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General: WALT WHITMAN, EL POETA GAY
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 04/07/2020 13:51
ORGULLO LGTBI
Walt Whitman fue un escritor estadounidense que nació el 31 de mayo del año 1819 en West Hills, población cercana a Huntington, Long Island (Nueva York).
 
WALT WHITMAN
             Walt Whitman, el padre de la poesía moderna norteamericana, celebraba el amor entre los hombres. Nada debería haber de positivo o negativo en ello. Pero lo cierto es que lo celebraba. Nunca aspiró a ser un poeta homosexual, y mucho menos gay, entre otras razones porque aún no se había definido tal concepto. Tampoco le agradaba colgarse esa etiqueta. Pero está claro que aquel viejo yanqui de largas barbas blancas se sentía atraído por los de su mismo sexo. Lo dicen su poesía y sus escritos,  y lo sugieren aquellos que más cerca estuvieron de él. De sus retazos biográficos nos quedan testimonios impagables, como esa deliciosa instantánea de Moses P. Rice, en la que Whitman cruza la mirada sentado junto a quien fuera el amor de su vida, Peter Doyle, un sencillo conductor de ómnibus, que le robó el corazón.
 
Que a Walt Whitman le gustaban los hombres es algo que guarda celosamente  su poesía, un poemario disperso agrupado bajo el titulo de Hojas de Hierba, que algunos consideraron un libelo poético y que consiguió escandalizar a la pacata sociedad decimonónica americana. A lo largo de sus versos abundan las alusiones -entre veladas y explícitas- sobre lo que aún entonces Occidente consideraba como el más nefando de los vicios. Que amaba a los de su sexo también se desprende de la correspondencia conservada de puño y letra del poeta, así  como del testimonio de quienes le conocieron de cerca.
 
ENTRE EL ESCÁNDALO Y LA DISCRECIÓN
Muchos críticos que cantaron las odas inmensas de Walt Whitman negaron, y siguen negando, la ambigüedad sexual que habita en sus versos. Lo mismo da la ideología de donde provengan las críticas. José Martí, libertador cubano y prosista decía en un artículo escrito en 1887: “Ese lenguaje (el de Whitman) ha parecido lascivo a los que son incapaces de entender su grandeza; imbéciles ha habido que cuando celebra en ‘Calamus’, con las imágenes más ardientes de la lengua humana, el amor de los amigos, creyeron ver, con remilgos de colegial impúdico, el retorno a aquellas viles ansias de Virgilio por Cebetes y de Horacio por Giges y Licisco”.
 
Cierto es que el mismo Whitman nunca se consideró homosexual ante el mundo. Admitir tal cosa, en aquellos tiempos, era poco menos que un suicidio. Tampoco es probable que alguien como él, que creía en la pansexualidad por encima de etiquetas, lo hubiera tenido muy claro. Y, por otra parte, siempre huyó del estereotipo de hombre afeminado, ese sissy que ya se muestra en las primeras películas de cine mudo. Pero Whitman debió ser consciente de sus inclinaciones y, por eso, las ocultaba a los ojos de los demás, más aún, teniendo en cuenta que el objeto de su deseo solían ser chicos muchos más jóvenes que él. Es lo que hacía cuando, por ejemplo, aludía a esos “amigos especiales” que tenía, designándoles mediante códigos. ¿Por qué tendría que referirse a ellos ocultando sus nombres, de haber sido tan sólo unos buenos camaradas?
 
ALMA LIBRE
Como todos los genios, Walt Whitman fue aclamado y criticado por sus coetáneos a partes iguales. Si algunos, como Emerson,  lo alzaron al parnaso de las letras como iniciador de una poesía moderna y diferente, otros, en cambio, lo tildaron de poeta mediocre. Hoy día, nadie osaría calificar de triviales los versos de Whitman, pero es lógico pensar que, como suele suceder en estos casos, muchos críticos no supieran captar toda la frescura que aportaba Whitman a la literatura norteamericana, encorsetada como estaba entre el alambicado clasicismo de antaño y las nuevas corrientes románticas. Diez años después de que Edgar Allan Poe proclamara que en la época moderna no eran posibles los versos largos, Whitman demuestra que, además de posible, a él le resultaba imprescindible. De haber usado versos cortos, se habría perdido la necesaria intensidad que desprende su poesía.
 
