Sería alrededor de las ocho, en el ocaso de la tarde. Llevaba unos días sin regresar a casa y le pregunté a mi vecina por la corriente. Me respondió que no, que por estos días no hubo apagones y aprovechó para bromear y pedirme que, por favor, no se la quitara, que cada vez que vengo la espanto.
Nos reímos y como si hubiéramos invocado al apagón todo quedó de inmediato a oscuras. La risa se transformó en una mueca de disgusto y para consolarla le dije que pronto se acabarían, que los rusos nos enviarán el petróleo que necesitamos. Le expliqué algunos detalles que captaron su interés, pero eso sí, le advertí que nada iba a ser gratis, tendremos que jugar el papel de ramera.
Lo último no pareció importarle porque al cubano promedio no le interesa tanto la libertad y la soberanía como sí el hecho de tener un alivio para sus penurias.
Recuerdo en el 2020 que el estado de opinión general era el deseo de que Biden resultara electo con la promesa de retomar la política de Obama de eliminar restricciones. Yo mismo no pude evitar sentirme aliviado con la victoria del partido demócrata. Sucede que a veces preferimos un alivio fugaz que el parto doloroso de la libertad.
Y si este escribidor, que ha llegado a un grado de conciencia cívica no pudo evitar sentir la esperanza de un Zanjón ¿qué queda para el cubano promedio víctima de un daño antropológico irreversible, al menos en las actuales generaciones?
Por suerte ya tenía la comida hecha y me limité a bañarme, comer y jugar un poco de ajedrez con la aplicación que instalé en el móvil. Hace unos años era un apasionado de los trebejos y obtuve algunos logros mediocres en torneos del juego ciencia, pero ese es otro tema.
El asunto es que como la corriente no vino hasta la medianoche y me cansé del ajedrez comencé a meditar en la situación actual.
Sentí miedo con mis conclusiones. Un miedo racional de que Cuba se convierta en una base militar rusa cuyo perjuicio será exclusivamente para el pueblo cubano.
Todos saben por estos días de las idas y venidas de diplomáticos rusos y cubanos para tratar asuntos específicos que no se le informan al pueblo. Eso sí, se sabe de colaboraciones en el terreno económico, financiero, comunicacional, político y militar.
Ya estamos presenciando la entrega de grandes extensiones de tierra en usufructo por 30 años a inversores rusos.
El aspecto militar es preocupante. La cooperación con Rusia permitirá la creación de bases militares en territorio nacional que no descarta la posible instalación de misiles nucleares y/o el envío de militares cubanos a la guerra de Ucrania.
A grandes rasgos, se observa venir la presencia rusa en casi todos los sectores de la sociedad cubana, incluyendo el idioma y la moneda.
El régimen, para asegurar su permanencia en el poder, está dispuesto a entregar la Isla y ponerla en peligro de una confrontación directa con los Estados Unidos de América.
Otra lectura simultánea podría ser que el PCC esté jugando la carta de chantajear a la administración Biden para que a cambio, y con la condición de alejar la presencia rusa, este le brinde algunas concesiones a la dictadura.
Los rusos saben perfectamente que en términos económicos Cuba no es rentable, sin embargo, en un contexto internacional adverso, donde el gobierno ruso se ha convertido en un paria tras su ya fracasada invasión a Ucrania y sobre Vladimir Putin pesa una orden de arresto de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra, le resulta muy conveniente tener un satélite a pocas millas de su principal enemigo.
Y todo eso lo pueden obtener a cambio de un poco de petróleo y otras migajas que aplacarán la sed de libertad del pueblo cubano, que no sabe ni entiende que ser la ramera de Rusia en Latinoamérica nos podría traer consecuencias lamentables.
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