Heridas de la memoria: Cuba, nombrar lo que ya no existe

Por José Antonio Michelena | Café Fuerte
Hace apenas unos días, en Lawton, cuando pregunté por un puesto de venta de papas, me dijeron que estaba unas cuadras más adelante, frente al cine Erie. Caminé en esa dirección, y al llegar, comprobé que ya no había papas, ni tampoco existía el Erie, sino apenas una construcción ruinosa. Donde había un cine ahora hay una herida, en el entorno y en la memoria.
La Habana es una ciudad llena de heridas. Apenas hay un sitio en la urbe que no las muestre. Lo peor es que la memoria de los habaneros también lo está. Toda una diversidad de edificios, calles, lugares, espacios que solo existen en nuestra memoria lacerada.
La muerte de los cines es una de las heridas que más nos duelen, que no cicatrizan. Las ruinas y ausencias de unos -Capri, Campoamor, Rex-Duplex, Moderno, Tosca, Ideal, San Francisco- y la inexistencia funcional de casi todos los otros, convertidos en almacenes, oficinas, locales de danza o teatro, nos crea una sensación inefable, entre la pena y la rabia.
Pero hay otras pérdidas igualmente lastimosas, como la Peña de Teresita Fernández y el Anfiteatro, en el Parque Lenin -donde cantaron Joan Manuel Serrat, Santi Castellanos, Luis Gardey, Dean Reed-, los Paragüitas de Prado, la red de clubes, las piscinas públicas, los campos deportivos, las librerías, las tiendas, o los parques de diversiones.
Restaurantes fantasmas
Los fantasmas de los restaurantes son similarmente persistentes y angustiantes, quizás de los peores, porque aún “existen”, pero sin alma, sin el sabor que les dio fama: El Polinesio, El Mandarín, La Carreta, El Cochinito, El Conejito, El Emperador, La Torre, La Bodeguita, El Centro Vasco, Taramar. ¿Adónde fueron aquellas paellas, arroces, caldos, fabadas, platos paradisíacos?
Porque si hay un campo que ha sufrido la erosión y los cambios de las últimas décadas ha sido la gastronomía. Para no ir tan atrás, en la década de 1960 el consumo de pastas se hizo popular con el auge de las pizzerías. Enormes colas se hacían para acceder a las mismas, pero valía la pena el tiempo invertido para degustar aquellas lasañas, espaguetis y pizzas cuyos precios y calidades se extraviaron años más tarde. La popularidad de las pastas no ha decrecido, pero “aquellas” pizzerías solo habitan en nuestros recuerdos.
Los sesenta también vieron florecer los restaurantes llamados MAR-INIT, repletos de alimentos del mar. Recordarlos ahora es uno de los ejercicios más atormentadores, otra herida en la memoria. Langostas, camarones, calamares, cangrejos, ostiones, pargos y agujas se nos confunden en sueños y pesadillas con seres mitológicos.
En los setenta llegaron los Pío-Pío, especializados en pollo. En algunos lugares, sustituyendo a los Mar-Init, en otros, en nuevos espacios. Fueron muy bien acogidos y rápidamente se hicieron muy populares. Sus amplias canchas siempre estaban concurridas por adictos al pollo frito y la cerveza.
Pilotos y hamburgueseras
El extendido consumo de la cerveza en la población cubana y su expendio en bares, cafeterías y restaurantes reclama una crónica aparte, pero no puede dejar de mencionarse a las cerveceras en esta relación de pérdidas, las llamadas “piloto”, tan parecidas a las cantinas de las películas norteamericanas del oeste -por la violencia que allí se desataba- que su desaparición fue un alivio ambiental. Sin embargo, alguna de ellas -como la enclavada en la llamada Feria de la Juventud, en Plaza- se echa en
falta.
En realidad, el expendio de cerveza a granel tuvo un inicio afortunado en La Habana, con la creación de “La Taberna checa”, en la calle San Lázaro, durante los sesenta. El líquido era de óptima calidad y el ambiente agradable, quizás un intento de establecer en la ciudad algo así como los pubs británicos. Pero entre aquella taberna y las pilotos hubo una diferencia sideral, como entre una sinfonía de Mozart y un reguetón.