Muchas de las críticas recibidas se debieron, más que a la forma, al fondo de sus composiciones, en las que aborda esa clase de sentimientos que nadie hasta entonces se había atrevido a verter en lenguaje poético. Ninguno antes había cantado a la desnudez del ser humano, a la fraternidad,  el gozar de los hombres juntos, al amor entre camaradas, o el dilema de la sexualidad, abierto de par en par, como hizo Walt Whitman. Fue esa poesía suya, políticamente incorrecta, unida a su aspecto sencillo, casi desaliñado, lo que contribuyó en gran manera tanto a mitificarle cara a la posteridad, como a conseguir el desprecio de sus contemporáneos más conservadores.
 
UN AMERICANO DE A PIE
La vida del poeta estuvo jalonada de altibajos repletos de gestos sencillos, que magnifican su figura cara a la posteridad. Walter Whitman había nacido en Huntington, Long Island, cerca de Nueva York, el 31 de mayo de 1819, en el seno de una humilde familia. Poco se sabe de su vida hasta que cumple 12 años, cuando empieza a ganarse el pan como mensajero en un bufete de abogados y, a la vez, de aprendiz en una imprenta. Ya en 1836 le vemos trabajando en una tipografía de Nueva York y, poco después, ejerciendo como maestro en una pequeña escuela de su ciudad natal, durante dos cursos consecutivos.
 
Durante la década de los 40 despega su actividad creativa en colaboración con importantes publicaciones de Nueva York, y en 1849, año en que se afilia al partido Free-Soilers, contrario a la propagación de la esclavitud, dirige y edita el Brooklyn Freeman.  Poco después, entre los años 1851 y 1854, se dedica a construir viviendas en el mismo Brooklyn. Estalla la Guerra de Secesión (1861-65) y Whitman trabaja como enfermero voluntario para el ejército de la Unión, a algunos de cuyos soldados llegó a escribir melodramáticas cartas de amor. Su salud se resiente y en 1865 es contratado en la oficina del Fiscal General.  En 1873 Whitman sufre un ataque de parálisis y se va a vivir con su hermano George en Nueva Jersey. Poco después fallece su madre y queda inválido para los restos, lo que no le impide viajar en los años venideros, como hace en 1879, cuando recorre las tierras del oeste norteamericano. Pero un nuevo ataque de parálisis le ha de postrar definitivamente para el resto de su vida. Muere septuagenario, en 1892, mientras se dedicaba a ultimar la publicación de la novena edición de sus Hojas de Hierba.
 
BARBA DE NIEVE
A través de los recuerdos fotográficos que guardamos de él, Walt Whitman se nos muestra como un hombre de físico ciertamente peculiar. Su poblada barba blanca y su aspecto desaliñado le conferían un innegable aire bohemio. Lo que para muchos lo convertía en un ser entrañable, para otros suponía motivo suficiente para cerrarle las puertas a la alta sociedad americana. Una anécdota cuenta cómo Ralph Waldo Emerson, su crítico amigo y protector, tuvo que sacarle de un pequeño atolladero cuando el recepcionista del lujoso Hotel Ashton, donde se habían citado, impidió la entrada a Whitman, pensando que se trataba de un vagabundo, y de cómo a la postre el bueno de Walt tuvo que interceder a favor de aquel pobre empleado.
 
Esa era una de las muchas razones por las que Whitman tal vez prefirió rodearse de gente joven y sencilla. De aquéllos que nunca mirarían por encima de su hombro para tacharle de amoral o de construir una poesía de escaso valor. Sabemos, igualmente, que perdió numerosos empleos, muchos de ellos como periodista, por considerarse inconveniente su conducta y falta de moral, pero posiblemente también contribuyó a obstaculizar sus contratos esa misma fachada escasamente elegante que el poeta exhibía con total desparpajo. Esa misma imagen que se muestra en alguna fotografía suya de las pocas que se conservan, como un viejo barbudo –con menos años de los que aparentaba-, campechano y de aspecto patriarcal, liberal y socialista.
 
