Carlos J. Finlay, salvó  millones de vidas
El científico cubano fue  nominado siete veces por sus colegas al 
Premio Nobel en  Medicina, aunque nunca lo obtuvo, con su descubrimiento alcanzó un gran  reconocimiento universal
 
  
Carlos J.  Finlay,  nació en Cuba un 3 de diciembre del año 1833 
Muere el 20 de agosto  de 1915 a la edad de 81 años,  sin llegar a disfrutar del reconocimiento que le  correspondia a su obra
 
                 Por Aleida Duran 
La transmisión  de la fiebre amarilla era todo un misterio. Miles de personas morían en  diferentes confines de la tierra. Por más que unos y otros científicos  intentaban alguna explicación, el camino siempre concluía bruscamente, sin  llegar a dilucidar los cómos o porqués. Pero “la laboriosidad del Doctor Finlay  es pasmosa”, su consagración a la investigación  impresionante.
 
Le llamaban  con sorna "el hombre de los mosquitos", casi todos los medicos estadounidenses  durante la intervención norteamericana en Cuba, se burlaban de él calificándolo  de "maniático". Pero a pesar de que aún hoy la verdad frecuentemente se escribe  confusa, la gloria de haber descubierto, y probado, que el mosquito Culex era el  único agente transmisor de la fiebre amarilla, pertenece únicamente al Dr.  Carlos Juan Finlay y Barres, nacido en Cuba.
 
Tras largas  jornadas de estudios y experimentos, el Doctor Carlos J. Finlay obtuvo un  asombroso resultado: identificó al mosquito Aedes aegypti como el agente  transmisor de la fiebre amarilla. “Ninguno de los estudiosos que concurrieron aquel  14 de agosto de 1881 a la sala de actos de la Academia de Ciencias Médicas,  Físicas y Naturales de La Habana impugnó los puntos expuestos por Finlay en la  teoría del mosquito Aedes aegypti como agente transmisor de la fiebre amarilla,  ni se mostró de acuerdo con ellos. El silencio fue la única respuesta a una  concepción que no solo posibilitaría a la postre la erradicación del entonces  llamado ‘vómito negro’, sino que abrió un nuevo capítulo en la historia de la  Medicina tropical.
 
Finlay, al  parecer, no logró entusiasmar a nadie con su trabajo; ni siquiera al exponer sus  certeras deducciones respecto a los hábitos de las diversas especies de  mosquitos existentes en La Habana, o su novedosa concepción acerca del contagio  de la enfermedad, basada en el papel de los vectores en la transmisión de  enfermedades. Tenía pruebas, contundentes pruebas que avalaban cada uno de los  resultados presentados ese día, fruto de sus muchísimas horas de estudio e  investigación… mas no logra despertar el interés de los  presentes.
 
Sabido es en  la actualidad que la investigación de Finlay daba un nuevo punto de partida a la  ciencia cubana y mundial… No obstante, hubo que esperar varias décadas para que  pudiera comprobarse oficialmente su descubrimiento y se adoptaran las medidas  sanitarias que recomendó entonces para la eliminación definitiva del  vector.
 
Mucho tiene  que agradecer hoy la medicina internacional a su constancia y tenacidad, pues a  pesar de la frialdad y casi total escepticismo con que fueron acogidas sus  investigaciones, Finlay no se rindió nunca. Durante décadas profundizó como  “nadie en la patogenia, epidemiología, clínica y tratamiento de la fiebre  amarilla”; tanto así, que llegaron a apodarle “el médico de los  mosquitos”.
 
Cuentan que  era “frecuente verlo por las calles habaneras con varios tubos de ensayo donde  había recogido mosquitos infectados y que solía llevar en el bolsillo superior  izquierdo de la levita, junto al corazón”.
 
