Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

Cuba Eterna
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 BANDERA DE CUBA 
 MALECÓN Habanero 
 *BANDERA GAY 
 EL ORIGEN DEL ORGULLO GAY 
 ALAN TURING 
 HARVEY MILK 
 JUSTIN FASHANU FUTBOLISTA GAY 
 MATTHEW SHEPARD MÁRTIR GAY 
 OSCAR WILDE 
 REINALDO ARENAS 
 ORGULLO GAY 
 GAYS EN CUBA 
 LA UMAP EN CUBA 
 CUBA CURIOSIDADES 
 DESI ARNAZ 
 ANA DE ARMAS 
 ROSITA FORNÉS 
 HISTORIA-SALSA 
 CELIA CRUZ 
 GLORIA ESTEFAN 
 WILLY CHIRINO 
 LEONORA REGA 
 MORAIMA SECADA 
 MARTA STRADA 
 ELENA BURKE 
 LA LUPE 
 RECORDANDO LA LUPE 
 OLGA GUILLOT 
 FOTOS LA GUILLOT 
 REINAS DE CUBA 
 GEORGIA GÁLVEZ 
 LUISA MARIA GÜELL 
 RAQUEL OLMEDO 
 MEME SOLÍS 
 MEME EN MIAMI 
 FARAH MARIA 
 ERNESTO LECUONA 
 BOLA DE NIEVE 
 RITA MONTANER 
 BENNY MORÉ 
 MAGGIE CARLÉS 
 Generación sacrificada 
 José Lezama Lima y Virgilio Piñera 
 Caballero de Paris 
 SABIA USTED? 
 NUEVA YORK 
 ROCÍO JURADO 
 ELTON JOHN 
 STEVE GRAND 
 SUSY LEMAN 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 
 
  Herramientas
 
General: ROCÍO JURADO: LA ÚLTIMA GRAN BODA DE UN TORERO Y UNA FOLCLÓRICA
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: BuscandoLibertad  (Mensaje original) Enviado: 22/02/2020 14:46
LA MÁS GRANDE DE ESPAÑA
Rocío Jurado y José Ortega Cano se casaron un 17 de febrero de hace 25 años en una boda que fue una fiesta para sus asistentes y para todo el país, que gozaba ante esos novios maduros que se declaraban enamorados hasta las trancas.

Rocío Jurado y Ortega Cano, en su boda en la finca Yerbabuena el 17 de febrero de 1995
LA BODA DE ROCÍO JURADO Y JOSÉ ORTEGA CANO:
LA ÚLTIMA GRAN BODA DE UN TORERO Y UNA FOLCLÓRICA
POR RAQUEL PIÑEIRO
  Fue una fiesta para los invitados, para los presentes y para todo el país. Cuando Rocío Jurado y José Ortega Cano se casaron el 17 de febrero de 1995 en Yerbabuena, lo celebraron como si todos fuésemos partícipes de la alegría de aquellos novios maduros que se declaraban enamorados hasta las trancas. En cómo alcanzaron y gestionaron su fama, sus tragedias personales y sus triunfos profesionales se cuenta también la historia de la sociedad española a través de varias décadas.
 
“La boda del mataor y la folclórica es un acontecimiento sentimental que responde a una mitología popular tan enraizada en nuestra idiosincrasia que sobrevive a la modernidad europeísta del fin de siglo”. Así describían en Informe semanal la boda (con permiso de la infanta Elena) del año. La de La Jurado y Ortega Cano era una de las más brillantes en una larga estirpe de uniones entre tonadillera y torero: Pastora Imperio y Rafael Gómez El Gallo, Concha Piquer y Antonio Márquez, Conchita Márquez Piquer y Curro Romero, Paquita Rico y Juan Ordóñez, Isabel Pantoja y Francisco Rivera antes, y Javier Conde y Estrella Morente después, se habían encargado de afianzar un concepto que parecía sacado de una copla. Que la Jurado se casase al fin con un torero era tan lógico y tan deseable que ayudaba a consolidar aún más su leyenda. Porque la más grande es el paradigma de la cantante popular española de nuestra era, que “resume toda la historia de la copla y la amplía hasta hacerse eco del gran arte flamenco”, como escribe Terenci Moix en Suspiros de España. Lo fue desde el principio hasta su prematuro final, todavía en la cresta de la ola.
 
