Si la victrola cubana tiene un ídolo perdurable más allá de su existencia misma, ese es Vicentico Valdés. Y en el caso específico de su carrera musical, la victrola, como ente diseminador de música, tuvo una importancia crucial. No hay cubano que exhiba canas, que no recuerde emocionado la voz de Vicentico desparramada por las calles, más allá de los límites de los bares y las bodegas que acogían a aquellos artefactos sonoros que el cubano bautizó como traganíqueles, porque una moneda de cinco centavos (o nickel) era capaz de poner en marcha una avalancha de vivencias sentimentales atiborradas de amor, desengaño, frenesí o despecho; o de guaracha franca y bailable, sin cabida para el desaliento o la amargura. La relación de la victrola con Vicente fue peculiar, diría que marcada, en cierta medida, por lo inusual, pues los boleros que cantaba el cubano se distinguían entre muchos de los llamados “boleros victroleros” o “boleros cortavenas”, donde no siempre los textos acusaban una poética atendible, ni su música denotaba una elaborada o renovadora construcción. Más allá de su interpretación singular y sentida, de ese fraseo que hacía trizas el tiempo de las palabras y su timbre raro y poderoso, Vicentico destacaba como pocos por una atinada selección de un repertorio, que en su momento llegó a recoger obras de compositores que representaban la vanguardia de la canción cubana y latinoamericana. Estando ya en lugares importantes dentro de la música latina que se originaba en Nueva York, Vicentico no sólo acogió las canciones de los entonces emergentes compositores del feeling, sino que supo comprender su significado de trascendencia y cambio en el cancionero de habla hispana.
Contrario a lo que muchos estudiosos afirman fuera de Cuba, Vicentico fue inmensamente popular entre sus coterráneos isleños, pero esencialmente como el bolerista peculiar e icónico que fue, pues es ésa la faceta de su vida musical conocida que recibió los mayores elogios y por la que ha tenido legiones de adoradores en su país natal, donde muy pocos alcanzaban a conocer o recordar su labor como sonero, cantante de danzonetes o guarachero. No por gusto la radioemisora cubana COCO El Periódico del Aire mantuvo durante muchos años un espacio permanente dedicado a Vicentico. Si a esto se suma el detalle no desdeñable de que Vicentico Valdés vivió la mayor parte de su vida en Estados Unidos, no en Cuba, entonces, no cabe duda: estamos ante el fenómeno inusual de un profeta en su tierra, quien no vio disminuido su éxito por el escaso contacto directo que tuvo con su público cubano: lejos de ello, cada grabación que circulaba en la Isla, acrecentaba su popularidad, dejando una huella honda en el imaginario popular que aún no se borra, ni se olvida. En paralelo, Vicentico fue construyendo, con persistencia y creciente calidad, una carrera ultramarina, un lugar de ídolo de hondo calado en la comunidad latina en Estados Unidos y otros países que, al decir del cronista Max Salazar, lo identifica, más allá de su incursión orgánica en otros géneros, como una especie de Frank Sinatra latino, unido sin fisuras a las palabras amor, romance, ternura.
Tuvo que pasar tiempo para que muchos de mi generación –me incluyo- aprendiéramos no sólo a valorar, sino también a disfrutar la voz de Vicentico. Llegó a ser tan popular, tan venerado al nivel de la victrola del bar de la esquina donde cualquier parroquiano podía pedir un trago y sentarse a vacilar su voz afinada y melosa, sin esconder un rescoldo de guapería y desafío, que ciertos guardianes de la estética se apresuraron en etiquetar su estilo como cursi, ante la avalancha sesentera de canciones de muy diverso signo y procedencia, donde la profundidad y el compromiso social en las letras y las complejas armonías y nuevos modos de hacer y cantar, ponían a la canción en el ámbito del pensamiento social, de análisis y reflexión, además del disfrute. Y hubo momentos en que asegurábamos, errados como estábamos, que diferentes miradas hacia la canción no podían coexistir y que sólo lo profundo, lo que hablaba de políticas e ideologías, era válido. Pero los boleros de Vicentico resistieron y perduraron mucho más de lo que podíamos imaginar y hoy se redescubren como quien cata un ron añejo o un vino debidamente envejecido. Debió intuír que así sería: quienes le conocieron cuenta que desde su Nueva York de adopción le interesó siempre que sus temas sonaran y gustaran en Cuba, aunque viviera donde viviera; se aseguraba de que su disquera Seeco, sus editores y hasta él mismo enviaran sus discos a las radioemisoras cubanas. Lázaro Montero, uno de los fundadores de Los Bailadores de Jazz de Santa Amalia y asiduo al Gato Bar, uno de los sitios donde recalaban los fanáticos del jazz y el feeling en los años cincuenta, afirmaba que Vicentico enviaba al dueño del minúsculo bar de Zanja y Belascoaín desde Nueva York y de manera regular los discos suyos que iban saliendo, como mismo hacía con otros amigos propietarios de sitios similares.
