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General: Tennesses Williams, el dramaturgo estadounidense vivio dentro del clóset
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De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 22/04/2018 17:25
Tennessee Williams
Fue uno de los dramaturgos estadounidenses más importantes del siglo XX pero eso no le impidió tener una muerte de lo más absurda. El 25 de febrero de 1983, Williams fue hallado muerto en su habitación del Hotel Elysée de Nueva York. El informe forense determinó que murió atragantado con la tapa de plástico de un medicamento para la nariz, que habría intentado abrir con la boca.Tenía 71 años.

Si la fidelidad no basta
Tennessee Williams, del dramaturgo estadounidense más importante de mediados del siglo XX
Conocí a Tennessee Williams en Tánger en la primavera de 1973. Yo era un jovencito y él una gloria que huía. Otros hubieran dicho una gloria caída, pues hacía años que (pese a su enorme fama) la crítica se ensañaba con sus obras más recientes. Estábamos en el bar del Hotel El Minzah, con el amigo español tangerino que me lo presentó –y que conocía a Williams desde los finales años 40- y con el chico moro, de grandes ojos negros, que acompañaba al norteamericano. Tennessee, casi compulsivamente, fumaba rubio mentolado y bebía vino blanco. En ese momento tenía 62 años que podía aparentar o no, dependía del momento de la mirada. Si hallabas al Tennessee sosegado y a ratos hilarante (incluso de risa brevemente fácil) parecía más joven. Si pillabas el momento sombrío, como súbitamente apesadumbrado, entonces las arrugas de su faz, sobre todo en torno a los ojos, resultaban en exceso marcadas y avejentadotas. Era un hombre simpático que parecía cambiar de estados de ánimo con preocupante facilidad. Más tarde leí algo que él había escrito al conocer a William Faulkner, y naturalmente me recordó a si mismo: “Aquellos ojos terribles y enloquecidos me conmovieron hasta las lágrimas”. No es que yo llorase, sino que sentí algo parecido a la piedad unitiva ante aquel hombre que –esa sensación daba- buscaba a ciegas, buscaba no sabiendo…
 
Yo sabía que la vida sentimental de Williams estaba marcada por el desequilibrio y por el miedo a heredar la enfermedad mental de su madre y de su hermana Rose, que pasó casi toda su vida internada en un psiquiátrico. Naturalmente su homosexualidad (que fue siempre un secreto a voces) no podía ayudar a la deseada estabilidad, porque es muy difícil que te pidan ser equilibrado y a la vez te prohíban, te repriman y te coaccionen. Tennessee Williams sólo salió oficialmente del armario cuando en 1975 publicó sus “Memorias”, que si parece un libro escrito para salir del paso (como están hechas igualmente para salir del paso las memorias de su amigo Paul Bowles, “Without stopping”) suministran muchos y jugosos datos sobre su autor. Entre ellos –alcohol, barbitúricos- esa homosexualidad vivida, paradójicamente, entre lo clandestino y casi lo exhibicionista. Cuenta, por ejemplo, como ligaba compulsivamente en bares más o menos gays y aún en sitios de riesgo (lugares, digamos, que las recientes guías gays califican como AYOR, iniciales inglesas de la expresión “a su propio riesgo” o por su cuenta y riesgo), como tampoco le importaba pagar, y que uno de sus lugares favoritos de ligue habían sido las calles –o ciertas calles- de Nueva York, a finales de los años 40. En esas salidas nocturnas con marineros, mariquitas o soldados de permiso, le había acompañado muchas noches su amigo Truman Capote. A esas salidas en busca de ligues y aventura –que ocurrieron también en Nueva Orleáns- les apodaban “la quête lyrique”, algo así como la peregrinación lírica.
 
No puede decirse que de tales correrías suelan surgir amores y menos “el amor”, pero es el caso que Tennessee Williams conoció a Franck Merlo en agosto de 1948 en las calles de Nueva York, y que lo que podría haber sido un ligue ocasional (uno de tantos, en una vida muy promiscua) se convirtió enseguida en un amor para siempre. Williams tenía en ese momento 37 años y era, nada menos, que el reconocido y exitoso autor de “Un tranvía llamado Deseo” que se había estrenado el año anterior. Por su parte, Merlo, era un chico moreno y muy atractivo, hijo de emigrantes, de 20 años, y que aún no sabía muy bien que hacer con su vida. Pero el flechazo o la seducción fueron muy deprisa, pues en octubre de ese mismo año ya compartieron el éxito de la nueva pieza de Tennessee, “Verano y humo”. Un mes más tarde se embarcaron hacia Europa, en un viaje que casi daría la vuelta al mundo, y que duró cerca de un año. Francky –como le llamaban los amigos- ya tenía una ocupación: ser el amante, secretario, enfermero y cuidador de Williams. Y el chico lo hizo, y casi contra todos los pronósticos fue fiel. Franck Merlo supuso la mayor estabilidad y equilibrio en la vida de Tennessee. Y parece que el momento más venturoso (o más estable) llegó a principios de 1951, cuando se estrena “La rosa tatuada”, una obra que exalta la fidelidad y que está dedicada a Franck Merlo.
 