POETA ABSOLUTO
La poesía de Walt Whitman es un canto eterno a su patria americana,  cuna de una libertad y democracia aún incipientes. También fue la crónica oficial de la fraternidad entre los hombres, entendida, más que como una aspiración universal, como un proyecto que va creciendo poco a poco por el contacto armónico entre las partes, y –ahí estriba la pequeña diferencia- también entre los hombres entre sí, sin excluir el impulso sexual, que siempre estará presente en muchos de sus versos. Una poesía, la suya, que algunos consideran perteneciente al género trascendentalista, pero que rebosa humanismo en cada letra, cada palabra, en cada uno de sus versos.
 
También Whitman trajo a la poesía un aire fresco en lo que se refiere a su métrica, incorporando nuevos ritmos y cadencias. Así consiguió romper con la tradición de un verso anclado en la metáfora y en las formas antiguas. Sus versos son de esa clase a la que León Felipe se refiere cuando canta que la poesía es un arma cargada de futuro.
 
HOJAS DE HIERBA
Animado por su amigo el crítico Emerson, en 1850 Whitman empezó a escribir lo que llegaría a ser la obra de su vida. El 4 de julio de 1855  aparece la primera edición, sin nombre de autor y con un extenso prólogo en el que Whitman se daba a conocer ante el público, bajo el título de Leaves of Grass, traducido literalmente en español como Hojas de Hierba, tras lo cual Emerson le felicita por escrito. Las críticas adversas no se hacen esperar y muchos tachan de inmoral el contenido de su poesía. Casi treinta años después, en 1881, aparecerá la séptima edición y un año más tarde la Sociedad para la Supresión del Vicio, considera indecente su publicación y la censura. Ello impulsará un continuo revisionismo por parte del autor, para evitar nuevas condenas, que, a pesar de ello, no se hace esperar. En 1892 sale a la luz la última de sus ediciones, dos meses antes de la muerte del poeta, que había cumplido nada menos que 82 años.
 
Hay que decir que este libro de Whitman es la obra de su vida, el libro en el que se resume su existencia toda y que posiblemente sea “el más extraordinario publicado en lengua inglesa desde los místicos poemas de Blake”, en palabras de Henry Seidel Camby-. De todas formas, muchos han considerado única la poesía de Whitman, por lo que resulta imposible parangonarla con otra de su tiempo. Hasta la publicación de Hojas de Hierba, nadie había escrito de esa forma tan íntima con que escribió Walt Whitman.
 
De las distintas partes de que se compone Hojas de Hierba a nosotros nos interesan especialmente aquéllas que hablan de su forma de entender la sexualidad. Y es que uno de los logros de Walt Whitman fue, sin duda, rehabilitar el papel de la sexualidad en la literatura, que él mismo sufriría en propia carne, como luego veremos. Se trata de los poemarios titulados Hijos de Adán (Children of Adam) y Cálamo (Calamus). Hijos de Adán canta con crudeza y candor, a un mismo tiempo,  el amor físico, los impulsos sexuales y la perpetuabilidad deliciosa de la existencia.
 
CALAMUS
Los 39 poemas que componen Cálamo, en cambio, celebran con tono elevado y en clave personal la amistad del hombre para el hombre (aquí la mujer no parece tener cabida). En el poema Épocas y épocas que vuelven a intervalos, Whitman se autodefine como “vigoroso, fálico, de poderosas entrañas primitivas, puro”, y, también, “cantor de cánticos adánicos”, donde se ofrece a sí mismo, se abisma en el sexo y abisma sus cantos en el sexo.  A través de sus versos Whitman indaga en su propios sentimientos sobre el afecto viril, ese secreto amor que está por encima de los convencionalismos y que, según Pierre Messiaen, es la esencia de la democracia, el conocimiento de las apariencias terrenales, la identidad más allá de la misma tumba.
 
Whitman escogió la espata de la planta del cálamo aromático como símbolo fálico relativo al afecto varonil, igual que antes había elegido la humilde hierba, tupida, compacta, brizna sobre brizna, para representar la humanidad toda. Cuando quedaron escritos los poemas de Hijos de Adán y Cálamo, el erotismo, lo que el poeta llamaba perturbación, cesó casi por completo de alimentar su poesía. Incluso muchos de estos versos desconcertantes fueron suprimidos en ediciones posteriores, como dijimos. Pero ya todo estaba dicho de alguna manera.
 