Vicentico era habanero, del barrio de Cayo Hueso, nacido en la calle Espada, según algunas fuentes. La mayor parte de los escritos biográficos sitúan con ambigüedad su nacimiento el 13 de diciembre de 1919 y el 10 de enero de 1921; sin embargo, los documentos de inmigración y naturalización en Estados Unidos indican que vino al mundo el 10 de diciembre de 1918. Ramón y Amparo, sus padres, lo fueron también de otros grandes y destacados músicos cubanos: el cantante Alfredito Valdés (La Habana, 1908-Nueva York, 1988); los percusionistas Marcelino y Oscar Valdés. (Esta venerable familia de músicos Valdés no tiene nada que ver con otra no menos venerable para la música: la que encabeza el patriarca Ramón Bebo Valdés, padre de Chucho).
Vicentico demuestra muy temprano su inclinación por la música; en los años dorados del son seguía a su propio hermano Alfredito, a Cheo Marquetti y a Abelardo Barroso. Sus inicios musicales, por tanto, están totalmente ligados al entorno de los sextetos y septetos: el relevante cronista e investigador newyorrican Max Salazar sitúa a Vicentico Valdés debutando con el Sexteto Nacional en 1930. Otro importante investigador, Jesús Blanco Aguilar, comenta que en 1931 Alfredito León crea el Septeto Orbe, donde Vicentico compartía la parte vocal con Marcelino Guerra Rapindey, también en la guitarra y asumiendo la voz segunda, pero esto es poco probable, ya que, de haber nacido en 1918, Vicentico contaría en la fecha de creación de ese septeto, sólo 12 años! La misma fuente indica que el propio Alfredito León crearía en los 40 otra formación similar: el Septeto Los Leones, en el que señala a Vicentico como voz prima y claves, junto al tresero Cristóbal Dobal y otra vez, Marcelino Guerra. Algo similar ocurre cuando Max Salazar sitúa el inicio de la carrera musical de Vicentico en 1930, a raíz de la muerte inesperada de Cheo Martínez (él indica el apellido Jiménez), cantante del Septeto Nacional, durante la travesía que llevaría a esta agrupación a España para participar en la Feria Internacional de Sevilla. La Feria transcurrió en el año 1929, por lo que Vicentico tendría a lo sumo 11 años de edad. ¿Habrá sido un niño precoz para el canto? Quizás la confusión venga de la comprobada filiación de su hermano Alfredito a esta agrupación en años posteriores, aunque Cristóbal Díaz Ayala, en afirmación más atinada, indica que Vicentico cantó por corto tiempo y recomendado por Alfredito su hermano en el Segundo Septeto Nacional. Los inicios soneros de Vicentico se asocian también, según algunas fuentes, a su paso por el Sexteto Jabón Candado y a la invitación que, a los 18 años, en 1936, le hiciera su hermano Alfredito para cantar “Flor de Ausencia” con la orquesta de Cheo Belén Puig, en la habanera radioemisora CMQ, formación en la que poco tiempo después sustituiría a su hermano también por pocos meses. En su edición del 27 de octubre de 1937, el Diario de la Marina lo anunciaba como “el nuevo cantante” de esta orquesta, que se presentaría el siguiente 6 de noviembre en el Palacio Guasch, en Pinar del Río.