Sería en el  año 1901 que comenzó a notarse realmente la grandeza de Carlos J. Finlay, al  iniciarse en Cuba la aplicación de su teoría para el saneamiento del medio  ambiente contra la fiebre amarilla. Igualmente, se petrolizaron áreas propensas  de hospedar mosquitos y rápidamente se demostró que disminuían los casos de  muerte producto de la enfermedad.
 
Otros países  acogieron también las recomendaciones hechas por Finlay e iniciaron el  saneamiento de diferentes áreas en Brasil, el sur de Estados Unidos, así como en  regiones de África y Asia, entre otros.
 
Nominado en  siete ocasiones al Premio Nobel en Medicina por ilustres colegas —conocedores de  la verdadera valía de sus estudios y descubrimientos— Finlay jamás pudo ser  acreedor de dicho reconocimiento. Diversas son las hipótesis formuladas al  respecto, aunque a ciencia cierta no se ha logrado descifrar el porqué de tamaña  injusticia.
 
Despojado de  muchas de sus investigaciones y propiedades intelectuales, a principios del  siglo XX, “se inició una batalla en todas las tribunas científicas mundiales que  trataran sobre la Historia de la Medicina y la Medicina Tropical, por  restablecer la verdad y el honor al gran científico, bandera que levantaron en  un inicio sus colaboradores más cercanos Claudio Delgado Amestoy, Juan Guiteras  Gener, Arístides Agramonte y los demás integrantes de la Escuela Cubana de  Sanitaristas, creada por el maestro y más adelante seguida por su hijo Carlos  Eduardo Finlay Shine, los historiadores médicos Horacio Abascal, César Rodríguez  Expósito, Saturnino Picaza y todos los científicos honestos de Cuba y del resto  del mundo a medida que iban conociendo la verdad”.
 
Sería en “el  XIV Congreso Internacional Historia Medicina, celebrado en Roma-Salerno, en  1954, que se aprobó la moción: ‘Solo Carlos J. Finlay, de Cuba, es el único y  sólo a él corresponde el descubrimiento del agente transmisor de la fiebre  amarilla, y a la aplicación de su doctrina el saneamiento del  trópico’”.
 
Pero Finlay  había muerto en 1915 sin llegar a disfrutar del verdadero mérito y  reconocimiento que corresponden a su obra.
 
Recordando su  nacimiento, el 3 de diciembre ha sido instituido como el Día de la Medicina  Latinoamericana, con lo cual se reconoce la valía de su legado científico para  nuestro continente y el mundo.
 
La aplicación  en la actualidad de reglas diseñadas por él para la lucha antivectorial  constituye el mejor medio para la vigilancia y erradicación de diversas  enfermedades infecciosas. Y nuestro país es un abanderado de sus postulados y  medidas al respecto.
 
Hoy el mundo  entero reconoce el valor de la obra de Finlay, quién legó a la humanidad toda  una amplia bibliografía, resultado de sus tantos años de estudio, entre cuyas  investigaciones sobresalen aquellas que sentaron las bases para, décadas  después, concretar el descubrimiento de la vacuna contra la fiebre  amarilla.
 
Historia de  una infamia
Relata el  destacado cronista y sagaz entrevistador cubano Ciro Bianchi Ross, en un  material publicado en el periódico Juventud Rebelde, que durante “la primera  intervención norteamericana en Cuba, el Gobierno de Estados Unidos presionó a  sus médicos militares destacados en la Isla para que buscasen una solución al  problema de la fiebre amarilla. Impotentes ante la enfermedad, decidieron  ensayar la teoría de Finlay. Una tarde del duro verano de 1900 los doctores  Reed, Carroll y Lazear visitaron a su colega cubano en su casa del Paseo del  Prado.
 
Los  norteamericanos pidieron a Finlay detalles de sus investigaciones con la promesa  de comprobarlas en la práctica. Finlay, con una generosidad extraordinaria, puso  a disposición de los visitantes el resultado de sus 30 años de trabajo en el  tema y les hizo entrega, en una jabonera de porcelana, de huevos de un mosquito  infectado.
 