“Yo fui la típica niña de concurso de radio. Un tópico de Andalucía, pero tan cierto como que hoy estoy aquí”, contaba ella sobre sus inicios. Los concursos primero de radio y luego de televisión fueron tan decisivos en la revelación de estrellas que en las mismas películas que protagonizaban, como en Ha llegado un ángel de Marisol, se jugaba con ese concepto. La propia Marisol había sido descubierta así, igual que Rocío Dúrcal o Joselito. En el caso de la Jurado, ganar un concurso en Sevilla fue lo que la animó a probar suerte y trasladarse desde Chipiona a Madrid venciendo las reticencias de su familia. Mediante una huelga de hambre les convenció, a regañadientes, de permitir que la entonces adolescente se mudase a la capital acompañada siempre por su madre, otro tópico de las artistas tantas veces ridiculizado. “Yo, a todas partes con mi madre, que era lo más bueno del mundo”, contaría ella en el 82. “Figúrate que yo me pongo delante de la foto de mi madre y hasta le rezo. Cuando voy al camerino de la Pantoja y veo a doña Ana limpiándole los zapatos con aquel amor, arreglándole los vestidos, me lleno de ternura y de tristeza porque me acuerdo de mi madre. ¡Con qué admiración me miraba porque conseguí abrirme camino en Madrid!”.
 
Igual que las futuras luminarias de Hollywood acudían allí cegadas por el brillo de sus antecesores, las cantantes españolas de los 50 y 60 tenían los nombres de sus inspiraciones y musas bien claros en la cabeza. Aunque Hollywood también era mito aquí –Rocío se montaba sus coreografías a lo Esther Williams en la playa, Sara Montiel era fan de Ingrid Bergman– las ídolos patrias eran las Imperio Argentina, Juanita Reina o Estrellita Castro, las primeras reinas de la copla nacida del cuplé de Raquel Meller o La Chelito. Y estaba, sobre todas, Concha Piquer, retirada como una gran dama a lo Greta Garbo llena de dignidad. Es famoso el encuentro de la joven Rocío con Concha, a la que tanto admiraba. Al poco de llegar a Madrid, un contacto común consiguió que la joven y su madre fueran invitadas a la casa de la estrella en plena Gran Vía, para una especie de prueba oficiosa. Rocío cantó viejos éxitos de la Piquer, y la respuesta de ella no fue precisamente positiva. Juan Soto Viñolo (el verdadero nombre tras Elena Francis) recrea el episodio en su biografía de la Jurado: “¿Cómo te atreves a cantar mis creaciones? Artistas consagradas no se han atrevido a cantar una sola de mis canciones y tú, niñita, que acabas de llegar del pueblo, tienes la osadía de hacerlo en mi casa. Si has de triunfar en Madrid, será por tu linda cara. Buenas tardes”. De ahí nacería una antipatía ya legendaria en las muy publicitadas y divertidas rencillas entre tonadilleras (que a veces opacan las amistades de décadas y apoyos sinceros que existían entre ellas). “Yo de esa señora prefiero no hablar”, respondería en los 70 a Lauren Postigo en una entrevista en Cantares que se zanjaba con el icónico “Yo sé que soy más larga que Concha Piquer”.
 
