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General: Leer un buen libro en Cuba se ha vuelto un lujo
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From: administrador2  (Original message) Sent: 07/10/2014 18:40
Los mata libros

Libros-.jpg (600×400)
  Quema de libros que los comisarios culturales consideraron que eran ideológicamente nocivos.
 La mayoría de los cubanos leen poco
Pastoresde iglesias evangélicas independientes
han denunciado la quema de Biblias y otros libros religiosos 
                  Por Luis Cino Álvarez  | Desde La Habana, Cuba |  Cubanet
Recientemente, una periodista del NTV (Noticiero de Televisión) se espantó al descubrir centenares de libros amontonados en un almacén de materia prima reciclable, en espera de su turno para ser convertidos en pulpa. Y no era para menos la consternación de la periodista: además de decenas de ejemplares del Directorio Telefónico de La Habana de este mismo año, había libros escolares de varias asignaturas, de economía, poemarios y novelas, entre ellas, “Crimen y castigo”, de Dostoievsky.
 
No vaya usted a pensar mal. Todavía no han vuelto a revolucionar la pedagogía, a nadie en las altas esferas le deben molestar los anuncios de los cuentapropistas y las Páginas Amarillas del Directorio Telefónico, ni a Raskolnikov lo confundieron con un disidente de la era soviética. Nada de eso. En el reportaje, un funcionario de poca monta, de aspecto lombrosiano, en seca jerga burocrática, explicaba que dichos libros “ya habían cumplido su ciclo de vida útil”, por lo que serían hechos pulpa para hacer nuevos libros.
 
A juzgar por la actual política editorial y la pobre oferta existente en la mayoría de las librerías, compuesta casi toda por burda politiquería castro-chavista, puede imaginarse el tipo de libros que harán con esa pulpa.   Después que duerman unos años, amontonados entre el polvo de los anaqueles, sin que alguien les eche siquiera una ojeada, los volverán a recoger y a convertir en pulpa, y así ad infinitum…
 
Sucede que en la sociedad cubana se ha impuesto la insensibilidad, la incultura, la mentalidad de bodegueros… La mayoría de los cubanos leen poco, porque leer un buen libro también se ha vuelto un lujo.
 
Unos en busca de qué cocinar, y otros buscando la forma de llenarse los bolsillos, a muy pocos les duele si hacen pulpa a Dostoievsky o a Proust, algunas de cuyas obras también son de las que duermen el sueño eterno en las mesas y los estantes de las librerías.
 
La barbarie anti-literaria que mostró el NTV no es un fenómeno nuevo.
Pastores de iglesias evangélicas independientes han denunciado la quema de Biblias y otros libros religiosos decomisados.
 
En los años 60 y 70 –y no dudo que también en años posteriores – fueron recogidas y destruidas tiradas enteras de libros que luego de publicados, los comisarios culturales consideraron que eran ideológicamente nocivos.
 
La lista sería larga: Así en la paz como en la guerra, de Guillermo Cabrera Infante; Fuera del juego, de Heberto Padilla; Los Siete contra Tebas, de Antón Arrufat; Condenados de Condado, de Norberto Fuentes; el poemario Lenguaje de mudos, de Delfín Prats; Pasos sobre la hierba, de Eduardo Heras León, y hasta el mismísimo Paradiso, de Lezama, por aquel capítulo que revolvía la moralina homofóbica de los comisarios.
 
Allá por 1988, cuando trabajaba en la Empresa Provincial de Demoliciones, fui enviado a demoler una nave-almacén en desuso que estaba en la Vía Blanca, en el límite entre El Cerro y Santos Suárez. Allí, entre los escombros y la herrumbre, descubrí varios números de la revista literaria mexicana “El corno emplumado” y decenas de ejemplares de “Fuera del juego”, y de “Los Siete contra Tebas”, con aquel infame y ridículo prólogo-coletilla de los comisarios en que protestaban por los premios concedidos a dichos “libros contrarrevolucionarios” en un concurso de la UNEAC en 1968. Todos estaban rasgados al medio y a algunos les faltaban páginas. Parece que a los mata-libros se les olvidó recogerlos en aquel cochambroso almacén y allí permanecieron durante casi 20 años.
 
Conseguí llevarme algunos ejemplares. Los distribuí entre varios amigos. La que más los agradeció fue mi buena amiga la poetisa Alicia Elena Montes de Oca, ya por entonces disidente y hoy en el exilio. Aun recuerdo cuánto disfrutamos la lectura de los proscritos poemas de Padilla, sentados en su estera de bambú vietnamita, mientras bebíamos té ruso y alternábamos los poemas con discos de los Beatles, Serrat y Vivaldi.
 
Desgraciadamente, el ejemplar que guardé para mí lo presté y nunca me lo devolvieron. Ojala todavía exista.
 
Recordé todo esto a propósito del reportaje de la consternada periodista del NTV.
  
Cubanet


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