Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

Cuba Eterna
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 BANDERA DE CUBA 
 MALECÓN Habanero 
 *BANDERA GAY 
 EL ORIGEN DEL ORGULLO GAY 
 ALAN TURING 
 HARVEY MILK 
 JUSTIN FASHANU FUTBOLISTA GAY 
 MATTHEW SHEPARD MÁRTIR GAY 
 OSCAR WILDE 
 REINALDO ARENAS 
 ORGULLO GAY 
 GAYS EN CUBA 
 LA UMAP EN CUBA 
 CUBA CURIOSIDADES 
 DESI ARNAZ 
 ANA DE ARMAS 
 ROSITA FORNÉS 
 HISTORIA-SALSA 
 CELIA CRUZ 
 GLORIA ESTEFAN 
 WILLY CHIRINO 
 LEONORA REGA 
 MORAIMA SECADA 
 MARTA STRADA 
 ELENA BURKE 
 LA LUPE 
 RECORDANDO LA LUPE 
 OLGA GUILLOT 
 FOTOS LA GUILLOT 
 REINAS DE CUBA 
 GEORGIA GÁLVEZ 
 LUISA MARIA GÜELL 
 RAQUEL OLMEDO 
 MEME SOLÍS 
 MEME EN MIAMI 
 FARAH MARIA 
 ERNESTO LECUONA 
 BOLA DE NIEVE 
 RITA MONTANER 
 BENNY MORÉ 
 MAGGIE CARLÉS 
 Generación sacrificada 
 José Lezama Lima y Virgilio Piñera 
 Caballero de Paris 
 SABIA USTED? 
 NUEVA YORK 
 ROCÍO JURADO 
 ELTON JOHN 
 STEVE GRAND 
 SUSY LEMAN 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 
 
  Herramientas
 
General: TRES LEYENDAS DE LA CULTURA CUBANA, VÍCTIMAS DEL RÉGIMEN
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: CAMPESINO2  (Mensaje original) Enviado: 25/09/2022 16:36
 TRES LEYENDAS IMENSAS DE LA INTELECTUALIDAD 
CUBANA, FUERON VÍCTIMAS DE LA IGNOMINIA E INCOMPRENSIÓN
 
La negación de reconocer las parejas del mismo sexo lastró muchas relaciones de amor cómo la que sostuvieron durante décadas los pintores René Portocarrero y Raúl Milián. Ambos forman parte de la historia de la cultura de Cuba pero a su unión le fue negada la visibilidad social, legal y familiar. Cuando muchas personas ya reconocían a Portocarrero como un referente pictórico, el también pintor y pareja se le obviaba oficialmente para evitar el escándalo y era referenciado solamente como “un amigo”. Aunque no sufrieron la persecución de otros artistas por su homosexualidad tuvieron que vivir su relación en un “gueto gay” de bajo perfil marginal que llevó a Raúl Milián al suicidio en La Habana el 16 de abril de 1984. René Portocarrero quedó muy afectado y destruyó parte de su obra, un accidente tres años después le provoca la muerte por infarto.
 
EL CLOSET POLITICO
Hay un tema ausente, o al menos desconocido por mi, en la literatura cubana: la visión desde el clóset de un funcionario o personalidad vinculada al gobierno cubano, que por años no pudo declarar abiertamente su homosexualismo, aunque era evidente y todos lo sabían.
Asumir la identidad, desde el punto de vista de la preferencia sexual, se convirtió en una causa de disidencia en Cuba.
No siempre fue necesario aparentar lo contrario —también desde el punto de vista sexual—, sino convencer de que se era revolucionario. Aunque a nadie se le permitió gritar a los cuatro vientos que era maricón, a un grupo privilegiado se le permitió serlo sin problema.
 
Mientras abundan los relatos de los que sufrieron persecuciones y fueron marginados, merece también una novela la descripción de las complejidades y los temores de quienes disfrutaron de los beneficios del poder, pero al mismo tiempo sabían que su “defecto” podría ser esgrimido en cualquier momento, para ponerlos en apuro o arrancarles sus privilegios. Si alguien se decide a escribirla —o ya lo ha hecho—, tendrá que realizar una narración en varios planos. Sólo la ficción es capaz de mostrar la historia de una conducta que, de otra forma, se inclina a ser juzgada de hipócrita, cobarde y astuta, según el punto de vista de quien la escriba.
 
