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General: Salir del clóset después de muerto, el tormento hollywoodense
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: SOY LIBRE  (Mensaje original) Enviado: 03/12/2018 18:33
EL CUARTO OSCURO DE HOLLYWOOD 
El tórrido romance que vivió el actor James Dean con la también estrella del cine Marlon Brando; A Jimmy le gustaba el sexo con golpes, botas y cinturones y que lo quemaran con cigarrillos, por eso se ganó el apodo del Cenicero Humano. Muchos como ellos también vivieron en la intimidad sus gustos por las personas de su mismo sexo.

                                                                                                                                                                                                                       Marlon Brando y James Dean
HOMOSEXUALIDAD NO TAN SECRETA
Salir del clóset después de muerto, el tormento hollywoodense
Marlon Brando y James Dean, su historia secreta de homosexual y sadomasoquista
Como en la película de “50 sombras de Grey”, estos dos galanes y mitos de Hollywood entablaron una relación homosexual sadomasoquista en la que Brando era el dominatrix y Dean su esclavo sumiso. Así lo desvela un nuevo libro titulado James Dean: Mañana nunca llega (James Dean: Tomorrow Never Comes).  Los autores entrevistaron a Stanley Haggart, un “amigo” de Dean, que dice Brando era aficionado a realizar juegos psicológicos con la estrella de ‘Rebelde sin causa’, que era siete años más joven. Entre los escabrosos pasajes de esta relación se detalla como Brando le obligaba a ver cómo tenía relaciones sexuales con desconocidos y después le echaba y le hacía esperarle fuera de la casa. Esto habría sucedido cuando Dean tenía entre 21 a 24 años y Brando entre los 28 a los 31 años de edad,  a principios de la década de 1950.
 
“Me dio la impresión de que Jimmy estaba muy ocupado en el juego del gato y el ratón con Brando, siendo Brando el gato, por supuesto”, le ha dicho Haggart al portal LGTB, Queerty .  “Brando parecía estar jugando con Jimmy para su propia diversión. Creo que le utilizó sádicamente porque Jimmy le seguía como un perrito enfermo de amor meneando la lengua”.
 
El relato puede sonar poco creíble y probablemente lo es porque el libro es de los mismos autores, Danforth Prince y Darwin Porter, que han escrito numerosos libros que revelan las historias más sórdidas sobre la vida sexual íntima de actores de Hollywood que ya han muertos y que no puede demandarles. Por ejemplo, en otro de sus libros habla sobre el idilio que supuestamente mantuvieron Peter O’Toole y Steve Mcqueen. Éste último dicen que vivía obsesionado por Dean. Ambos eran amantes de la velocidad y salían juntos a montar en moto sin camiseta.  Pero parece ser que Dean también le iban los tríos y el libro cuenta como realizó un ménage à tríos con Walt Disney y George Cukor.
 
Pero dicho esto, lo cierto es que en la década de los años 50 hubo varios rumores que sobre la homosexualidad de los dos grandes de la pantalla. Cuando tenía 20 años de edad, Dean vivió con un hombre gay de 35 años, cuando por primera vez se trasladó a Los Ángeles. Dean también se entiende que ha idolatrado Brando, después de que regresara al Actors Studio a impartir una charla. “Sentí como me quemaba la piel”, diría Brando a uno de los fundadores del centro. El joven alumno le confesó su admiración y a Brando le conmovió su ingenuidad infantil y se besaron. El propio Truman Capote no tenía dudas de la atracción sexual entre ambos.
 
En el segundo tomo de Hollywood Babilonia, la Biblia del cotilleo de la Meca del cine clásico, Kenneth Anger dijo sobre James Dean: “A Jimmy le gustaba el sexo con golpes, botas y cinturones. Y que lo quemaran con cigarrillos, por eso se ganó el apodo del Cenicero Humano”.
 
Antes de la muerte de Brando en 2004, se abrió a contar sus experiencias más íntimas: “Al igual que un gran número de hombres, yo también he tenido experiencias homosexuales y no me avergüenzo”, dijo. ” Nunca he prestado mucha atención a lo que la gente piensa de mí”.
 