Antes de 1975 la homosexualidad de Tennessee había aparecido en cuentos y poemas (con mirada indirecta) y en muchos personajes de teatro femeninos – como Blanche Dubois en “Un tranvía llamado Deseo”- que aunque mujeres, sólo pueden comprenderse bien en tanto construcciones de una idea o de un arquetipo homoerótico. También la homosexualidad, más explícitamente, está en el trasfondo visible de dramas tan magníficos como “La gata sobre el tejado de zinc” (1955) o “De repente, el último verano” (1958), quizás una de las obras más profundas y decadentes –en el mejor sentido de la palabra- del dramaturgo.
 
Franck permaneció esencialmente fiel. Pero no así Tennessee Williams (una vida terriblemente estresada, barbitúricos, alcohol, psiquiatras) que, mediando los años 50, ya había vuelto a las andadas. Franck lo tuvo entonces claro, el amor se convertía en amistad. Pero, pese a todo, el amor subsistió. Aunque acompañado muy pronto por la tragedia, pues Merlo murió en un hospital de Nueva York (a causa de un cáncer muy rápido) en septiembre de 1963, con 35 años.
 
A la muerte de su amigo, Tennessee entró en una profunda crisis depresiva, que le llevó, incluso, a estar internado. Cuando salió (más viejo, más derrotado, empezando su particular travesía del desierto) volvió a lo habitual. Sus amigos serían los chicos alquilados o de circunstancia, el alcohol, las pastillas –con sucesivos procesos de desintoxicación- el teatro y la literatura, donde ya no volvería a cosechar nunca (pese a la aludida fama, que no mermó) los éxitos brillantísimos del comienzo. Tennessee Williams murió en Nueva York –ahogado al intentar destapar con la boca una botella, entonces se tragó el corcho- el 25 de febrero de 1983. Tenía 72 años. Para sorpresa de algunos (pues ya hacía casi veinte de la muerte de Franck Merlo) una de las disposiciones testamentarias de Williams pedía ser enterrado junto a los restos del ser que le había cuidado y querido. Sabemos que muy frecuentemente el amor (que siempre anda por ahí y vuela donde y como quiere, decían los goliardos) no llega a tiempo, o no lo sabemos ver, o es pájaro inquieto que levanta muy presto el vuelo. Pero el amor –incluso en los seres más desesperados, más convulsos- nunca parece faltar al encuentro.
 
Tennessee Williams, fantasma de un escritor
“Airear los armarios, áticos y sótanos del comportamiento humano”. Esto era lo que guiaba a Tennessee Williams al escribir sus obras. Lo que encontró al abrir esas puertas fue locura y fragilidad, violencia y amargura. Detrás de su afable sonrisa coronada con bigote y de su musical acento sureño se escondía alguien tremendamente tímido, un dramaturgo con una predilección por los personajes marginados y marginales. Thomas Larnier Williams (Columbus, Mississippi, 1911) será siempre recordado por su nombre artístico, Tennessee Williams. Bien para “escalar el árbol familiar”, como escribió una vez, bien como homenaje al apodo que le otorgaron sus compañeros de escuela, no está muy claro el origen de semejante cambio. Su biógrafo, Lyle Leverich, sostiene que se debió a su voluntad de presentarse a un concurso para menores de 25 años cuando él ya contaba con 28.
 