No me refiero simplemente al escritor, artista o funcionario que en determinado momento cayó en desgracia por sus preferencias sexuales para luego ser “reivindicado”. Hablo del recuento de lo ocurrido al que nunca molestaron, que vivió de forma escurridiza aceptando una dualidad más o menos desafiante. Quien fue, al mismo tiempo, vencedor de las circunstancias y cautivo de no poder expresar a las claras su orientación sexual.
 
Pienso en los pintores René Portocarrero y Raúl Milián, caminando juntos por la calle 25 en El Vedado, cerca del restaurante La Roca; en Bola de Nieve, que incorporó en un arte único los gestos más estereotipados de lo que se llamó con sorna e hipocresía un “afeminado”; en Héctor García Mesa, siempre amable tras su escritorio modesto en la Cinemateca de Cuba. Homosexuales: todos parecían y todos lo eran; también todos lo sabían. No fueron obligados a un matrimonio convencional, nunca tuvieron que fingir la voz o enderezar la mano. Representaron la discreción apenas contenida. Al final, la loca de Coppelia les ganó la partida literaria.
 
Enfermos o depravados
La represión a los homosexuales en Cuba tiene dos características que con frecuencia se confunden. Una es la más conocida: la persecución al ciudadano por sus preferencias sexuales. En esto el gobierno de la isla no se diferenció de otros regímenes totalitarios. Hitler, por ejemplo, mandó a los campos de concentración a la mayoría de los homosexuales alemanes, quienes anteriormente habían conocido una época de abierta libertad sexual durante la República de Weimar. La creación de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) representó el ejemplo clásico, pero no el único: las condenas a prisión, las redadas, las vejaciones y las expulsiones se extendieron por un período que abarca antes y después de la existencia de la UMAP.
 
Durante los años de persecución declarada, predominaron dos actitudes ante los homosexuales: la línea dura consideraba que eran depravados; la vertiente liberal argumentaban que eran enfermos. En ambos casos, el Estado se consideraba en la obligación de actuar contra la “anormalidad”. El cambio vino no por voluntad gubernamental, fue impuesto por las circunstancias.
 
En la crisis del Mariel, declararse homosexual —fuera verdad o mentira— equivalía a ser expulsado del país. Fue en ese momento que los maricones le ganaron la batalla a Fidel Castro. Hasta entonces el gobierno había intentado “curarlos” o “reformarlos”. De ahí en adelante se declaró vencido.
 
Al igual que en otros gobiernos totalitarios, la persecución homofóbica en Cuba tuvo su origen en un objetivo unificador —el afán en acabar con lo diferente—, pero también fue guiada por esa evaluación machista que caracteriza al homosexual como un “enfermito”, alguien fácil de aniquilar o doblegar. Resultó todo lo contrario. En cuanto a cifras y alcance, ningún movimiento opositor ha logrado superar a los homosexuales en su tenacidad y resistencia.
Cientos de presos políticos se acogieron a los planes de “reeducación”, miles de desafectos optaron por la prudencia, millones de inconformes prefirieron callar. Las locas, sin embargo, demostraron ser incurables e irreducibles.
 
Todos los homesexuales son iguales, pero ...
El alcance de la victoria fue más allá de un triunfo frente a la revolución. Implicó un cambio en la escala de valores de los cubanos. En una sociedad tradicionalmente machista, muchos fingieron “partirse” con tal de abandonar la isla. Ser “afeminado” pasó de ser un estigma a convertirse en un privilegio. A Castro no le quedó más remedio que pactar. Pero el cambio de actitud que implicó ese pacto dejó fuera el segundo aspecto de la represión homofóbica.
 
La segunda característica de esta represión es que no fue —y no es— hacia todos los homosexuales, sino entre los homosexuales. En este caso, la fidelidad o vinculación con el régimen fue utilizada como patente de corso. Parodiando una frase muy repetida, “todos los homosexuales eran iguales, pero habían algunos más iguales que otros”.
Así existieron determinados refugios, sobre todo en los organismos culturales, como La Casa de las Américas, el ICAIC y el Ballet Nacional. Se consideraban “nidos de locas”, pero también sitios vedados.
 