En Marianao  acometió la comisión médica norteamericana sus experimentos. Solo comenzó a  tomar en serio la teoría de Finlay cuando dos de sus miembros se contagiaron con  los moquitos infectados. Carroll logró sobrevivir; Lazear falleció: se había  dejado picar conscientemente. Los norteamericanos solo aventajaron a Finlay en  la determinación de la naturaleza viral de la enfermedad.
 
“Desde los  primeros contactos de los norteamericanos con Finlay comenzó a gestarse la  infamia, pues Reed, quien fungía como jefe del grupo, nunca se mostró partidario  de reconocer al cubano la paternidad del descubrimiento en caso de que llegase a  corroborarse su teoría. Quería el mérito solo para sí y no demoró en  adjudicárselo.
 
“Finlay  reaccionó vigorosamente ante la usurpación, y los más distinguidos profesionales  de su tiempo lo secundaron, así como antes se negaron a creer en sus  planteamientos. Pronto la gloria del médico rebasó nuestros límites  territoriales, y el reconocimiento universal llegó al sabio cubano. La  Universidad de Filadelfia, donde cursó estudios, le otorgó, ad honorem, el  doctorado en Leyes. La Escuela de Medicina Tropical de Liverpool, la Medalla  Mary Kingsley, y el Gobierno francés lo condecoró con la insignia de Oficial de  la Legión de Honor”.
 
Se estima  que son entre 600 y 700 las variedades de mosquitos. Con sus modestos medios él  las sometió a prueba y fue capaz de identificar al Culex o Aedes Egypti (se le  aplican también otros nombres). Más aun, descubrió que era la hembra, ya  fecundada de esa especie, la que transmitía la enfermedad.
 
Sin nombrar al  insecto porque aún no había realizado las pruebas, habló de su hipótesis de un  agente transmisor en la Conferencia Internacional de Sanidad, celebrada en  Washington D.C. el 18 de febrero de 1881. Su declaración fue recibida fríamente.  Nadie formuló una sola pregunta.
 
De regreso a  Cuba, en junio de 1881, hizo que un mosquito Culex hembra, infectado, picase a  un voluntario sano, apto para reproducir experimentalmente la enfermedad.  Repitió la experiencia en otros 4 casos.
 
Volvió a  repetir la prueba en otros 4 casos. Todos enfermaron aunque él, conociendo  cuáles eran las etapas más y menos peligrosas, tuvo la precaución de no provocar  casos en los que la vida de los sujetos corriera peligro. Por el contrario,  descubrió también que el individuo picado una vez por un mosquito infectado,  quedaba inmunizado contra futuros ataques.
 
De allí  nació la sueroterapia de la fiebre amarilla: inyecciones subcutáneas de suero de  individuos inmunizados.
 
El 14 de  agosto de ese año, ya comprobada su hipótesis, presentó ante la Academia de  Ciencias Médicas de La Habana, su trabajo "El mosquito hipotéticamente  considerado como agente transmisor de la fiebre amarilla".
 
Cauteloso y  modesto dijo "hipotéticamente", aunque ya lo tenía todo comprobado. Todos sus  hallazgos, incluyendo las varias formas de la enfermedad, desde la benigna y  endémica, hasta la más grave, y la manera de producir una vacuna para evitar el  mal, quedó plasmado en aquel trabajo. No se guardó nada para  él.
 
Los miembros  de la Academia no se atrevieron a rechazar este hallazgo científico. Pero  tampoco a emitir una opinión. ¿Ignorancia?, ¿inseguridad y miedo al  ridículo?,¿envidia?
 
Quizás de todo  un poco. El trabajo quedó "sobre la mesa" para una revisión futura, la cual se  prolongaría por espacio de 20 años. Mientras tanto, millares de seres humanos  continuaban muriendo en Cuba (entre 200,000 y 300,000), en Estados Unidos (medio  millón de casos, 30,000 muertes), en Brasil (20,000 muertes entre 1881 y 1883),  en otros países.
 