LA METAFÍSICA DE LA FÍSICA
Tal vez uno de los poemas que mejor resuma los enormes y, a la vez, sencillos sentimientos  ‘fraternales’ de Whitman sea el titulado The Base of All Metaphysiscs (“La Base de todas las Metafísicas”), contenido en el poemario Cálamo, que concluye con estos hermosísimos versos:
 
      Tras haber estudiado los sistemas antiguos y modernos, los griegos y germánicos,
    Tras haber estudiado y enseñado a Kant, a Fichte, a Schelling y a Hegel,
    Y enseñado la doctrina de Platón, y Sócrates -más grande que Platón-,
    Y  estudiado y enseñado mucho tiempo -más grande que Sócrates- a Cristo divino,
    Hoy recuerda mi mente esos sistemas griegos y germánicos,
    Y las filosofías todas, iglesias y doctrinas,
    Pero, detrás de Sócrates, y debajo de Cristo divino,
    Veo el tierno amor del hombre hacia su camarada, la atracción del amigo al amigo,
    El amor mutuo del esposo y la esposa, de los hijos y padres,
    El amor de la ciudad a la ciudad, y del país por el país..
 
 
En otros versos del mismo poemario aparece de manera más palpable aún este tema recurrente, su obsesión por la virilidad:
    Resuelto hoy a no cantar otros cantos que los del másculo,
    Proyectándolos a lo largo de esta vida sustancial,
    Legando desde aquí tipos de atlético amor,
    En el atardecer de este delicioso setiembre, en mis cuarenta y un años,
    Procedo para todos los que son o han sido jóvenes,
    Confío el secreto de mis noches y días,
    Celebro la necesidad de los camaradas.
 
Se trata de una obsesión reiterada en otros versos de Cálamo, como en estos que siguen, espléndidos, que parecen mostrarnos la importancia de interpretar las más íntimas convicciones afectivas, como una extraña invitación a las nuevas generaciones para leer más allá de los versos que Whitman ha escrito sobre el amor entre los hombres, a la manera de un extraño outing  de  personal interpretación:
   
      Lleno de vida, ahora, compacto, visible,
    Yo, de cuarenta años de edad en el año octogésimo tercero de los Estados,
    A quien viva dentro de un siglo o dentro de cualquier número de siglos,
    A ti, que aún no naces, a ti te buscan estos cantos. Cuando leas estos cantos, yo, que fui visible, me  habré hecho invisible,
    Entonces serás tú compacto, visible, penetrarás el sentido de mis poemas, me buscarás,
    Imaginarás qué feliz serías si yo estuviese contigo y fuese tu camarada;
    Piensa, pues, que estoy contigo. (No des por demasiado seguro que no esté yo contigo ahora.)
 
Complicidad entre dos varones es lo que expresa el poema:
 
      Nosotros, dos muchachos, abrazándonos juntos, sin que uno al otro jamás abandonara,
    Recorriendo las sendas en todas direcciones, desde el norte hasta el sur,
    Gozando en el vigor, ensanchando los pechos, uniendo nuestros dedos,
    Armados y sin miedo, corriendo, bebiendo, durmiendo, amando...
 
Y estos versos que hablan de un fuego eléctrico que recorre el cuerpo por el deseo del amado:
 
      ¡Oh, tú, al que a menudo y silencioso acudo para quedar contigo,
    deambulando a tu lado, sentado junto a ti, compartiendo tu alcoba!,
    ¡Qué poco sabes del sutil fuego eléctrico que por ti arde en míª
 
En el poema En la barca de Brooklyn, Whitman insiste en la sensación placentera que le produce el contacto carnal con los muchachos:
    Me ha llamado por mi nombre la voz alta y clara de los jóvenes que me han visto aproximarme o pasar junto a ellos,
    He sentido sus brazos alrededor de mi cuello, estando en pie, o el contacto negligente de su carne, estando sentado,
    He visto en la calle, o en la barca, o en los parajes públicos, a muchas personas a quienes he amado, y no les he hablado.
 
Posiblemente fuera esa la primera sensación que tuvo antes de que el joven Peter Doyle se cruzara en su camino.
 