El cenicero humano. Ese era el sobrenombre que se le dio a James Dean después de que, en la segunda entrega del libro ‘Hollywood Babilonia’, Kenneth Anger afirmara: “A Jimmy le gustaba el sexo con golpes, botas y cinturones. Y que lo quemaran con cigarrillos, por eso se ganó el apodo del Cenicero Humano”.
 
Los rumores de homosexualidad siempre habían perseguido al protagonista de ‘Rebelde sin causa’, pero ha sido en la nueva biografía sobre el actor, escrita por Darwin Porter y Danforth Prince, donde se ha destapado un capítulo hasta ahora desconocido: el que vivió junto al ‘gentleman’ Marlon Brando.
 
En dicho tomo se asegura que los actores mantenían una relación basada en el sadomasoquismo, donde Brando hacía de amo y Dan de esclavo. Los testimonios que confirman el hecho son antiguos periodistas y amigos del joven actor que perdió la vida en un accidente de tráfico con tan solo 24 años. Así desmontarían la versión que Brando dejó escrita en sus memorias, en las que aseguraba que Dean y él nunca fueron amigos.
 
Todo habría empezado en el año 1949, cuando Brando, después de protagonizar ‘Un tranvía llamado deseo’, viajó a Nueva York para dar una charla en  el Actor's Studio de Lee Strasberg. Allí estudiaba James Dean, que se habría presentado al que ya era una estrella de la meca del cine, donde le habría confesado que no estaba seguro de muchas cosas, “excepto de mi admiración por ti”.
 
A partir de ahí habrían iniciado un tórrido romance donde el rubio era el enamorado y el moreno el que le utilizaba sólo para el sexo. Un amigo de Dean llega incluso a asegurar, que después de haberle visto en el pecho numerosas quemaduras, éste le espetó: “Me dijo que se las había hecho Brando. Quise llamar la policía, pero Jimmy me dijo que él había pedido que se las hiciera”.
 
Amor, dudas y veto
Tras la etapa clásica del cine, tras las sonrisas enfocadas a cámara, tras la perfección convertida en hecho real, se escondía más de un tormento imposible de desvelar por miedo a tirar unas carreras profesionales (e incluso vidas privadas) por la borda.
 
La imposibilidad de querer a quien el corazón mandaba era algo que estaba a la orden del día en un pasado no tan lejano. Si ya era un hecho complicado y tortuoso para la gente de a pie, que veía cómo la represión se convertía en una rutina diaria, es difícil de imaginar cómo soportaban este hecho los rostros más conocidos de la época.
 
En el año 2012 el chapero y proxeneta Scotty Bowers publicaba sus memorias en ‘Full Service’, donde contó lo más grande sobre sus famosos clientes entre los años 40 y los 80. Rodolfo Valentino fue el primer ‘sex symbol’ de la meca del cine, y pese a que pasó hasta dos veces por el altar (ambas esposas, Jean Acker y Natalia Rambova, eran lesbianas según la rumorología), su verdadero amor fue Ramón Novarro, un actor latino también muy cotizado por su exótica belleza.
 
Atormentada es la palabra que define a la perfección la existencia de Montgomery Clift. A los 45 años fue encontrado muerto en su cama, boca abajo, con las gafas puestas y desnudo. Se dijo de él que era bisexual, e incluso que tenía una falta absoluta de interés por el sexo. Lo cierto es que, después del terrible accidente de tráfico que sufrió a la vuelta de una cena con su amiga Elisabeth Taylor, nunca volvió a ser el mismo. Muy desmejorado, se enganchó al alcohol, a los medicamentos, y a los ‘chicos de alquiler’, para aplacar su tristeza. Que su especialidad fuera interpretar a personajes de vida desgraciada, no ayudó en demasía.
 