De estos tiempos, probablemente, datan las grabaciones que realizara junto a Marcelino Guerra “Rapindey” integrando el Trío Criollo y que fueron publicados en Estados Unidos por el sello Varsity, al parecer en 1940. Se trata del bolero-son Amor inolvidable y Como me haces mal (Varsity 3019); la guaracha Perillan y Sol de Libertad, clasificado como afro-cubano (Varsity 3018), todos de la autoría de Guerra y Julio Blanco.
Vicentico, sin saberlo, va acopiando experiencia diversa al pasar por septetos y conjuntos, cantando sones, danzonetes y guarachas. En mayo de 1939 ya se le ve en el cine-teatro Tosca junto a Emilio de los Reyes, como cantante de la orquesta Cosmopolita, una formación estilo jazz band liderada por el saxofonista Vicente Viana, que había sido fundada un año antes, en 1938. Canta de manera regular, entre bailes y fiestas, con ésta y otras agrupaciones en la emisora RHC Cadena Azul y allí donde sea posible. En 1940 él y su hermano Alfredito son los cantantes de la Cosmopolita.
A México!
Como otros músicos cubanos en la época, decide probar suerte en México, a donde viaja en 1944 y trabaja con numerosas formaciones y en todos los sitios donde puede. El músico mexicano Julio del Razo, lo vincula al SonCuba, grupo de cubanos donde el único mexicano era él, del Razo, cantando como segunda voz y tocando el tres: “Modesto Durán, un tumbador [cubano] que murió en Los Angeles, organizó el grupo, junto con Ramoncito Castro. Vicentico Valdés era el cantante. De bajista estaba Andrecito López Montenegro. El trompetista era un negrito cubano, Oscar O’Farrill “Florecita”, que vino aquí [a México] con el cuarteto Hatuey. Tocaba el clarinete Mariano Mercerón, que todavía no era conocido en México. Santos Carbó, a quien decíamos Gigí, era el pianista.” Del Razo describió al SonCuba como un grupo de “puras estrellas”. El SonCuba, cuando su cantante era Vicentico, estuvo contratado en el cabaret Montparnasse “lo que es hoy la Farmacia París, de las calles Cinco de Febrero y República del Salvador”, contaría Del Razo a la periodista Merry Mac Masters. Vicentico trabajaría también con las orquestas de Arturo Núñez, Rafael de Paz y Chucho Rodríguez. haciendo con ellas muchos programas de radio. Según los recuerdos de Chucho, la empresa del mismo Montparnasse contrató a Benny Moré para que cantara con él y su conjunto tropical, con el que ya trabajaban varios cantantes –Tony Camargo, Alfredito Valdés, Kiko Mendive-. “Alternaban los turnos de 45 minutos y al amanecer, todos iban al café a desayunar y charlar. Carlos Daniel Navarro “Lobo” –del binomio Lobo y Melón- y también protagonista de la historia entre músicos mexicanos y cubanos por aquellos años, menciona el nombre de Vicentico Valdés cuando se refiere a la época de oro de la música afroantillana en su país natal, México: “…fue cuando llegaron Vicentico Valdés, Benny Moré, Kiko Mendive y Mongo Santamaría…”. Luis Angel Silva “Melón” comparte también esta opinión, agregando otros nombres aún recordados por los mexicanos, como Miguelito Valdés, Antar Daly y Cheo Marquetti.
Estando aún en México, en 1946 y bajo contrato con el sello Peerles, Vicentico hace sus primeras grabaciones: sería un número importante de temas, esencialmente guarachas, sones y afros, cercano todo al estilo que había popularizado Orlando Guerra “Cascarita” en México. Dice mi gallo, Lo último, El tumbaíto y Shampú de cariño serán los primeros en registrarse, con Vicentico como voz principal de la orquesta de Rafael de Paz. Luego, con el Conjunto Tropical de Humberto Cané fija Tambó, Negra Triste, Con un solo pie y Bruca Maniguá. Ese mismo año graba también tres temas con la orquesta de Absalón Pérez: Consuélate, La Ola Marina y Me voy pa’Chapultepec. Durante 1947 graba poco más de una decena de temas en el mismo estilo con el Conjunto Tropical; dos con el Conjunto Tropical Panchitín y cuatro con el Conjunto Cubanacán, todas también para el sello Peerles. Muchos de estas piezas tuvieron amplia difusión radiofónica a través las presentaciones en vivo que regularmente hacía Valdés en México con las orquestas de Arturo Núñez, Rafael de Paz y Chucho Rodríguez, principalmente en la estación XEW. Lejos está aún Vicentico Valdés de deslumbrar con su voz romántica, nada sonera o guarachera.
