José A. Vargas
Allá en la isla un reducido número de cubanos mantiene una resistencia pacífica que la experiencia de años nos muestra que a nada conduce. Y es lógico, pues un régimen que se mantiene a base de fuerza bruta y represión es imposible lograr que ceda el poder por medios pacíficos.
Los opositores lo saben, pero a través del tiempo se han conformado con mostrar su inconformidad con el sistema manteniendo su estatus de disidentes y viviendo de las remesas que desde aquí les envían los que pretenden con ello estar contribuyendo a la democracia allá. El dictador les ha dado espacio para sus publicaciones consciente de que ello no merma en lo absoluto su poder y a la vez da un toque cosmético a la libertad de expresión en la isla. Y cuando alguno se sale del carril, como Oscar Elías Biscet, y va algo mas allá de la simple crítica, sencillamente lo encarcelan.
El régimen castrista, desde su comienzo, ha implantado el uso de la fuerza para su sostenimiento. Los que se le han enfrentado violentamente, que es la única forma de derrocarlo, han pagado la osadía frente a un pelotón de fusilamiento o cumpliendo largas condenas de cárcel. Se necesita ser muy iluso para creer que un régimen así puede ser derrocado pacíficamente. Y es por ello que permite espacio a la resistencia pacifica, pero a ninguna otra en sus predios.
¿Y el exilio? Paradójicamente se ha convertido en la primera industria del régimen que dice estar combatiendo. 1600 cubanos viajando diariamente a la isla. Millones de dólares en remesas a los familiares que van a parar a las arcas del régimen. Ropa, zapatos, medicinas. Un total de cuatro billones de dólares que anualmente llevamos al dictador.
Puede que algún día la juventud cubana se rebele usando otros medios. Pero mientras esto no suceda, tenemos que aceptar una realidad que espanta: ¡hay régimen para rato!
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