De esta forma se estableció una dicotomía que despertó odios y rencillas, los cuales fueron explotados por Castro. A veces la dicotomía adquirió un extraño matiz familiar. A comienzos de los años setenta, la Escuela de Psicología era dirigida por Juan Guevara.
En ese centro docente, ser homosexual era causa de expulsión, tanto para estudiantes como para profesores. Si se demostraba que alguien prefería hacer pareja con el mismo sexo —sobre todo en el caso de los hombres— se le separaba de inmediato del resto: por “enfermo”, “degenerado” y “desafecto”; la trinidad castrista del machismo revolucionario contra un “mal” peligroso y contagioso.
 
Entre el conjunto de tests que integraban la batería de pruebas psicológicas, a que era sometido todo aspirante, estaban varias que intentaban medir las preferencias sexuales. Cualquier sospecha que arrojaran las prueba determinaban un veto.
 
El criterio era “científico” e ideológico al mismo tiempo, pues además de las pruebas todo estudiante era sometido a una entrevista de evaluación mental y política.
 
El proceso de selección era casi infalible. Los pocos casos que lograron burlarlo no por ello estaban seguros. Durante esos años se realizaron dos expulsiones. Una, de un profesor, militante comunista y cercano colaborador del director. La otra de un estudiante, hijo de un famoso mártir revolucionario. En ambos casos se ocultaron los motivos de la separación.
 
En las dos ocasiones la condición homosexual pesó más que las razones políticas. Pero lo mismo no ocurría en otras instituciones.
 
Al mismo tiempo que la Escuela de Psicología —e igual criterio se aplicaba en toda la Universidad de La Habana— alardeaba de estar cerrada a los homosexuales, el hermano del encargado de ese plantel educativo constituía el paradigma del homosexual integrado al régimen: Alfredo Guevara.
 
Desde su cargo de director del ICAIC, Alfredo Guevara amparó a un gran número de homosexuales, que de lo contrario hubieran sido marginados o encerrados. De todos los “nidos de locas”, el ICAIC fue el más famoso y el de mayor incidencia en la cultura nacional. El Ballet Nacional mantuvo siempre su alcance minoritario —pese a las apariciones de Alicia Alonso vestida de miliciana— y siempre se consideró un mundo aparte.
 
Esta historia de dos hermanos ejemplifica las diferencias entre ser homosexual en el lugar adecuado y serlo en el lugar erróneo.
 
Otro aspecto caracterizó las diferencias entre la Escuela de Psicología y el ICAIC. Mientras la primera pertenecía a un organismo rector, la Universidad de La Habana, y posibilitaba menos restricciones a sus miembros, el segundo era una entidad autónoma y exigía una fidelidad absoluta.
 
El homosexual “respetado” ejerció una doble función: su impunidad era a la vez un privilegio y una burla. Despertaba el desprecio, pero también la envidia a los ojos del militante de esquina, machista y resentido. Simbolizaba una esperanza torcida para el otro, el que compartía con él igual orientación sexual pero que se veía excluido por criterios políticos.
 
Para muchos homosexuales, la disyuntiva no fue entre ser “macho” o ser “loca”, sino entre ser un revolucionario “pasivo” o “activo”. Fue por ello que la homosexualidad actuó como un intensificador de las actitudes revolucionarias y contrarrevolucionarias.
En algunas esferas del campo cultural —a diferencia de lo que ocurría en la educación y el ejército, por ejemplo— la orientación política expresada en la fidelidad absoluta al responsable del organismo —y no la sexual— fue el criterio definitorio.
 
Represión sexual y política
Desvirtuar la razón política de la represión homosexual continúa siendo el instrumento preferido por el régimen de La Habana para hacer borrón y cuenta nueva sobre las causas que llevaron al ostracismo, el encarcelamiento y la expulsión del país de muchos creadores.
 
A Lezama Lima y a Virgilio Piñera no se les marginó sólo por ser homosexuales: esa fue la justificación que aún hoy usan los funcionarios del gobierno cubano. Se les echó a un lado por su pasividad política, que fue otra forma de rebeldía. Esa fue la causa principal y no la secundaria.
 
El problema es que esta diferencia de causas sólo es válida para establecer que la represión homofóbica no fue siempre indiscriminada sino selectiva. No sirve sin embargo como criterio ideológico. Como ya se ha señalado al hablar del éxodo del Mariel, el carácter homosexual se convirtió en una fuerza tenaz de oposición al castrismo.
Las implicaciones de este hecho trascienden el proceso revolucionario y aún no han sido completamente analizadas.
 