No obtener el sello de aprobación made in Piquer no fue obstáculo para que Rocío continuase su carrera. Consiguió que otra estrella ya retirada, Pastora Imperio, la contratase en su tablao, El Duende, uno de los más reputados del Madrid de la época. Por allí pasaban Ava Gardner, Lucía Bosé y Dominguín, Lola Flores... Con ese en principio escaso sueldo inicial Rocío se convirtió en el sostén de su familia. Su padre, zapatero de profesión, había muerto pocos años atrás, y la todavía menor de edad Rocío fue la encargada de mantener a su madre y sus dos hermanos pequeños. En su caso, su vocación de artista siempre fue mayor que la presión que podía sentir con ello, y la joven fue escalando poco a poco, primero en el tablao pasando de palmera a cantar, donde se destapó como una artista con personalidad propia. “Yo, que tonta no era, me di cuenta de que para triunfar en la canción española tenía que aportar algo diferente”, contaría en una entrevista a Pilar Eyre, “Y un día, para salir al tablao, me solté el pelo. Madre mía, cómo se puso doña Pastora, que si en su casa nadie salía con el pelo suelto, que si tal y que si cual... Porque entonces era costumbre que se bailara y cantara con moño y el típico traje de volantes y canesú. Y yo, ya empezando a cantar sola, me dije: ¿Y por qué no canto vestida de calle, con elegancia, pero con un traje corriente?”. Después de conseguir un papel en una de sus películas, Manolo Escobar la fichó para sus giras y así fue ascendiendo de forma orgánica en el escalafón social y económico. De la pensión en la que compartía cuarto con su madre pudo pasar a su primer piso en el 17 de la Silva 17, enfrente de la casa de Estrellita Castro. Allí la visitaron sus primeros fans rendidos, Hilario López Millán y Juan de la Rosa, que le escribían cartas desde antes de conocerla. Con el tiempo, Hilario López Millán llegaría a ser uno de los periodistas del corazón más famosos del país, y Juan de la Rosa pasaría a ser amigo íntimo y secretario de la cantante. Por su temperamento, sensualidad, estilo (desde que pudo permitírselo, no repitió un traje sobre el escenario) y talentazo, Rocío se convirtió pronto en una de esas cantantes de copla admiradas por gran parte del público homosexual de la época, quizá la más popular junto a Lola Flores y Sara Montiel. Igual que ellas, tenía un estilo propio que de puro inimitable se convirtió en uno de los más imitados.
 
Por esa “fidelidad de tu público gay” le preguntaba Maruja Torres en una entrevista en 1980. Su respuesta quizás no encaja bien dentro de la sensibilidad queer de hoy, pero resulta muy moderna para su momento y más dentro de un mundo considerado a veces tan rancio como el de la canción popular española: “Mira, yo creo que todas las mujeres que de una forma u otra alcanzamos una popularidad y somos admiradas por los hombres, tenemos bastantes fans gays, porque ellos eso lo admiran muchísimo, se sienten identificados, es lo que querrían ser, o querrían merecer una atención igual. Entonces se vuelcan en nosotras, en las mujeres que triunfamos en este mundo del arte. Además ten en cuenta que han sido una gente muy marginada y que se han encontrado muy solos, y nosotras, porque también nos ha venido muy bien, les hemos dado mucho calor. Porque, hablando egoístamente, es un mercado, ¿no? O sea, que yo lo veo como es, no estoy haciendo ningún mito ni ninguna cosa, estoy viéndolo como es. Independientemente de eso, yo considero que la marginación del homosexual es muy injusta, porque Dios lo mismo ha hecho al macho, a la hembra o al homosexual. Entonces debe ser considerado como un ser humano cualquiera”. En esa entrevista también afirmaba: “Yo soy feminista. Yo soy una defensora de los derechos de la mujer, pero no soy una feminista desesperá. O sea, yo le doy a cada ser humano su lugar, ya sea hombre o sea mujer, pero no soy de esas desesperás que dicen que todo lo de los hombres es malísimo. O sea, yo necesito del hombre”.
 