Los inicios en USA, Tito Puente, y después.
Algunos hechos confirman la presencia de Vicentico Valdés en Estados Unidos ya en 1947, en momentos en que la escena musical latina en Nueva York y Los Angeles denotaba una influencia creciente de los ritmos y los músicos cubanos. Aunque se le acreditan grabaciones con la orquesta de Noro Morales en Nueva York en 1947, Cristóbal Díaz Ayala insiste en que la voz que aparece en el registro no es la de Vicentico, sino la de Machito. Las que sí corresponden a Valdés serán las que grabó con Morales años después, ya en 1950. En 1948 está en Los Angeles donde conquista el favor de amplios sectores de mexicano-americanos residentes en la Costa Oeste. Regresa a México, para resolver los pendientes y trasladarse definitivamente a Estados Unidos, y ya en febrero de 1949 está domiciliado en Nueva York, donde encuentra a coterráneos amigos, como Marcelino Guerra –quien le ofrece trabajo en su grupo, y el percusionista Francisco Chino Pozo, un viejo amigo, quien propicia un encuentro que le cambiaría la vida: le presenta a Tito Puente, y éste le invita a un ensayo para una inminente grabación con el sello Verne. Cuenta Max Salazar que esa noche Paquito Sosa, el vocalista de Tito enfrentaba dificultades para encarar el tema “Tus ojos” y Chino Pozo le sugiere al timbalero que pruebe a Vicentico, y años más tarde comentaría: “Aquello fue único, un sonido romántico, nunca antes escuchado en la música latina”. El final de la historia se puede suponer: Vicentico terminó realizando su primera grabación en Estados Unidos: “Tus ojos” y “Camagüey”, junto a Tito Puente. El célebre timbalero contaría su propia versión de su encuentro con Vicentico Valdés: “Uno de los miembros de la orquesta vio a un cantante cubano muy popular en el público, justo delante de la tarima donde estaba la banda. Oye, lo subí al escenario, y siempre pensé que ya tenía un cantante, pero cuando escuché a Vicentico cantar un bolero, supe que éste era justo lo que necesitaba para la orquesta. Qué clase de voz!. Josephine Powell remarcaría esta impresión: “Tito sabía que Vicentico gozaba ya de cierta reputación como cantante, que era un verdadero sonero, cuyas inspiraciones podían dotar a su banda de un auténtico sonido cubano, que era lo que Tito necesitaba.
Vicentico será a partir de entonces el cantante más popular de la orquesta de Tito Puente, con la que realizará numerosas grabaciones durante ese y los años siguientes de la década de los cincuenta. En 1953-1954 es enviado a La Habana por el sello Seeco para grabar con La Sonora Matancera, lo que, en opinión de Díaz Ayala, “…le dio una exposición mucho más grande en Cuba y toda la cuenta caribeña.” En la década de los cincuenta, Vicentico grabará poco más de una docena de temas con La Sonora Matancera.
Alentado por este éxito y con el respaldo disquero de la Seeco, al regresar a Nueva York a finales de ese año Vicentico funda su propia orquesta, que va a contar con los newyorricans Manny Oquendo en el bongó, y Ray Coen-Concepción como pianista y arreglista; y el norteamericano Joe Caine en la trompeta. Otros prominentes músicos pasaron por su orquesta: Alfredo Armenteros, Víctor Paz, Jimmy Firsaura y Pat Russo, en las trompetas; Jesús Caunedo y Al Tenenbaum, saxos altos; Shelly Gold, saxo tenor; Dave Kurtzerm, saxo barítono; Frank Anderson, pianista, Bobby Rodríguez, bajo; Mervin Gold, trombón; Félix Ventura, congas; Joe Rodríguez, timbal; José Mangual, bongó, y en el coro Felo Brito, el puertorriqueño Chivirico Dávila y otros.