Dentro de la cultura y la historia cubana, el paradigma opositor siempre adquirió un carácter en que lo varonil se medía con la vara del machismo. Antonio Maceo —El Titán de Bronce, una exaltación que cierra el camino a cualquier flojera— lo ejemplifica mejor que cualquier otro héroe; incluso para quienes exploran una caracterización más ambigua o invertida, o al menos dedican su imaginación a jugar con la imagen más representativa de la hombría tradicional del guerrero: su amistad con Panchito Gómez Toro, el encuentro con Casal.
 
Por otra parte, el homosexual siempre fue estereotipado como “débil” y cobarde. Para el pensamiento tradicional —revolucionario o contrarrevolucionario— resultó difícil de asimilar que la loca fuera más resistente que el macho: hay que volver la vista a los años setenta y ochenta para comprender la importancia que ha significado incorporar a la galería patriótica a Reinaldo Arenas.
 
Al tiempo que la dureza homosexual impidió su eliminación, en algunos casos posibilitó ser utilizada. Durante muchos años —en Cuba y en otras partes del mundo— la sociedad obligó al homosexual al juego de las apariencias. Algunos lo convirtieron en un arte, otros en un medio para escalar posiciones.
 
El gobierno cubano —al igual que muchos otros— se ha servido de las preferencias sexuales como una forma de chantaje. Es por eso que falta por leer la historia de quienes sufrieron o disfrutaron de ese chantaje. Al igual que el homosexualismo rebelde no puede ser contado por un protagonista único, la escala de los asimilados va del colaborador al sumiso.
 
La rebeldía tuvo su contrapartida en la sumisión absoluta. Si el homosexual rebelde y declarado fue contrarrevolucionario por partida doble, el que prefirió el camino de acatarlo todo tuvo que fingir al cuadrado, luchar por mantener su fidelidad a un sistema que por principio lo excluía. Analizar esta sumisión no debe excluir la valoración de un sentimiento sincero: el homosexual que creyó en la revolución. Sólo que resulta muy difícil de mantener la creencia cuando el sistema social dicta normas que convierten al creyente en un paria. Algo similar a lo que debe ocurrir a todo homosexual católico.
 
Llama la atención que no esté presente —o al menos no abunde— esa visión del participante-exluido, ahora que el régimen promulga no condenar el homosexualismo. Repito que no se trata de la historia de una víctima reivindicada. Es el ocultamiento necesario para sobrevivir lo que espera su turno literario. ¿Será que ningún homosexual fue verdaderamente revolucionario? Quizá el temor fue tan grande que impidió el atreverse a narrar esa historia de falsedad y complacencia encerrada, y ahora ya resulta demasiado tarde.
 
La Ciudad de Portocarrero
El pintor cubano René Portocarrero (1912 – 1985) es uno de los máximos exponentes de las artes plásticas en esta isla del Caribe durante todo el siglo XX. Fue un pintor que jamás quiso vivir fuera de su país, pese a que por un lado alcanzó el reconocimiento internacional y que por otro su vida no fue fácil en Cuba, teniendo en cuenta las condiciones económicas del país y su abierta homosexualidad. De hecho, nunca negó que vivía en pareja con otro pintor cubano, Raúl Millán.
 
Y es que su opción sexual no estaba bien vista por el régimen de Fidel Castro, ni en general por la gran mayoría de la sociedad cubana. Pese a ello, con el paso del tiempo el pintor ha ido ganando más y más prestigio en la isla, e incluso en el año 2012 se realizó una importante exposición retrospectiva de su obra con motivo del centenario de su nacimiento en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana.
 
Toda esa producción pictórica se basó en la realización de extensos ciclos temáticos. Uno de ellos era las imágenes de interiores del Cerro, una localidad a las afueras de La Habana, donde nació el propio Portocarrero.
 
CON INFORMACIÓN DE INTERNET
©CUBA ETERNA GABITOS


Primer  Anterior  2 a 2 de 2  Siguiente   Último  
Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: CAMPESINO2 Enviado: 25/09/2022 16:42
De izquierda a derecha el pintor René Portocarrero, 
el poeta José Lezama Lima, el pintor y pareja de Portocarrero, Raúl Milián y el escritor Eugenio Florit.


 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados