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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 07/02/2023 14:04
Una 'mipyme' privada abre una tienda en el Miramar Trade Center de La Habana
Llega la 'grocery' a Cuba, con leche francesa a 500 pesos y comida para perros a 20.000

 AQUÍ, NI PAN CON AZÚCAR
JUAN DIEGO RODRÍGUEZ
En la fachada se lee la palabra inglesa "Grocery" y la cola se extiende a las afueras del pequeño mercado privado recién inaugurado en la planta baja del Miramar Trade Center de La Habana. Entre oficinas de aerolíneas, compañías extranjeras y sucursales bancarias, la tienda Pelegrin, gestionada por una mipyme, reunía este lunes más curiosos que potenciales clientes.
 
"¿Y esa leche? ¿Cuánto vale?", preguntó una mujer a un joven que salió del local con dos tetrapak del producto que llevaban un sello con los colores de la bandera francesa y la aclaración "Entier". Bastó la respuesta de "500 pesos cada una" para que un murmullo de indignación recorriera la fila. A pesar del elevado precio, nadie se movió del lugar hasta poder acceder al mercado.
 
"Me enteré porque leí en internet que habían abierto esta mipyme", explicó una mujer que compró unas galletas dulces con sabor a vainilla. "Me dijeron que estaba surtido pero no es para tanto. Hay más que en las tiendas estatales en pesos cubanos pero tampoco es que sea una maravilla. Creo que se les ha ido la mano con los ceros a la derecha", opinó sobre los precios.
 
Las pequeñas empresas particulares dedicadas a la venta de alimentos importados se han hecho notar en los últimos meses en Cuba con mercancías que traen desde países del área, como Panamá, Colombia, México o República Dominicana. Ante la baja productividad de la industria nacional, cervezas, maltas, refrescos y golosinas de marcas extranjeras trazan el camino del comercio particular.
 
El fenómeno no ha escapado del humor popular que ya ha reinterpretado las siglas que conforman micro, pequeña y mediana empresa [mipyme] con el acrónimo de mercados de importaciones a precios altos y manicheados [manejados] por el Estado. Hasta el momento, la nueva forma de gestión, que se presenta en el discurso oficial como la clave para salir de la crisis, parece tener más de reventa que de producción de bienes.
 
De ahí que nadie parecía sorprendido este lunes en Pelegrin de que los paquetes de 280 gramos de galletas soda costaran 335 pesos. El precio no provocó grandes aspavientos porque "los cuentapropistas las tienen más cara", sentenció un hombre que calculó que cada uno contiene 15 sobres con tres galletas en su interior, a "22 pesos cada paquetico y a 7 cada galleta".
 
La tienda cuenta con una zona pequeña para atender a los clientes, pero tras los cristales se divisa un amplio almacén donde acumulan la mercancía que comercializan. "La cafetería de los bajos de mi casa en Centro Habana está mejor surtida pero es verdad que aquí está un poco más barato, pero ya llegar hasta este lugar cuesta la diferencia", subrayó un hombre que estaba "de casualidad" en el Miramar Trade Center averiguando por un boleto de avión hacia Panamá.
 
Entre los productos más caros de Pelegrin, destaca un saco de 35 libras de comida seca para perros, una mezcla de salmón y papa, por la friolera de 20.600 pesos. El producto, de la marca Kirkland que comercializa la cadena internacional de hipermercados Costco, lleva el membrete de "Made in USA" y ha sido importado a un país donde las tiendas oficiales, especializadas en el sector, no venden alimento para mascotas hace más de un año.
 
El husky siberiano impreso en el envase parecía mirar esta mañana con cierta arrogancia a los clientes que abrían la boca frente al mostrador del mercado al saber el precio, más del triple de lo que cuesta en las tiendas de la cadena estadounidense, si se calcula a la tasa oficial del cambio del dólar en Cuba. “Esto es una animalada, nunca mejor dicho”, concluía una anciana.
 
"Ni mi perro sato se parece a ese ni yo voy a gastar la mitad de un año de mi salario en comprarle esa comida. Que siga comiendo sobras y lo que aparezca", espetó otro cliente que, al final, solo adquirió una lata de Coca Cola importada por 155 pesos. “Creo que a esto le pusieron ‘Grocery’ afuera para que la gente no lo vaya a confundir con una tienda estatal”, añadió antes de salir del local.
 
El uso de la palabra en inglés, en lugar de sus variantes hispanas de "tienda de comestibles" o "bodega", no resulta casual. Ambos términos españoles están marcados en la Isla por la sombra negativa que más de 60 años de mercado racionado y centralismo han proyectado sobre el comercio. El término foráneo podría buscar alejarse de lo conocido y evocar otra modalidad de bazar más surtido y eficiente.
 
Pero llámese como se llame y en la lengua que sea, Pelegrin tiene precios que triplican al de una caja de leche en Madrid o al del alimento para mascotas en Miami. Como otras tiendas gestionadas por mipymes, parece estar orientada a una clase social con suficiente dinero como para dejarse en un diminuto vaso de yogur unos 180 pesos, el salario diario de un ingeniero.
 
AQUÍ, NI PAN CON AZÚCAR
La historia de Rafa y su mujer se multiplica en miles de hogares cubanos, donde los mayores optan por pasar hambre para que sus niños sufran un poco menos.
 