Alcanza rápidamente niveles de éxito con las grabaciones de Derroche de Felicidad (Jorge Zamora), Como fue (Ernesto Duarte), Plazos Traicioneros (Luis Marquetti), Tenderly (W. Gross- J. Lawrence) y Si te dicen (Orlando de la Rosa), llevando a su orquesta a los primeros lugares entre las formaciones latinas. El experimentado René Hernández estuvo a cargo de los arreglos en la mayoría de las grabaciones que Vicentico con su orquesta realizaran para Seeco, muchas de las cuales se convierten en rotundos éxitos en Cuba y Latinoamérica. Con su banda se presenta con regularidad en el mítico club Palladium, de Nueva York. Su orquesta es una de las que sobresalen en el Festival de Carnaval el 4 de marzo de 1956 en este afamado ballroom neoyorkino, junto a las de Machito, Tito Puente, Arsenio Rodríguez y Tito Rodríguez, entre otros. Durante sus años de actividad la orquesta de Vicentico Valdés fue dirigida indistintamente por René Hernández, Charlie y Eddie Palmieri, Javier Vásquez y Horacio Malviccino. En marzo de 1958, la revista Show anunciaba la presentación de Vicentico Valdés en Caracas, Venezuela, con la orquesta de Aldemaro Romero en ocasión de las fiestas carnavalescas.
En febrero de 1957 Gaspar Pumarejo, uno de los nombres más prominentes de la industria televisiva cubana, y famoso por su extraordinario instinto para el marketing, organiza a través de su canal-empresa Escuela de Televisión un homenaje a un grupo de treinta músicos cubanos que en distintos países llevan exitosas carreras y han contribuido a la difusión de la música cubana. Los trae a La Habana con todos los gastos pagados y un amplio barraje publicitario del evento que denominó “Cincuenta años de música cubana”, un gran programa musical que transcurrió en el antiguo Stadium del Cerro (hoy Estadio Latinoamericano). Uno de esos cubanos fue Vicentico Valdés, quien viajó desde Nueva York junto a Frank Grillo “Machito”, Mario Bauzá, Graciela, Francisco “Chino” Pozo y alguien que, sin ser cubano, también estuvo presente: Tito Puente. Aquí Vicentico se encuentra con un grupo de autores del movimiento del feeling, que habían creado la editorial Musicabana, y con cuyo repertorio estaba muy actualizado gracias a la labor de su representante en Nueva York, Giraldo Piloto Iglesias, padre del prolífico compositor Giraldo Piloto Bea (del binomio Piloto y Vera). A lo largo de su carrera en las décadas de los cincuenta y sesenta, Vicentico demuestra especial predilección por el repertorio filinesco: ahí están sus grabaciones de obras de estos autores, en los tempranos cincuenta: Tú mi amor divino (Tico-10-160) y Soy feliz (Tico 10-180), ambas de José Antonio Méndez, y Nueva vida, del binomio Piloto y Vera (Tico 10-168), hasta donde sabemos, sus primeros registros de piezas del repertorio del feeling, grabados todos cuando aún era parte de la orquesta de Tito Puente. Es Vicentico quien lleva a planos de éxito las primeras composiciones de Piloto y Vera y de Marta Valdés. Apostaba, en resumen, por autores que aún eran poco conocidos y difundidos, en su mayoría, pero reconocía su valía y la singularidad de sus obras, que en su voz y grabados por Seeco, tenían amplia distribución en los círculos latinos en Estados Unidos y en Latinoamérica.