El romance prohibido de Cary Grant con otro actor, el secreto mejor guardado del admirado galán, el macho alfa que exudaba masculinidad y galantería en las mismas dosis
 
 Cary Grant y Randolph Scott amantes
El héroe románico burgués por antonomasia. Ése era Cary Grant.  En sus primeros años en USA, cuando intentaba labrarse una carrera en los musicales y dramas de Broadway, Grant fue vendedor de corbatas, hombre anuncio, y gigoló de damas y caballeros de la alta sociedad, lo que le llevó a practicar la bisexualidad que, años más tarde, cuando era un divo, intentó ocultar. No lo logró gracias a la diva Marlene Dietrich, que declaró de él en una entrevista que su comportamiento sexual se merecía “un suspenso, por marica”. Pese a todo, se casó cinco veces. Él, que era gay.
 
Cary Grant fue el yerno ideal y el marido soñado para las mujeres que a mediados del siglo XX iban al cine con un único objetivo: verlo. Él, máximo galán del cine, el actor respetado, el de la sonrisa perfecta y el porte irresistible. Sí, él, el que se casó cinco veces y tuvo una hija,  él, que vendía entradas y era el rey de Hollywood, debió mantener en secreto su relación con el actor Randolph Scott, debido a las presiones de Hollywood para ocultar su sexualidad. .
 
Los rumores sobre la sexualidad de Cary Grant estaban ahí, en ese terreno de lo no dicho, de lo que es preferible callar. Así fue. Sin embargo, el paso del tiempo fue trayendo distintas confirmaciones sobre lo que los estudios de Hollywood buscaron ocultar: Cary Grant era homosexual.
 
Su gran amor fue otro actor, Randolph Scott, de perfil más bajo, a quien conoció en 1932, durante el rodaje de “Hot Saturday”. Grant tenía 28 años, Scott, 34. Nunca ocultaron su amor, si es que ocultar significa negar, pero los estudios lo hicieron por ellos. No era solo una cuestión de conservadurismo, sino de dinero: si se sabía que el hombre favorito de las espectadoras era gay, la taquilla podría sufrir las consecuencias.
 
Entonces lo casaron. Y no una, sino cinco veces. Cary Grant contrajo matrimonio con Virginia Cherrill, Barbara Hutton, Betsy Drake, Dyan Cannon y Barbara Harris. Casi todas sus uniones fueron breves y fue de su cuarto matrimonio que nació su única hija, Jennifer Grant, en 1966, cuando el actor tenía 62 años.
 
Sin embargo, las bodas fueron una pantalla que sirvió solo en parte para acallar el pretendido secreto. La relación de Cary Grant con Randolph Scott había comenzado antes de que las alianzas intentaran tapar la verdad. Según diversas fuentes, tras conocerse en 1932, ambos actores se mudaron a una mansión, donde convivieron hasta sus respectivos matrimonios.
 
En 1933, posaron para la revista Modern Screen en situaciones de la vida cotidiana como leer, nadar, entrenar y jugar al backgammon, desde la mansión donde vivían. Dos hombres ricos viviendo juntos en los años ’30 llamaban la atención. Al año siguiente, llegó la primera consecuencia: Grant se casaba con su primera esposa. En 1936, Scott haría lo mismo y en 1944 contraería matrimonio por segunda vez. Nada como un anillo en el dedo para sepultar rumores incómodos.
 
Mientras que para el público ambos eran esposos ideales que conquistaban a las bellas de Hollywood fuera y dentro de la pantalla, en la intimidad todo era bien distinto. El amor entre ambos actores desafió el tiempo y las bodas. Dicen que nunca dejaron de verse.
 
Testigos de un amor prohibido
El crítico de moda Richard Blackell declaró que Cary Grant y Randolph Scott “estaban profunda, locamente enamorados”.  Un camarero del hotel Beverly Hillcrest escribió en sus memorias que durante los años ’70, vio a Grant y Scott juntos en el restaurante “sentados casi escondidos y tomados de las manos.”  El biógrafo del compositor Cole Porter también hizo declaraciones sobre la sexualidad del famoso actor: “Porter y Cary Grant frecuentaban la casa de lujo de prostitución masculina en Harlem, manejada por Clint Moore y secretamente popular entre las celebridades gay”.