Aunque el Dr.  Finlay era conocido y admirado en México. España, Rusia, Francia, Inglaterra,  Alemania (hablaba español, inglés, francés y alemán) por trabajos suyos en  publicaciones científicas, en revistas y periódicos, tanto en su vida  estudiantil de joven, como en su vida profesional, tuvo que vencer variados  obstáculos erigidos a propósito. No había estudiado en España, sino en Francia y  Estados Unidos. Era "un advenedizo" en su propia patria.
 
En nombre de  la parquedad, podría decirse con respecto a sus investigaciones (cubrió una  variada gama de campos médicos) que el mundo científico en Cuba y en Estados  Unidos no estaba preparado aún para la grandeza de Finlay ni para comprender sus  descubrimientos y el enorme alcance de éstos.
 
Estados Unidos  envió en distintos tiempos cuatro comisiones de estudio de la fiebre amarilla.  Por razones de espacio sólo se mencionará aquí la cuarta, conocida como la U.S.  Army Yellow Fever Commission, encabezada por el comandante Dr. Walter Reed e  integrada por el Dr. Jesse W. Lazear, el Dr. Lewis Carroll, ambos militares, y  el Dr. Arístides Agramonte, cubano nacido en Camagüey, como el Dr.  Finlay.
 
La comisión  fue directamente a estudiar la relación entre la fiebre amarilla y el bacilo de  Saranelli, que este médico italiano había reportado en Montevideo en 1897 como  causante de esa enfermedad. No había relación alguna. Y la gente seguía  muriendo. Investigaron otra teoría, la flora intestinal. Tampoco. El tiempo  pasaba. Los seres humanos morían. Y las comisiones norteamericanas continuaban  empecinadas en ignorar la tesis de Finlay, más que comprobada por  él.
 
El general  Leonard Wood, gobernador de Cuba después de la Guerra Hispano-Cubano Americana,  pidió a la comisión militar no abandonar Cuba sin probar la "teoría de Finlay".  Este había continuado estudiando, experimentando. Ya tenía104 casos  probados.
 
El 1ro. de  agosto de 1900, Finlay entregó en La Habana a los médicos de la comisión, huevos  del mosquito Culex o Aedes, los expedientes de los 104 experimentos que ya  llevaba realizados. Les explicó cómo realizarlos cuidadosamente. Ellos  comenzaron su trabajo el día 11, pero sin creer en los postulados de  Finlay.
 
El Dr. Reed se  fue a un congreso sanitario en Indianapolis, el soldado William D. Sean y el Dr.  Carroll se dejaron picar en broma por mosquitos infectados. Ambos enfermaron con  síntomas de fiebre amarilla y ambos sobrevivieron. El 13 de septiembre el Dr.  Lazear, de 34 años, aplicaba mosquitos a voluntarios cuando uno de los insectos  infectados se le escapó y se posó en su mano. El lo vio pero como no creía en lo  que estaba haciendo, se dejó picar. Murió de fiebre amarilla el día 25. No se  habían molestado en leer las instrucciones de Finlay.
 
El Dr. Reed,  quien ya llevaba un mes fuera de Cuba sin ocuparse de la investigación, fue  cablegrafiado. La "teoría" del Dr. Finlay había quedado demostrada. En Estados  Unidos se inició inmediatamente una intensa campaña para impedir que la gloria  se la llevara el médico cubano. El mejor candidato era el Dr. Reed. Este había  experimentado con el mosquito y había descubierto que era el transmisor de la  fiebre amarilla.
 
No pudieron.  En México, Brasil, España, Italia, Gran Bretaña, Alemania, Francia, sabían la  verdad y no se quedaron de brazos cruzados. Entonces la versión cambió: el Dr.  Reed había probado la "teoría" del Dr. Finlay. A lo largo de 20 años éste había  inoculado 104 personas; la comisión solamente a 11. Reed murió repentinamente de  un ataque apendicular en 1902.
 