De José Antonio Méndez, además de las ya mencionadas, registró: La gloria eres tú, Quiéreme y Verás, Me faltabas tú, Decídete mi amor (sic), Tú mi adoración; de Rosendo Ruiz Quevedo, Rico vacilón, Cuchillo, No lo creas, Ya no te puedo amar; Jorge Zamora vio grabadas sus piezas Derroche de felicidad, Estoy vencido, Enséñame tú, Probándolo se sabe, La Radiactividad; de Elisa “Chiquitica” Méndez, hermana de José Antonio, escogió Una aventura y Pudiera ser; a Eligio Valera le grabó Reverso y La noche morena; a Jorge Mazón le grabó Tú, mi rosa azul, Reyes Magos, Rey negro; a Armando Peñalver, Si me dices que sí y Cuando estoy junto a ti; al binomio Yañez y Gómez (Luis Yáñez y Rolando Gómez), le grabó Qué ambicionabas tú; a Francisco Fellove, Lindo omelencó y Cualquiera baila batanga; de Armando Guerrero “Armandón” le hizo muy popular su grabación de Todo aquel ayer. De Ricardo Díaz grabó Yo vivo para ti, No tengo nada, Piénsalo bien y a Julio Bequé Jr., Ayer no es hoy.
Particular énfasis merece la labor de Vicentico Valdés con la obra de unos muy jóvenes y aún casi desconocidos compositores: el binomio autoral Piloto y Vera (integrado por Giraldo Piloto Bea y Alberto Vera Morúa) y Marta Valdés, en los que confió como autores y no dudó en llevar al acetato numerosos temas suyos. De Piloto y Vera, además de Nueva Vida, llevó a discos sus grandes éxitos Fidelidad, Hoy mañana y siempre, Tu verdad, Duele, Querer o no querer, Cómo decirlo, Si no hay razón, Pecado y redención, Sin reciprocidad, Si es así. Por su grabación de Añorado encuentro recibiría Disco de Oro en 1958, algo de lo que siempre estuvo sumamente orgulloso al punto de llevar colgado a su cuello siempre una réplica de este premio. El hermosísimo bolero que Giraldo Piloto Bea compusiera para su amada Josefina Barreto Brown estuvo siempre entre los preferidos de de Vicente, junto a Envidia y Los Aretes de la Luna.
En el caso de Marta Valdés, le graba en 1957 su bolero En la imaginación que sale a mercado el año siguiente. “A mí, recién nacida al mundo de las canciones, –escribiría la Valdés- me tocó gozar del privilegio de recibir un buen día, orquestada por René Hernández, arropada entre flautas y violines sazonados por los solos de piano de ese gran músico, la primera grabación de una composición mía, puesta en la voz enorme del gran Vicentico. Finalizaba el año 1957; igual suerte –a la par de las más recientes piezas de mi amigo Piloto- corrieron algunas otras de mi naciente producción, ahora seleccionadas por el propio intérprete, de visita en su tierra y sentado delante de mí en el rincón de trabajo que las vio nacer. De Marta Valdés, Vicentico grabaría, además, Tú dominas, Llora, llora; Deja que siga solo, Vuelve en ti, Tú no hagas caso, Tengo, y el gran clásico suyo: Con tus palabras. Vicentico bolerista instaló su popularidad en Cuba de la mano de Piloto y Vera, y de Marta Valdés, y fueron la radio y la victrola quienes democratizó los textos brillantes y profundos, y el sonido increíble de los boleros que ellos creaban. Sencillamente, los hizo imprescindibles a la hora del amor y el desamor.
Pocos cantantes hicieron tanto por difundir el repertorio de los compositores del feeling, pero el único que lo hizo desde su ya conquistada popularidad en los Estados Unidos y muchos países latinoamericanos, fue Vicentico Valdés.