Cary Grant en el cine
La vida del galán máximo del cine estuvo lejos de ser fácil, además de tener que ocultar un romance buena parte de su vida adulta, sufrió de alcoholismo, una adicción que solo superó consumiendo LSD.  Pero en la pantalla, Cary Grant fue todo eso que Hollywood pretendía que fuese: el protagonista del sueño americano, el macho alfa que exudaba masculinidad y galantería en las mismas dosis. Trabajó en una gran cantidad de películas, muchas de ellas con los grandes directores de la época, como Howard Hawks, George Cukor y Michael Curtiz.
 
Filmó auténticos clásicos del cine junto a Alfred Hitchcock, quien lo dirigió en cuatro ocasiones, destacándose “Para atrapar al ladrón” de 1955 e “Intriga internacional” de 1959. Los años ’50 fueron suyos. En 1957 protagonizó una de las películas románticas más famosas del cine, “Algo para recordar”, junto a Deborah Kerr.
Cary Grant falleció el 29 de noviembre de 1986, a los 82 años. Randolph Scott lo sobrevivió solo unos meses más, hasta el 2 de marzo de 1987, cuando murió a los 89 años.
 
La historia de Cary Grant tuvo muchos puntos en común con la de otros astros de la época que debieron ocultar su homosexualidad. Uno de estos galanes fue Rock Hudson, el primer famoso en morir de SIDA.
 
Otras estrellas como Sal Mineo, Burt Lancaster y Anthony Perkins también sufrieron en sus carnes la cruda realidad de la época, en la que todo lo que se saliera de la norma se convertía inmediatamente en escándalo.

El amor secreto entre Greta Garbo y Marlene Dietrich
  
Greta Garbo y Marlene Dietrich
Ellas siempre negaron haberse conocido, pero la realidad era bien distinta. En el libro ‘Greta&Marlene. Safo va a Hollywood’, Diana McLellan habla explícitamente del amor sáfico entre estas dos grandes de la interpretación.
 
La autora sitúa en el Berlín de 1925 el romance que mantuvieron las dos, por aquel entonces, aspirantes a actriz. Greta llegó desde Suecia para perseguir su sueño, pero antes de aterrizar en Hollywood pasó por Alemania para grabar ‘Bajo la máscara del placer’. En el cabaret Ratón Blanco (el garito más salvaje del lesbianismo en la época) conoció a Dietrich, que bailó para ella un sensual tango. Garbo se las arregló entonces, según McLellan, para convencer al director de ‘Bajo la máscara del placer’ para que le diera un pequeño papel a Dietrich dentro del film. El fin del romance llegaría, según la autora, debido a la indiscreción de Marlene (Garbo no era amiga de los cotilleos ni de airear su vida personal), y a los celos que sentía por la que iba a ser la gran diva de Hollywood.
Con información de la Web        
CONTINUARA


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: CUBA ETERNA Enviado: 07/12/2018 14:36
EL CUARTO OSCURO DE HOLLYWOOD 
Por Jordi Bernal - jotdown
Entre las mejores historias que ha parido la que fue en su día la Dream Factory mundial se encuentran muchas que no nacieron en los delirantes departamentos de guionistas ni en ocurrencias beodas de escritores o cineastas, sino que fueron el producto de sombrías estratagemas de los agentes de la publicidad y las relaciones públicas. Pese a la mala fama (innumerables veces merecida) de estos abogados del marketing, hay que reconocer dándole al César lo que le pertenece que su labor de acicalar, normalizar y familiarizar biografías nada tiene que envidiar en inventiva a las grandes epopeyas cinematográficas. En ocasiones resultó mucho más difícil montar una vida de heterosexualidad, monogamia y sobriedad ejemplares que rodar cualquier colosal superproducción en Tecnicolor. En Hollywood Babilona, ensayo canónico de la trastienda turbia y patética del fulgor falaz del star-system, escribe Kenneth Anger: «Howard Strickling, jefe de publicidad de la MGM, se aseguró de que los informes periodísticos sobre las actividades de las estrellas del estudio se adecuaran a una imagen estricta: una imagen tan pulida y controlada como la que pudiera salir del Ministerio de Información del Tercer Reich. Se concentraban o destruían romances, se provocaban fugas y se inducían abortos en Tijuana, todo de acuerdo con lo que Mayer y Strickling considerasen más apto para llenar las voraces taquillas de los cines de la cadena Loew a lo largo y ancho del país».
 