Cuando en una entrevista en 1895 a Peter Doyle le preguntaron cómo llegó a conocer a Whitman, respondió: “Nos hicimos amigos inmediatamente. Ponía mi mano sobre su rodilla, nos entendíamos. Al final del viaje no se apeó; de hecho hizo el camino de regreso conmigo”. Algo inevitable surgió entre ambos en aquel viaje en tranvía, que se repetiría muchas otras veces. La mano delatora de Whitman apoyada en la rodilla del muchacho ya es suficientemente elocuente. Y es que sólo mediante el amor y la atracción mutua  puede explicarse que dos personas de extractos sociales tan diferentes y vidas aparentemente distantes se hicieran inseparables. Es lo que sucedió entre Whitman y su amado Pete, cuyas iniciales el poeta solía disimular en sus notas mediante el código “16.4”, que representaban el orden de las iniciales P.D. en el alfabeto.
 
Peter Doyle era hijo de un herrero irlandés emigrado a los EE.UU., aunque trabajaba como conductor de un ómnibus de tracción animal en Washington DC. Él y Whitman se conocieron en uno de esos transportes colectivos, precursores de nuestros autobuses de hoy, en un tormentoso día de invierno de 1865. Whitman, el único pasajero del trayecto, tenía 45 años y medía ocho pies de altura. Doyle tan sólo 21 y apenas alcanzaba los seis pies. Ambos empezaron a charlar y, sorprendentemente, surgió la chispa que prendería la llama del afecto entre dos seres tan diferentes, no sólo física, sino también cultural y socioeconómicamente hablando. Una llama que alimentaría durante muchos años la unión de un maduro periodista y poeta de la Unión y un joven conductor de tranvía, antiguo soldado confederado. Una vez más se demuestra el axioma de que los polos opuestos se atraen.


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: administrador2 Enviado: 04/07/2020 13:51
FAMILIAR FEELINGS
Aunque Walt y Pete no vivían juntos, debido a las obligaciones que el joven conductor tenía con su familia, se visitaban cada día. Walt le pedía insistentemente que se fuera a vivir con él, pero Doyle no podía abandonar a su enferma madre. Sin embargo, sorprendentemente, tanto la madre de Whitman, Louisa, como la de Pete y los hermanos de éste no sólo no ponían impedimento alguno a esta relación, sino que incluso daban una cálida cobertura a los momentos familiares de los que ambos eran partícipes.
 
Doyle, sin duda, inspiró una parte importante de la serie Cálamo, pero no este poemario en su totalidad.  El poema Come Up From The Filed Father  es el único en el que Whitman identifica al protagonista con un nombre personal y, precisamente, dicho nombre era Pete. En cambio se sabe que Doyle influyó en Whitman para eliminar en la edición de Hojas de Hierba de 1867 tres poemas que había dedicado a Fred Vaughan, otro joven de origen irlandés a quien el poeta había conocido años atrás.
 
LAS CARTAS DE CÁLAMO
Donde no hay lugar a interpretaciones sobre su ambigua sexualidad es en las notas privadas que Whitman nos dejó escritas de su puño y letra y, sobre todo, en la correspondencia que mantuvo con Pete Doyle entre 1868 y 1880, que fue publicada íntegramente por Richard M. Bucke en 1897, pocos años después de la muerte del poeta, bajo el título de Las Cartas de Cálamo (The Calamus Letters). El libro incluye una reveladora entrevista que el autor hizo al propio Doyle.
 
En el verano de 1870 el poeta empezó a sospechar que el amor por Peter Doyle no le era correspondido. Así lo escribió fervientemente, hablando de him (él), aunque posteriormente borrara las dos últimas letras y las cambiara por el femenino her (ella).  Walt estaba resuelto a dejar de visitarle, cuando Pete le confiesa su amor, dando fin a la ambivalencia del poeta, que escribe: “Nunca soñé que hubieras hecho tanto por tenerme contigo, ni que te sintieras tan abatido por perderme”, al tiempo que le envía “un buen beso en la boca, muchos de ellos, recibiendo muchos, muchos” a su querido Pete.
 
