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¿Gay y  anticapitalista?     Por Isbel Díaz  Torres / HAVANA TIMES
 Con frecuencia causa desazón entre comentaristas en los  foros digitales, periodistas, algunos sociólogos, incluso activistas LGBTI, que  una persona o colectivo que defienda los derechos de esa comunidad, se posicione  además como anticapitalista.
 
 En primera instancia, entiendo completamente  que los pro-capitalistas o gente de derechas no se sientan cómodos con ello, y  que intenten desautorizar los presupuestos anti-capitalistas. En cualquier caso,  somos confrontacionales, y ambas partes lo sabemos.
 
 Eso es así, y lo  seguirá siendo, aun cuando me parecen muy interesantes esos debates donde se  cuestiona incluso la existencia de las izquierdas y las derechas, la pérdida de  significado de tales denominaciones, o las traiciones de las izquierdas (las  latinoamericanas, por ejemplo) a sus propias luchas históricas.
 
 Creo que  una poderosa razón por la cual un grupo de activistas (donde me incluyo),  consideramos que es vital una clarificación de tendencia política, es por esa  necesidad de un movimiento no fragmentado, que nos permita asumir vindicaciones  transversales, integrales.
 
 Las estrategias para abarcar todo ese panorama  de demandas han sido variadas en Cuba, y para ojos poco avisados, pueden  aparecer inconexas en la realidad social; pero lo cierto es que funcionan,  permiten compartir espacios físicos y temporales, así como el establecimiento de  alianzas valiosas.
 
 En una realidad como la cubana, con serias  limitaciones de libertades de asociación y escasos derechos para el ejercicio  político, estos procederes tienen características aún más peculiares, que no son  el tema de este texto.
 
 Lo cierto es que, tal como mencionaba Haroldo  Dilla en un reciente artículo, es vital “llevar a la arena pública no solo los  temas que les afectan, sino también la visión que portan del mundo”.
 
 Es  posible catalogar el sistema global (en el cual además Cuba está cada día más  insertada) como “colonial”, “de exclusión”, “opresivo”, “autoritario”, u otras  graves denominaciones. Sin embargo, la perspectiva que compartimos es que se  trata de un sistema esencialmente capitalista, que encarna todos los atributos  anteriores, y es la matriz donde se reproducen la homofobia, y muchísimas más  exclusiones y opresiones.
 
 No es nuevo, pero tampoco es ocioso, repetir  junto con muchas otras personas que, tal como el individuo es un ente íntegro,  así mismo han de ser sus derechos. Por supuesto, esto nos puede llevar a más  discusiones sobre cuál sería la totalidad de esos derechos, en dependencia de la  radicalidad propia de los colectivos o personas.
 
 Este criterio de que  vivimos en un mundo capitalista, obviamente, lleva su mirada más allá de la  simplista formula del diferendo Cuba – EE.UU., donde para un público la primera  encarna los ideales de la emancipación socialista y el segundo es la implacable  maquinaria imperialista; mientras que para otro publico el socialismo es  sinónimo de antidemocracia y opresión estatal, mientras que el capitalismo  estadounidense es igual a democracia y concreción del Estado de  Derecho.
 
 A mi juicio, ninguno de los dos países son estrictamente nada de  eso, ni la represión a los gays es exclusiva de la Revolución Cubana, ni estas  luchas tienen que ver con tal enfrentamiento histórico entre esas  naciones.
 
 Un proyecto social verdaderamente radical y emancipador debe  tener en la mira el desmantelamiento de la matriz que produce la opresión, y no  me parece que la guerra de guerrillas ni el neoliberalismo hayan demostrado ser  estrategias óptimas. Yo prefiero la transformación del sentido común; la  construcción gradual de un paradigma descolonizado.
 
 Las luchas por los  derechos LGBTI están insertas en esa transformación integral, a mi juicio, si  logran mirar ese amplio horizonte descrito, y poco a poco tienden a ampliar sus  agendas políticas.
 
 Por supuesto, existe a nivel global un movimiento  LGBTI de derecha, concentrado en la crítica al Estado y con claras demandas a  favor de su comunidad, pero desconoce la realidad social donde se inserta, por  lo que no me resulta atractivo. Puede ser útil de manera inmediata, pero nada  resolverá a mediano o largo plazo.
 
 Yo defiendo el derecho a tales  movimientos a realizar su labor política, pues sería tonto pretender llevar  adelante el “Proyecto TOTAL”, pero no veo por qué tendría que aliarme con  visiones tan autorestringidas, del mismo modo que rechazo formar parte de  colectivos maniatados por instituciones estatales.
 
 Mi perspectiva, y la  de varias de las personas con que trabajo, es interseccional, por lo que mezcla  derechos políticos con derechos civiles, sociales, económicos, y de cualquier  otro tipo que nos parezca oportuno en cada caso, incluso algunos nos reconocidos  en la Carta Universal de Derechos Humanos de la ONU.
 
 Ello, por supuesto,  dentro de movimientos particulares que eventualmente se insertan en redes más  amplias.
 
 Soy un todo indisoluble: activista LGBT, amante, ecologista,  revolucionario, escritor, hijo, anarquista, lector, comilón, pinareño, habanero…  no es posible tomar solo un pedacito de mí, y mucho menos intentar ponerlo en  algún orden jerárquico, aunque necesariamente haga solo una cosa cada  vez.
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