Así pues, la mitología fantástica de aquella meca perdida fue construyéndose a partir de un guión apto para todos los públicos, previsible y vulgar. Detrás de aquellas biografías impostadas y controladas por los gerifaltes de los estudios, había tragedia, pasiones suicidas, sexo duro como las cadenas o adicciones naufragadas. Toda la verdad vital era censurada —al igual que en pantalla el Código Hays dificultaba hasta la sugerencia la cópula y/o la violencia mortal explícitas— en aras de una pacata moral colectiva.
 
A la historia de esta faraónica ficción se ha unido recientemente un dinamitero llamado Scotty Bowers, que con la ayuda del documentalista Lionel Friedberg, ha decidido a la vejez viruelas contar su biografía de «celestino» en el Hollywood más esplendente en Servicio completo (Ed. Anagrama). Tal y como apunta Román Gubern en el prólogo, el compendio chismoso de la intimidad sexual del famoseo que estaba de paso o residía en Los Ángeles bien pudiera haberse titulado Memorias de un libertino en la capital del cine, pues todo el libro gira alrededor del sexo menos convencional. Sin embargo, Bowers transpira candidez (es difícil saber hasta qué punto sincera o fingida) en todo lo que concierne a sus actividades de bajo vientre. No es tanto su desinhibición bisexual (aunque dice preferir a las mujeres, la balanza se decanta del lado de la homosexualidad en el grosor narrativo) como el hecho de contar los casos de prostitución ajena con una alegría cristalina. Para él son puro intercambio de favores rematados por el placer. El narrador reconoce que disfruta complaciendo a los demás, tanto es así que en su recuerdo las primeras experiencias sexuales con curas pederastas respondieron a esa necesidad de hacer feliz al prójimo mediante el placer sensual. En ese momento, el lector queda paralizado por una conmiseración que consigue evitar la arcada.
 
En cambio el desenfado de Bowers, sus maneras de pícaro amoral, ayudan a trasegar con tal cantidad de fornicio sin pausa que cansa solo de imaginárselo. Se nos presenta como un joven y guaperas excombatiente de la Segunda Guerra Mundial (¡marine!) que trabaja en una gasolinera de Hollywood Boulevard. Aparece el galán y padre de familia ejemplar Walter Pidgeon. Después de los circunloquios de rigor y las miradas dubitativas, Pidgeon le invita a su mansión, en la que está de Rodríguez con un colega. Si algo caracteriza a Bowers es que nunca tiene un no por respuesta. Así que ya en la mansión, y después de las brazadas y los juegos viriles en la piscina, llega el sexo a tres bandas. A partir de este primer encuentro todo viene rodado. El exmarine pasa a ser aquel joven discreto de la gasolinera (con el plan de expansión de carreteras y autopistas posterior a la II GM las gasolineras se convirtieron en verdaderos centros de recreo y en redes sociales analógicas) que tanto valía para un roto como para un descosido. Mantiene relaciones con el director de cine y hábil felador George Cuckor. Le consigue fornidos excompañeros de armas al compositor Cole Porter para sus prácticas de felación múltiple antes de que la pornografía en internet pusiera de moda el bukkake. Participa en los juegos de masajes y masturbación mutua de los camaradas Cary Grant y Randolph Scott. Trae chicas para Katharine Hepburn y pasa una noche de sexo vergonzante con Spencer Tracy. Según Bowers, la que parecía una de las pocas parejas auténticas de Hollywood era otro montaje de los estudios: Hepburn era lesbiana y Tracy un bisexual atormentado. En cualquier caso, el narrador parece pasárselo en grande. Tanto con hombres como con mujeres.