Rafael recuerda con nostalgia, y casi saboreándose, los días de su infancia en pleno Período Especial, cuando llegaba a su casa hambriento, después de horas de mataperrear, y se iba directo a la cocina, agarraba un pan, abría el tambuche de azúcar y sobre la masa espolvoreaba tres, cuatro, cinco cucharadas del dulce. Se lo comía en un santiamén, lo desatascaba con un vaso de agua y de nuevo a mataperrear.
 
Me cuenta su historia porque reconoce que sus dos hijos están pasando hambre. “Ellos no lo dicen, y se conforman con lo que su mamá y yo podemos darles; pero cuando me pongo a comparar, me doy cuenta de que ellos tienen menos de lo que tuve yo, y eso me parte el corazón”, lamenta.
 
Rafa compra diariamente una bolsa de pan que le cuesta 250 pesos. Trae ocho panes pequeños, de esos que hay comerse dos para sentirse más o menos satisfecho. Destinan cuatro al desayuno de la familia y los otros cuatro a la merienda de sus hijos en la escuela, dos para cada uno.
 
“Podría ser uno para cada uno y así ahorramos algo; pero aguantar con un pancito en el estómago el día entero no es fácil. Nos da lástima. A veces mi esposa y yo no desayunamos para que ellos tengan merienda cuando vengan de la escuela porque llegan ‘fachaos’ (con mucha hambre)”, afirma.
 
La historia de Rafa y su mujer se multiplica en miles de hogares cubanos, donde los mayores optan por pasar hambre para que sus niños sufran un poco menos. Sin embargo, el único dilema no es conseguir el pan. A veces simplemente no pasa el vendedor porque no se consiguió la harina, o la levadura que entró era de tan mala calidad que solo sirvió para elaborar el pan normado, pero no el que se vende tan caro en el mercado negro.
 
Si el vendedor desaparece por varios días, la gente sabe que, cuando vuelva, la misma bolsa de ocho panes estará más cara.
 
“La he pagado hasta en 350 pesos. Ahora mismo el vendedor que pasa por mi cuadra la tiene en 300”, asegura Beatriz Carmona, madre de dos niños que cursan la escuela primaria. “A veces me desespero porque una bolsa de pan en mi casa no dura nada. Ellos siempre tienen hambre. Yo sé que es la edad, pero me llevan de la mano y corriendo.   Aquí en la Habana Vieja los vendedores tienen los precios por las nubes. Como ven que esto está de nuevo lleno de extranjeros, se hacen la idea de que una va caminando y los dólares caen de los balcones”.
 
El incremento de turistas en el Centro Histórico no ha hecho ninguna diferencia en el poder adquisitivo de Beatriz, que trabaja para el estado y cobra 3 600 pesos mensuales para mantenerse ella y a sus dos hijos. A veces gana un extra, pero eso no significa que pueda darse gustos. La mujer lamenta que antes se podía comprar algún dulcecito, pero ahora una tortica de morón cuesta ochenta pesos.
 
“¿Tú sabes lo que es eso? Yo y mis hermanos crecimos comiendo torticas, era lo más normal del mundo. Ahora una sola, que tampoco es la delicia ni mucho menos, me cuesta una fortuna. Es inconcebible lo que pasa en este país”.
 
Beatriz recuerda cómo en su época de estudiante universitaria —no tan lejana— compraba diez torticas de morón en la dulcería “San José”, al final del bulevar de Obispo, donde costaban 0.10 centavos CUC, y con eso se mataba el hambre, a la vez que disfrutaba de un postre que le fascina desde la infancia. Hoy no puede recordar la última vez que compró dulces para ella y sus niños. Ni siquiera puede hacerlos en casa porque el azúcar de la cuota no alcanza.
 
Desde hace meses los retrasos e irregularidades en la entrega del azúcar —refino y crudo— por la cartilla de racionamiento golpea duramente a los cubanos, que se han visto obligados a incurrir en un gasto extra para endulzar el café, la leche o el jugo del desayuno, cuando hay.
 
“El bodeguero siempre tiene azúcar blanca, a cien pesos la libra, pero hoy mismo la tiene a 120, y no queda más remedio que comprarla”, cuenta Silvina Duarte, amante de la repostería, que cada día ve más reducidas sus posibilidades y gustos. La señora, que presume de haber comido dulces de todo tipo y a sus 76 años tiene la glicemia “en talla”, confiesa que nunca pensó que la crisis cubana llegaría a los campos de caña.
 
“Mi padre decía que en un país las cosas van mal de verdad cuando falta el pan, pero yo en el caso de Cuba diría también que cuando falta el azúcar.  Sin esas dos cosas, tú puedes decir con seguridad que este país se jodió”.
 
La conclusión de Silvina coincide con la de Rafael, varias décadas más joven, aunque él pertenece a la generación que entiende que Cuba comenzó el proceso de autoaniquilación cuando se dejó arrancar las libertades individuales. A Silvina le duró un poco más la visión romántica sobre el proceso revolucionario; pero ambos, desde sus respectivas experiencias, entienden que una mesa donde falta el pan es la más pobre sobre la faz de la tierra, y que el país que alguna vez fue primer productor y exportador de azúcar en el mundo tiene que estar hundido sin remedio cuando ni siquiera puede garantizar dos libras por consumidor, una vez al mes.
 
 



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