TIEMPO DE CRISIS
La relación entre Whitman y Doyle fue intensa durante el tiempo en que el poeta vivió en Washington, esto es a partir de 1865. Pero cuando en 1873 Whitman sufrió una crisis que le paralizó su brazo y pierna izquierdos, y hubo de trasladarse a vivir con su hermano George en Camden, dejaron de verse por un tiempo. Doyle trabajaba por aquel entonces como guardafrenos en la compañía ferroviaria de Pennsylvania, aunque visitaba diariamente a Whitman cuidando de él como antaño, igual que cuando estaban juntos en la capital estatal. Viendo el agravamiento de su enfermedad, Walt había incluido a Pete en su testamento, siendo el único miembro no perteneciente a su familia que figuraba en él.
 
Pero los días iban transcurriendo y aquel esfuerzo que el joven hacía por visitar a su amante pasaría factura a la relación que ambos mantenían. En 1875 Whitman decide quedarse definitivamente en Camden, tras un nuevo ataque que paraliza el lado derecho de su cuerpo. Durante las década siguiente Pete y Walt mantienen viva su correspondencia y las visitas de Doyle siguen siendo regulares, aunque espaciadas. Un año después, Walt conoce a Harry Stafford, otro veinteañero, un campesino que trabajaba en un diario local, el Camden New Republic, y que pronto se convierte en su nuevo “darling boy”. En las cartas que Walt dirige a Pete nunca menciona la existencia de este nuevo amigo, quien en 1884, al igual que antes hiciera Fred Vaughan, acabará casándose con una mujer. Tras la boda, Harry y Walt seguirán llevándose bien, aunque en la distancia.
 
EL GRANJERITO DE NUEVA JERSEY
Cuando Whitman vio acercarse la hora de su muerte, en 1891, decidió cambiar su testamento, eliminando el nombre de Doyle, a quien había perdido la pista. En su lugar legaba su reloj de plata a Harry Stafford, un joven granjero oriundo de Nueva Jersey a quien había conocido en 1876 cuando a sus 18 años hacía trabajos ocasionales para un periódico de Camden. Stafford era un joven de carácter inestable y mirada penetrante. La familia del joven veía a Whitman como una especie de mentor y la misma madre de Stafford no sólo se preocupó por la salud del poeta, sino que le invitó a pasar una larga temporada a la granja que la familia tenía a diez millas de Camden.
 
A diferencia de Peter Doyle, poco sabemos de la relación que Whitman tuvo con el joven Stafford. Se sabe que Walt y Harry practicaban juntos la lucha, en una especie de terapia que, incluyendo los baños de barro, pretendía servir de rehabilitación contra las dolencias que el poeta padecía. John Borroughs expresaba su consternación al ver que los dos se hacían trizas luchando como dos jovenzuelos. Se sabe, igualmente, que un anillo que Whitman regaló a Stafford le fue devuelto en varias ocasiones, lo que explica los altibajos que tuvo esta relación. Y, por último, sabemos que alquilaban juntos una sola habitación de hotel cuando viajaban.
 
DARLING BOYS
No fueron estos los únicos “darling boys” que tuvo Whitman a lo largo de su existencia. Al menos, se le conocen otras relaciones afectivas que mantuvo con chicos con un perfil similar al de Pete Doyle y Harry Stafford: muchachos de extracto social humilde y de complexión poco corpulenta, inmortalizados todos ellos en diversas fotografías. Una de las que más nos llama la atención, sin duda, es la que muestra al poeta sentado junto al joven Bill Duckett, que permanece de pie con el brazo alrededor del cuello de Whitman. La postura de ambos es suficientemente delatora, teniendo en cuenta la inexistencia de parentesco entre los retratados.
 
La diferencia de edad se hizo más evidente en este caso que en otros anteriores, pues, a pesar de la indumentaria del muchacho –por otro lado habitual en la época para los chicos que pasaban de 10 años-, Bill aún era un chaval de unos 15 o 16 años cuando se toma este retrato, mientras que Whitman tenía 65. En los cuadernos de Whitman hay dos páginas en las que Duckett describe cómo era la relación que tenían: "Yo conocí al Sr. Whitman en 1884 cuando compró la pequeña casa de la calle de Mickle 328, con tres puertas dentro de las cuales yo también he vivido. Los chicos teníamos un club para jugar a los aros y Whitman nos regaló un precioso set de tejos para lanzar (…)”. Pronto se trasladó Bill a vivir con Whitman. Después de que hubieron roto, Whitman, despechado, había dicho que su ama de llaves le había invitado a entrar en la casa, pero Bill afirmaba que era Whitman quien había tomado la iniciativa. Whitman fingía estar indignado, ¿Cómo iba a haber invitado a quedarse en la casa a un joven bribón como Duckett? Como se puede deducir, la relación de Whitman con Duckett, aunque intensa, acabó mal.
 
En los cuadernos, Bill nunca afirma rotundamente que llegara a mantener relaciones sexuales con Walt Whitman, pero lo deja entrever. Por otro lado están las propias anotaciones del poeta, en las que afirma que los dos lo compartían todo. Décadas más tarde, en 1923, su discípulo Edward Carpenter llegaría a afirmar que Whitman le había realizado una felación cuando era joven, en 1876. “Él se acurrucó a mi lado –dijo en una entrevista- y me besó la oreja. Su barba me hacía cosquillas en el cuello. Olía como las hojas, los helechos y la tierra del bosque otoñal. Allí me quedé tumbado, a la la luz de la luna que entraba por la ventana, y me entregué a las caricias maravillosas del amante.... Al fin su mano se movía entre mis piernas y su lengua en mi ombligo. Y luego, cuando él estaba haciéndome cosquillas, justo detrás de las pelotas, y no pude aguantar más. Su boca se cerró justo encima de la cabeza de mi pene y pude sentir mi joven vitalidad fluyendo en su vejez”. Carpenter, al igual que el escultor Sidney Morse, llegaron a coincidir en que Whitman estaba atado a una religión en la que comulgaba con los cuerpos de los muchachos.
 
LA SIEGA DEL HENO
Aunque pocos años antes de fallecer la parálisis había dejado postrado a Whitman casi por completo, él y Pete Doyle siguieron en contacto hasta la muerte del poeta, en 1892. Sin embargo, desde 1881 hasta 1885, año en el que desaparece Catherine, la madre de Doyle, no hubo correspondencia alguna entre ambos. Durante sus últimos cinco años de vida, el escritor publica Ramas de Noviembre (November Boughs), Adiós Fantasía (Goodbye My Fancy) y la última edición de Hojas de Hierba. Ante la ausencia de noticias de Pete, Whitman llega a considerarlo desaparecido, incluso a creerle muerto. Revisa, entonces, su testamento excluyendo su nombre de él. Pero poco antes de su muerte Pete le visita de nuevo y le explica los motivos de su ausencia.
 
Se trataba de los mismos motivos que expuso en su entrevista, cuando el que fuera conductor de tranvía hablaba sin tapujos del amor que había sentido por el difunto Walt: “En los viejos tiempos tuve siempre abiertas las puertas a Walt – yendo y viniendo, como yo elegí-. Ahora, tenía a la señora Davis (el ama de casa), una enfermera y todo eso... Luego tuve un impulso loco para ir a cuidarle. Yo era su enfermera ideal – él me entendía, yo le entendía-. Nos amábamos profundamente... Debería haber ido a verlo, al menos, a pesar de todo. Ahora lo sé... Pero está bien. Walt se dio cuenta de que nunca me desvié de él. Ahora lo sabe. Eso es suficiente".
 
Y añadió: “Tengo aquí mismo la manga de Walt. Ahora como entonces yo la agarro y la dejo caer… Él está de nuevo conmigo…  Nunca he perdido ni por un minuto a aquel hombre viejo. Él está siempre cerca… Cuando tengo un problema, yo me pregunto qué haría Walt y, entonces, sea lo que fuese, yo lo hago.”
 
Walt Whitman murió de tuberculosis el 26 de marzo de 1892, justo el año en que se conmemoraba el cuarto centenario del descubrimiento de América. Pete Doyle acudió a su funeral y siguió formando parte de su círculo de antiguos amigos, hasta que llegó la hora de su muerte, en 1907, a los 63 años, víctima de una enfermedad renal. Sus restos reposan junto a su hermano Edward en el Cementerio del Congreso de Washington. Walt Whitman fue enterrado en un mausoleo del Cementerio de Harleigh, en Camden, Nueva Jersey.
 
 


 
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