Si las pilotos dejaron un mal recuerdo y, por tanto, no forman parte de la añoranza, tampoco las “hamburgueseras” que invadieron La Habana en el punto más caliente de las crisis, en los noventa. Ellas se apropiaron de los espacios de restaurantes y cafeterías y llegaron para ofrecer algo cuando no había prácticamente nada que llevar a la mesa, pero aquella mezcla de soya y carne dudosa nunca fue bien recibida. Fue un recurso de sobrevivencia como las ollas colectivas en los refugios.
La última mutación de los espacios vio nacer a los restaurantes vegetarianos, los que languidecieron en poco tiempo, hasta finalmente desaparecer, entre la desidia administrativa y, quizás, la falta de costumbre de los cubanos de consumir vegetales. La esquina de Infanta y San Lázaro es un muestrario de esas mutaciones. Quien pase por allí podrá sentir la vibración de esos fantasmas -con El Caballero de París incluido- en un local que aún no sabe cuál será su próximo destino.
Una forma de resistir
En el siglo pasado -en 1928- se desató una polémica en la prensa habanera por los nombres de las calles de la ciudad, muchas de las cuales habían sido renominadas. Ocho años después, un proyecto del historiador Emilio Roig de Leuchsenring restituyó la mayoría de los nombres antiguos. Pero 22 de esas calles conservaron el nuevo. La población, sin embargo, siguió utilizando la nominación tradicional: Galiano, Reina, Belascoaín, Prado, Monserrate, Egido, Cristina, Infanta., todas ellas asentadas en la memoria y las costumbres.
La gente se negó a llamar Avenida de Italia a Galiano, Padre Varela a Belascoaín, Avenida del Presidente Menocal a Infanta, o Avenida de Bolívar a la calle Reina. En muchas de ellas conviven los rótulos más antiguos y los posteriores, contribuyendo a la confusión del caminante.
Similarmente, los habaneros dan puntos de referencia fantasmales en la ciudad: El Pio Pío de la Víbora, el Ten Cent de Galiano (tienda Trasval), Sear (actual Palacio de la Computación en Centro Habana), El Picadero y El Golfito (en Alamar), Feíto y Cabezón (ferretería de la calle Reina), el cine Martha (en Arroyo Naranjo) y muchísimos más.
Nombrar lo que ya no existe es acaso una forma de resistencia de la memoria, una manera de lidiar con sus heridas y contener la añoranza por tantas pérdidas.


Aúnque tengo muchas ganas de caminar por la tierra donde me forme como persona pensante, ya hace 34 años estoy lejos de mi patria,,.. Yo decidi qué no volveria mientras tenga que sacar un pasaporte cubano y además tener que pedir permiso para entrar a mi madre patria...Yo en estos 34 años, cuándo he viajado de vacaciones a otro país siempre he sido representado y protegido por los EE.UU. donde vivo, trabajo y como,... tengo pasaporte USA y muy orgulloso estoy de formar parte de esta tierra vendita... Mis amigos que han viajado a Cuba, siempre me dicen que la tierra que yo deje atras, sus gentes, ya no existen, que si viajo me voy a querer regresar al siguiente día... así que aúnque me duela en el corazón no quiero pasaporte cubano del gobierno castrista, no lo necesito, ni lo quiero más... Me conformo con mantener como una reliquia el que me dierón para salir de Cuba...
Esperaré a que vengan mejores tiempos, o quizas me ocurra como a cientos de miles de cubanos, que han muerto en el exilio sin poder pisar la tierra donde nacierón.. Y para poner punto final,... puedes tener pasaporte cubano, pero el gobierno de Castro no protege a ningun cubano cuándo estan fuera de la isla, el pasaporte es una forma más del gobierno de ganar dinero y controlar a los ciudadanos, pero es necesario para el que no tiene otra nacionalidad... Jorge