Vicentico, por fortuna, gozó del favor popular en su tierra en cuotas inimaginables, como ya se ha mencionado, pero otra cosa muy distinta fue, al parecer, su relación con la industria cubana del espectáculo, incluída la televisión. En la cresta de la ola de su popularidad, Vicentico realiza dos viajes a Cuba en 1959 y 1960. Llega a La Habana en el mismo comienzo del año 1960, y la revista “Show” desvela un hecho insólito: el columnista de la sección “Entre show y show” al tiempo que constata el tremendo éxito en su voz de “Los aretes de la luna”, escribe: “No nos explicamos cómo Vicentico Valdés con la fama que tiene en Cuba, como se venden aquí sus discos, no haya sido contratado para encabezar una de las grandes producciones musicales del momento. Si fuera extranjero, le hubieran ofrecido miles de pesos.” El sello Discuba había comenzado a distribuir con gran éxito de ventas, según la prensa, el LP “El gran Vicentico”, que recogía las mejores interpretaciones del cantante. Seeco, por su parte, lanzaba el LP “Más éxitos de Vicentico Valdés” donde ya incluye piezas de Piloto y Vera y de Marta Valdés y de otros compositores del feeling, siendo recibido también con notable éxito comercial.
A pesar de todo esto, de la acción de la prensa y de su incuestionable popularidad Vicentico no logra presentarse en ningún espacio televisivo ni cabaret. Aunque había hecho presentaciones en muchos países del continente, para el musicógrafo Max Salazar, es su grabación del tema La montaña, de Augusto Algueró (también para el sello Seeco) lo que lo convierte en una superestrella internacional de largo alcance. Ya como un artista en solitario, tras romper su orquesta, es contratado para presentarse en numerosos países latinoamericanos, donde la figura del crooner latino alcanzaba gran popularidad y ratings de ventas de discos, teniendo a Lucho Gatica como figura cimera en los finales de los cincuenta. Pero Vicentico trae otro repertorio, otra manera de cantar quizás menos melosa, más rotunda y desenfadada, y un repertorio inteligentemente elegido, y asegura el triunfo. A inicios de los sesenta, Vicentico consigue también pegar temas de autores no cubanos, como su monumental interpretación del bolero Envidia, de los hermanos Gregorio y Alfredo García Segura. La internacionalización del éxito de Vicentico como bolerista lo sumará también en los próximos años a la balada, estilo que dominó la década de los sesenta y que en su caso le llevó a interpretar piezas como La felicidad (del argentino Palito Ortega) y hacer versiones en español de baladas de éxito internacional, como Una casa en la cima del mundo (Pallaviccini), Aquel Amor (versión de Honey, de Rusell), The Windmills of Your Mind, Strangers in the Night, en un peculiar crossover a la inversa, así como otros éxitos hispanos o latinos como Acompáñame (Augusto Algueró) y Abrázame fuerte. No se amilanó para hacer inolvidables versiones de tangos (El último café), valses peruanos (Amarraditos) o guaranias (Mis noches sin ti), como señala acertadamente Tania Quintero.
Se hizo acompañar por formaciones de diverso género: desde orquestas típicas, conjuntos, charangas, hasta orquestas de cuerda, mariachis, combos, grupos típicos sudamericanos, como La Rondalla Venezolana. Nutrió su repertorio de cerca de 500 canciones; grabó 50 LPs y algunas de sus interpretaciones son consideradas verdaderos íconos.
