas. Fue a combatir, a realizar presentaciones ante los soldados, con los que compartió el peligro de la muerte.

Fue delegado al Congreso Internacional de Escritores Antifascistas (1937) en el mismo año que contrajo matrimonio con su compañera Josefina Manresa, con la que procreó dos hijos, a los que dedicó sus poemas Hijo de la luz y Nanas de la cebolla.

Se centró en su lucha contra el fascismo, pero la embestida de las tropas franquistas apoyadas por la Alemania nazi y la Italia fascista comenzaron a debilitar a la República. Ante lo que avizoró para el futuro, escribió el poema Antes del odio, en el que mostró el horror del fascismo, pero también dio pie para la esperanza y la libertad: “Por qué dentro de la triste guirnalda del eslabón / del sabor carcelero / constante, y a paredón; / y a precipicio en acecho / alto, alegre, libre soy. / Alto, alegre, libre, libre, / solo por amor. / No, no hay cárcel para el hombre. / No podrán atarme, no. / Este mundo de cadenas / me es pequeño y exterior. / ¿Quién encierra una sonrisa? / ¿Quién amuralla una voz?...”.

Al finalizar el conflicto civil, Hernández arribó a Portugal, donde fue capturado y torturado para ser entregado a las autoridades fascistas españolas. Comenzó su calvario. Fue encerrado en prisiones. Fue condenado a más de 30 años de prisión. En la cárcel enfermó. Se le negó tratamiento médico. Fue sometido a chantajes. Le prometieron indulto y atención médica si abjuraba de sus ideales revolucionarios. Él se negó.

Este periodo, el de los poemas de prisión, es su tercera etapa. Aquí se muestra la poesía de un hombre dominado por la desesperación, la derrota y la frustración ante la falta de su familia. De esos sentimientos nació su obra clandestina Cancionero y romancero de ausencias (escrito entre 1939-1941). Destaca su poema Vals de los enamorados y unidos por siempre, en el que se percibe la esencia de su obra. Hecho con sencillez en su estructura, tiene gran fuerza y destila melancolía en toda su extensión: “Entre las flores te fuiste. / Entre las flores me quedo. / Llego con tres heridas: / la del amor, / la de la muerte, / la de la vida”.

Producto de la crueldad del encierro, Hernández murió el 28 de marzo de 1942, a los 32 años. Otra víctima del fascismo que antes había matado a García Lorca y que condenó al exilio a miles de españoles.

Verso

Elegía a Ramón Sijé

Miguel Hernández
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las ladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.