Comenzó a escribir con 13 años, con la máquina que le regaló su madre. Tras un debut poco exitoso en Broadway y algo más de media docena de obras, su consagración como dramaturgo llegó con El zoo de cristal y Un tranvía llamado deseo. La primera era casi una autobiografía, y su protagonista, una joven insegura y delicada, un retrato de su hermana Rose, con quien mantenía una relación muy estrecha. Rose sufría esquizofrenia, y estuvo confinada en múltiples ocasiones en instituciones mentales hasta que fue sometida a una lobotomía en 1943. La intervención la dejó incapacitada, y Williams, al que no se consultó a la hora de tomar la decisión, nunca perdonó a sus padres. La imagen le traumatizó para el resto de su vida, impregnando piezas como De repente el último verano, en la que uno de los personajes se empeña en lobotomizar a su sobrina, depositaria de una verdad incómoda e indefensa por encontrarse en estado de shock tras presenciar una escena horrible. En una época en la que las comedias ligeras y los musicales acaparaban los escenarios, las obras de Williams, de sentimiento desnudo y poesía, supusieron una revolución.
 
Tennessee Williams dotó a sus obras de una carga social, en la que destaca una fuerte presencia de la homosexualidad. El propio autor, criado en un hogar con un padre dominante y alcohólico que se burlaba de él llamándole “Miss Nancy”, descubrió tardíamente que era gay, y siempre le acompañó un profundo sentimiento de culpa, probablemente influido por la estricta moral inculcada por su madre, hija de un pastor episcopaliano. Por supuesto, la sociedad estadounidense de la década de los 40 y 50 tenía un límite al abordar este tipo de temas “tabú”, como se reflejó en la adaptación cinematográfica de Un tranvía llamado deseo. En Hollywood, Elia Kazan dirigió una versión descafeinada de la obra de teatro, con Vivien Leigh como Blanche Dubois, Kim Hunter como Stella y un inolvidable Marlon Brando en el papel de Stanley Kowalsky, su puerta al estrellato. La censura obvió la homosexualidad del ex-marido de Blanche, y la escena de la violación se codificó tanto que da lugar a confusión. A pesar de que en el texto original tampoco era explícita, sí había líneas que remitían directamente a la monstruosidad cometida por Kowalsky, pues en ella está la clave para entender por qué Blanche se hunde irremediablemente en la locura. De nuevo, una referencia a su hermana. La moral hollywoodiense impuso también un cambio radical en la última escena de la obra, un castigo a Stanley que el autor no había concebido al plasmar esa relación marital, basada en la violencia de género. El propio Williams, muy diplomático, escribió que, aunque le había gustado la película, consideraba que ese final “la arruinaba ligeramente”.
 
Recibió el Pulitzer dos veces. La primera, por Un tranvía llamado deseo, la segunda por La gata sobre el tejado de zinc, también llevada al cine, y también modificada por la censura, eliminando prácticamente todas sus referencias a la homosexualidad. Lo que el Código Hays no pudo suprimir fue la enorme tensión sexual que destilaba Elizabeth Taylor interpretando a Maggie “la gata”, contrapunto de un atormentado y alcohólico Brick Pollit al que daba vida Paul Newman. La rosa tatuada, Baby doll, Dulce pájaro de juventud, La noche de la iguana... Más de una veintena de obras nacieron en esta etapa de esplendor. Tennessee Williams era el dramaturgo favorito de Hollywood y Nueva York.
 
Su decadencia artística llegó en la segunda mitad de la década de los 60. Tuvo que lidiar con su propia imagen, con un yo más joven, audaz y talentoso. Las drogas y el alcohol se hicieron sus compañeros inseparables, sobre todo tras la muerte en 1963 de su amante, Frank Merlo, con el que había terminado el año anterior tras una infinidad de rupturas, reconciliaciones e infidelidades. Le había conocido en 1948, y fue su única relación estable. Su mundo se volvió más oscuro a medida que la crítica vapuleaba sus piezas cada vez más. Su cambio de estilo, fruto de la depresión, no fue bien recibido. En un artículo del New York Times, escribió “nadie es tan consciente como yo de que soy ampliamente considerado como el fantasma de un escritor, un fantasma todavía visible, excesivamente sólido en carnes y quizás demasiado ambulante”. Pero no dejó de crear. Su última obra, The One Exception, la redactó el mismo año de su muerte.
 
Williams siempre decía que quería que le enterraran en el mar, “cerca de los huesos de Hart Crane”, poeta, homosexual y bebedor, al que tampoco le importaba conmocionar con la verdad y con quien se sentía muy identificado. Sin embargo, por insistencia de su hermano, su cuerpo reposa en el cementerio Calvary, en Missouri. Tennessee Williams murió el 25 de febrero de 1983. En una suite del hotel Elysee de Nueva York, a los 71 años, se apagó el dramaturgo que mantuvo vivo el teatro de mediados del siglo XX.
 
Fuente: Luis Antonio de Villena, dosmanzanas  | Laura Martín, El Cultural 
 



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