Sus últimos discos fueron tres producidos por el bajista y director puertorriqueño Bobby Valentín bajo el sello Bronco: “Vicentico Valdés y la Orquesta de Bobby Valentín” (LP 121) grabado en 1982, que incluye revisitaciones a éxitos anteriores como Fidelidad (Piloto y Vera) Plazos traicioneros (Luis Marquetti) y Derroche de felicidad (Jorge Zamora) además de ; Entre este mundo y dios y Eres feliz (ambas de René Touzet), Qué sabes tú (Myrta Silva), Ha surgido un amor (Carmelina López), Te compro mi libertad (Ch. García), Conversación en tiempo de bolero (René Touzet), Todo eso y más (Rudy Calzado). El segundo disco, “Vicentico Valdés: en la lejanía con Bobby Valentín y su Orquesta” (LP-125) editado en 1993, con arreglos y dirección musical del cubano Mandy Vizoso e incluye los temas: Lo vivido (Raffie Escudero), Por favor (Tony Sanch), Cuando tú no estás y Anoche (del boricua Noel Estrada); El último café (Cátulo Cast.) y En la lejanía y Experiencia, del cubano René Touzet; y nuevas versiones de Quiéreme y verás, Estoy vencido, Si te dicen, de los cubanos José Antonio Méndez, Jorge Zamora y Orlando de la Rosa. La triología con Bobby Valentín cierra con “Clásicos de Vicentico Valdés y la Orquesta de Bobby Valentín” (LP-140) editado como homenaje póstumo en 1996. Aquí Vicentico entrega nuevas versiones de Los aretes de la luna (José Dolores Quiñones), un medley de autores cubanos, en su mayoría del feeling: La gloria eres tú y Me faltabas tú (José A. Méndez), Todo aquel ayer (Armando Guerrero), La dueña de mi corazón (Pepé Delgado) y Una aventura (Chiquitica Méndez); seguido de La montaña (A. Algueró), Envidia (Hnos., García Segura), Mis noches sin ti (D. Ortiz) y otro medley: Tus ojos (Pepé Delgado); Honey, Stranger in the night y Voy a apagar la luz (Armando Manzanero) para finalizar con los rotundos Como fue (Ernesto Duarte) y Añorado encuentro (Piloto y Vera)
Sobre este trabajo, Bobby Valentín declararía: “Lo de Vicentico Valdés fue un exquisito experimento, porque él era mi ídolo y por tu ídolo haces lo que sea. Pues, se me ocurrió hacer este disco de boleros y fue tanto el éxito, que terminamos haciendo dos discos más. Fíjate que hasta Cuba llegó el éxito porque nos llegaban gran cantidad de cartas a la oficina felicitándonos por el disco. Ahora, si me preguntas, cómo llegó el disco, pues, no sé”.
Vicentico siguió viviendo en el Bronx, en Nueva York. Viajó mucho, visitando y trabajando en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Venezuela, México, Nicaragua, Honduras, Costa Rica, Panamá, España, Francia. En Estados Unidos se presentó en los más afamados teatros y salas ligados a la música latina: el Million Dollar de Los Angeles, el Park Plaza, el Teatro Hispano, el Palladium y muchos otros. Pero los cubanos de la Isla siempre tuvieron escasas posibilidades de disfrutar de sus actuaciones en directo, pues en su época de mayores triunfos fueron escasísimas, y después de 1960, ninguna, contrario al monumental éxito de sus boleros que le garantizaron el éxito a nivel discográfico y radial. Como acostumbrara y mientras pudo, se mantuvo en activo y con el oído aguzado hacia lo que se hacía en la Isla. Ahí está su grabación de la inmensamente popular “De mis recuerdos”, una de las más tempranas obras compuestas por Juan Formell mucho antes de que fundara Los Van Van, y que grabara Vicentico para el sello Tico en 1972 (LP Tico 1307), bajo producción de Joe Cain.
Vicente L. Valdés Valdés moriría el 25 de julio de 1995, en el Bronx, a causa de un dolencia cardiovascular que sufría desde hacía tiempo. Tenía 76 años.
La versatilidad que caracterizó la obra interpretativa de Vicentico, es resumida con mucho tino por el Dr. Cristóbal Díaz Ayala: “Vicentico tuvo una característica que muy pocos cantantes poseen: el talento para ajustar su estilo a los gustos de su público….cambiar del guarachero de su etapa en México, al cantante estrella de mambos, o de música romántica…o la muy difícil especialización de cantante de feeling….”.
Ya no hay victrolas, pero en nuestros móviles y reproductores de música, la voz de Vicentico vuelve desde el pasado y se presenta retadora, sin perder frescura ni actualidad y, según la circunstancia, estremeciéndonos de alegría o de pesar: no hay un recopilatorio ni un playlist de música de esos años, de boleros, baladas y canciones que cantan a los sentimientos humanos, que no aprese el timbre peculiar y el fraseo tan personal del gran Vicentico Valdés. De preferencia, en mi playlist victrolero, me quedo con el último café…
Agradecimientos especiales a Jaime Jaramillo y Zenobio “Puri” Faget.
DATOS PERSONALES:
Vicente Valdés Valdés. Natural de La Habana, Cuba. Nace el 10 de enero de 1921. Muere en Nueva York el 26 de junio de 1995