Sin embargo, el corolario narrativo pierde fuerza cuando Bowers aborda el sexo heterosexual. Falta humor, alegría y creatividad. Por una parte, las mujeres son unas vamps insaciables (Mae West), unas neuróticas desbocadas (Viven Leigh) o unas melancólicas que intentan refugiarse de la tristeza otoñal en cuerpos jóvenes (Edith Piaf). En el caso de los hombres, el resultado también es desalentador. Un depresivo y alcoholizado William Holden pidiendo que le traigan chicas a su apartamento menos para divertirse que para superar su miedo fundado a la impotencia o un crepuscular Errol Flynn cayéndose inconsciente al suelo cuando toca rematar faena. Esta visión apelmazada del sexo heterosexual la ejemplifica a la perfección Bob Hope: señor de modales impecables que tras el silencioso misionero de dos minutos paga a la dama (estipulaba que quería a mujeres elegantes de mediana edad), se despide cortés pero lacónico y sale de escena. Diría yo que los asuntos de alcoba, desde los tiempos edénicos, han sido una cosa un poco más imaginativa.

Sea como fuere, la frecuentación de tanto alcohólico perturbado dejó mella en Bowers y decide aferrarse a su condición de abstemio para no fallar con el gatillo. De esta manera acaba convirtiéndose en un barman de fiestas privadas que no bebe. Tal vez para suplir dicha carencia inventa una manera encomiable de remover los cócteles. Lo hace literalmente con la punta de la polla. Es toda una atracción. Un verdadero artista del meneo.
 
En la década de los cincuenta, la moral se ha relajado un tanto y Elvis Presley puede acometer a golpes de cadera bailes excitantes e incitantes pero los grandes estudios todavía permanecen en la era glacial en cuestiones de sexualidad. Víctimas de la propaganda, según explica Bowers, fueron conocidos suyos como Rock Hudson, Raymond Burr o el desquiciado Monty Clift. Tampoco se escapó de tener que posar con novia formal el rebelde James Dean pese a tomárselo más a cachondeo. De los actores con inclinaciones homosexuales que frecuentaban las parties en las que el narrador practicaba de barman extravagante, Dean fue de los pocos que nunca reclamó su intermediación. Prefería buscarse él la vida por su cuenta ya que, remacha un tanto dolido el servicial Bowers, al protagonista de Rebelde sin causa lo que verdaderamente le ponía eran las sesiones de sexo duro en locales sadomasoquistas donde era conocido como el cenicero humano.
 
A medida que avanzan los años es perceptible el desconcierto de Bowers. Con el auge de la televisión, los grandes estudios pierden poder e influencia, el sexo pugna por ser libre y las drogas lo convierten en indiscriminado. Malos tiempos para el barman conseguidor que, a partir de entonces, ameniza fiestas de viejas glorias ajadas. No obstante, la irrupción del porno setentero le da un mínimo de vidilla para contar algunas anécdotas finales. Sin ir más lejos, la de actriz porno/garganta profunda Linda Lovelace ilustrando la manera de hacer un Deep throat a un grupo de gais que no disimulan la sonrisa condescendiente. Pero son los últimos momentos gloriosos de la biografía sexual en Hollywood de este personaje pintoresco y conmovedor. Con los primeros casos de sida —Rock Hudson, sin ir más lejos— las risas se apagan y el placer se enfunda en látex y miedo. Se acabaron los tiempos en los que los duques de Windsor pedían chicos y chicas en tótum revolútum, Charles Laughton sustituía la crema de cacahuete de su sándwich matutino por residuos orgánicos de un chapero o Somerset Maugham ejercía de mirón con atuendo impecable mientras daba pequeños sorbos de vino.
 
Es cierto que, más allá de que Gore Vidal certifique la veracidad del relato de Bowers, queda la duda de si era necesario imprimir unos hechos que pertenecen a la privacidad de unas personas que ya no pueden desmentir los pormenores de la narración. También es verdad que el pacto con el diablo en el Monte Lee comporta la condena eterna de la fama a manera de mito. Así que cualquier enfermo de mitología cinematográfica disfrutará con las tribulaciones orgiásticas del simpático Scotty Bowers, ya que, como él mismo se vanagloria, «conocí Hollywood como no lo ha conocido nadie».
 
Randolph Scott y Cary Grant
Fuente: jotdown


 
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