En La Habana,  la Academia de Ciencias Médicas, que durante 20 años había relegado el trabajo  de Finlay, a pesar de haber presentado éste numerosos trabajos posteriores,  ahora reclamaba "el honor de compartir la gloria con nuestro querido miembro, el  Dr. Carlos Finlay y Barres".
 
Menudeaban los  homenajes al médico.
Por otra  parte, el Dr. William Crawford Gorgas, médico militar que había llevado a cabo  una encomiable labor de saneamiento en Santiago de Cuba, pero no había podido  erradicar la fiebre amarilla, fue nombrado Jefe Superior de Sanidad en La Habana  en diciembre de 1898.
 
Aunque no  creía en la tesis de Finlay parece haber sido un hombre recto y honesto: se lo  decía sinceramente a Finlay. Limpió La Habana, la saneó. Pero los casos de  fiebre amarilla aumentaban en lugar de disminuir. El no lo entendía. Pidió a  Finlay que le ayudara a conseguir médicos cubanos familiarizados con la fiebre  amarilla. Así se creó la Comisión Cubana de la Fiebre Amarilla, la cual incluía  a Finlay, quien no podía convencer a Gorgas de aplicar sus preceptos: guerra al  mosquito y aislamiento de los enfermos.
 
La enfermedad  continuaba avanzando. Cuando al fin Gorgas decidió probar (después de la  comisión americana) la fiebre amarilla desapareció de la isla en sólo 7  meses.
 
Totalmente  convencido, Gorgas aplicó los mismos principios indicados por Finlay al ser  enviado a sanear el Itsmo de Panamá, en donde se construiría una de las más  grandes obras de ingeniería realizadas por el hombre: el Canal de  Panamá.
 
Había sido  iniciativa de un grupo de hombres de negocio franceses. El grupo fracasó y se  fue en bancarrota. El istmo era en esos días uno de los peores focos infecciosos  del mundo: fiebre amarilla, malaria, peste bubónica. Cuando el gobierno de  Estados Unidos adquirió el derecho en 1904 a construir el canal y a operarlo,  comprendió que habría que sanear la zona porque los obreros enfermaban, morían,  o simplemente rehusaban arriesgarse a trabajar allí.
 
Siguiendo los  preceptos de Finlay, para 1906 Gorgas había eliminado los mosquitos y con éstos,  la fiebre amarilla. El nivel de malaria se había reducido considerablemente en  1913 y el 15 de agosto de 1914, con los principales trabajos terminados, pasaba  el primer barco, del Océano Atlántico al Océano Pacífico a través del canal.  Hasta a la maravillosa obra del Canal de Panamá había llegado la influencia del  Dr. Carlos Finlay.
 
Esto no fue  reconocido.
Una mentira o  una verdad velada, repetida, acaba por ser tomada como cierta. Publicaciones  prestigiosas como "The Concise Columbia Encyclopedia", tercera edición (1994),  publicada por Columbia University Press, dice que la comisión presidida por Reed  "probó la teoría" de Finlay.
 
La gloria del  médico rebasó nuestros límites territoriales, y el reconocimiento universal  llegó al sabio cubano. La Universidad de Filadelfia, donde cursó estudios, le  otorgó, ad honorem, el doctorado en Leyes.
 
La Escuela de  Medicina Tropical de Liverpool, la Medalla Mary Kingsley, y el Gobierno francés  lo condecoró con la insignia de Oficial de la Legión de  Honor”.
El Nobel  finalmente nunca llegó a casa, no obstante, se ha logrado hacer justicia a la  obra de Finlay y su nombre inspira hoy respeto y gratitud en la humanidad  toda
La obra del  Dr. Carlos Finaly fue una gran contribución a la ciencia y a la  humanidad.
 
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