Jineteras de  verano                                   
 
Por Iván  García
Noemí (nombres  cambiados), trigueña de facciones finas y cuerpo cincelado tras muchas horas en  el gimnasio, no cree que el verano sea una temporada baja para la prostitución  habanera.
 
“Siempre hay mercado.  Cada vez entran al juego nuevos clientes, quienes ganan un billete con sus  negocios particulares. Es verdad que hay menos turistas extranjeros. Pero una  jinetera debe saber alternar en las dos canchas, la de los ‘yumas’ y la de los  cubanos. Tampoco es cosa de rebajarse como hacen las ‘matadoras de jugadas’. Si  se sabe elegir bien a la presa, además de movido, el verano puede ser  beneficioso”, confiesa.
Contrario a otras actividades económicas, como la  ganadería o la zafra azucarera que apenas crecen o languidecen, el mercado  sexual en La Habana probablemente vive sus mejores horas.
Ya el acoso  policial no es tan férreo y hay chicas o chicos para todos los gustos y precios.  Existen jineteras de barrios marginales que por media docena de cerveza clara o  fumarse un ‘yayuyo’, una mezcla agresiva de una piedra ligada con bicarbonato y  cocaína regada con marihuana, terminan la noche practicando sexo oral a un grupo  de jóvenes en una cancha deportiva abandonada.
Luego están las baratas,  vestidas con shorts cortos y ajustados, escotes provocativos, maquilladas con  tonos subidos y exceso de perfume, que en las afueras de centros nocturnos,  bares y calles céntricas te hacen propuestas descaradas.
Lucila es una de  ésas. Tiene una carta de precios, pero si el cliente va en retirada sabe  negociar. “La cosa está mala. En la calle hay una cantidad tremenda de putas.  Cuando atrapas a un ‘punto’ debes hacer todo lo posible para que no se te  escape. Yo hago una ‘completa’ (sexo vaginal) por 5 cuc. Tres por chupar y dos  por una paja. Pero estoy abierta a negociar otros precios. Es preferible  pellizcar algo por aquí y por allá que llegar a casa sin dinero”, explica  Lucila.
Estas jineteras hacen sus rondas por bares cochambrosos de La  Habana o en los alrededores de casas de juegos ilegales. Lucila considera que el  verano es la mejor etapa de la ‘lucha’ (negocio).
“Por la mañana puedes  ir a las playas del este, a cazar clientes. También hay más fiestas populares y  muchas personas están de vacaciones y se acuestan tarde en la noche”,  asegura.
Para los de bolsillo amplio, las opciones son mayores. Gilberto,  soltero y dueño de un negocio de hospedaje, en sus ratos libres sale con un  grupo de amigos, a montar orgías lésbicas con chicas jóvenes y  atractivas.
“En varios sitios de la capital encuentras puticlubs  discretos, camuflados como bares, donde hay hasta gogó. Se pacta un trato con el  proxeneta o con ellas. Si todos estamos de acuerdo con el precio, partimos a la  fiesta”, dice Gilberto.
Norberto conoce personas que en su teléfono móvil  tienen un catálogo de fotos con jineteras espectaculares. “El tipo te va  cantando el precio mientras pasa las fotos. Los precios oscilan entre 15 y 50  cuc, tu escoges. Muchas chicas parecen modelos de revistas”, señala.
En  el verano se activan las jineteras a domicilio. “Por lo general suelo tener  clientes fijos. Tipos solteros o divorciados, también casados que alquilan una  habitación. La confianza es mutua. Lo mismo pasamos una noche con él, que nos  vamos un fin de semana a un hotel en Cayo Coco. Tengo cuatro clientes de ese  corte. No te ven como una prostituta y siempre tienes dinero en la cartera. Mi  familia no lo sabe, mi novio sí, pero no le importa. Gracias a mí, vamos a  discotecas de primera, podemos comprar ‘melca’ y beber cerveza importada”,  cuenta Jennifer, quien este verano termina el bachillerato.
Noemí es una  jinetera de éxito. Ella prefiere trabajar con extranjeros o cubanos residentes  en Estados Unidos. “Pero la plata se necesita todo el año, no solo seis meses.  Entonces trato de enganchar a un hombre o una mujer, maduros e instruidos, que  tengan alto nivel de vida y no sean tacaños. No abundan, pero en La Habana se  pueden encontrar”.
Siete años atrás, una noche lluviosa de otoño, Noemí  metió su ropa en una mochila negra, entre sus senos guardó 650 cuc ahorrados y  en Camagüey, provincia a 500 kilómetros de La Habana, abordó un tren rumbo a la  capital.
Las cosas le han salido bien. Hoy tiene varios ‘novios’  extranjeros y con el dinero ganado se compró un pequeño  apartamento.
Todos los meses le gira dinero a su madre. Su sueño es  marcharse de Cuba. “Puede que se dé o no. Pero lo que sí es seguro que a  Camagüey no regreso. De La Habana solo viajo a Miami, Madrid o Roma. Para atrás,  ni para coger impulso”.