En el campo de los hombres también fue típica Rocío en cumplir con el romance de la artista con su representante. Este fue Enrique García Vernetta, hermano gemelo del marido de Salomé. En el programa Lazos de sangre, el ya anciano Enrique mostraba a cámara dos fotos de Rocío que llevaba siempre en la cartera: “Conocí a Rocío Jurado en el teatro Apolo de Valencia”, declaraba todavía emocionado. “Después de la función coincidimos en una cafetería a la que iban los artistas y cambiamos los teléfonos. Y ahí empezó casi casi nuestro enlace, nuestro amor”. A partir de 1968, Rocío dejaría a su representante Francisco Bermúdez, exmánager de Raphael, para que Enrique llevase a su carrera. Fueron años de proyección internacional, de ser nombrada Lady España y de hacerse todavía mucho más popular mediante un método infalible: asomarse a los hogares españoles durante 11 semanas a través de televisión española participando en Pasaporte a Dublín. El programa fue un proto Operación triunfo emitido en 1970 en el que varios artistas famosos y emergentes competían para conseguir representar a rtve en Eurovisión 1971, que iba a celebrarse en Dublín. No quisieron concursar Marisol, Juan Pardo, Miguel Ríos y Víctor Manuel, pero sí lo hicieron Karina, Nino Bravo, Los Mismos, Cristina, Júnior, Dova, Jaime Morey, Encarnita Polo y Conchita Márquez Piquer. La ganadora fue Karina, que acabó mostrando su peripecia en otra de esas películas que hacían malabares entre la realidad y la ficción, En un mundo nuevo. Aunque no consiguió el puesto, a Rocío le vino de perlas la publicidad, entre otras cosas para que el público la identificase como la cantante de voz prodigiosa que era capaz de cambiar la bata de cola por los atrevidos trajes modernos sin dejar de ser en ningún momento una gran intérprete. Como María Jiménez también haría poco después, Rocío representaba a la coplera sexy, que recogía la tradición de la peineta y el clavel y podía actualizarla con un gran escote y pura carnalidad, cantando versos como “Tengo el cuerpo empapado, soy de tierra caliente”. “Ante el público tengo que salir bien vestida y demostrarles que Rocío Jurado es moderna, capaz de cantar una opereta o canciones de Los Beatles”, explicaba ella. Una de esos vestidos escotados le costó la queja de la esposa de un ministro franquista, que llamó a televisión para protestar contra la indecencia de aquellos grandes pechos al descubierto, sin mantón que los disimulase. No fue el único tropiezo de Rocío con la censura. En el año 76, su película La querida, protagonizada y dirigida por Fernando Fernán Gómez, fue secuestrada por escándalo público. El motivo, la frase del personaje de Rocío: “En Andalucía somos mujeres a los once años; a las tontas siempre les hacen un niño, a los quince quien no ha estado con uno es porque es un marimacho o una burra”.
 
Ese mismo año 76 fue clave en la vida personal de Rocío. Después de ocho años, se acababa la relación con Enrique. “Estábamos muy enamorados, de verdad, Rocío quería casarse y yo le iba dando largas, hasta que ella rompió la relación de repente”, contaba él a Juan Soto Viñolo. “Nunca pensé que rompería así: Quizá si hubiésemos hablado más, habríamos seguido. Aquellos fueron los mejores años de mi vida. Nos quisimos mucho”. “Rompió la relación y al poco se casó con Pedro Carrasco. Actuó por despecho”, declararía Enrique a Vanity Fair. La primera boda de Rocío ya era simbólica en la elección de su marido, un exboxeador en un momento en el que éstos eran ídolos populares, representantes de esa España que salía de la pobreza, literalmente, a golpes.
 
“A Pedro lo conocí cuando atravesaba una época muy mala, me habían operado de un nódulo en las cuerdas vocales y había roto con Enrique”, narraba ella a Juan Soto. “Un día coincidimos en un festival benéfico que se celebraba en Las Ventas, con un calor asfixiante y llenazo hasta la bandera”. Al finalizar el festival el público se abalanzó sobre la artista, la derribó sobre una barrera y ella se desmayó. Pedro acudió a visitarla a la enfermería y ahí comenzó el romance. Ya durante el festival Pedro le había dedicado el piropo: “Si te llegan a hacer más guapa, te estropean”.
 
El matrimonio estuvo a punto de ser un “si me queréis, irse” en toda regla. Tanta gente se congregó en la iglesia de la Virgen de Regla de Chipiona aquel día que la novia tuvo que entrar a hombros. “Me casé con una ilusión muy grande y muy enamorada de Pedro. Fue un día maravilloso. Acabé extenuada de atender a tanta gente, pero ¡qué bonito fue!”, recordaría ella. Al año siguiente nacería su única hija, Rocío Carrasco. Su famoso padre tuvo una crisis nerviosa y no fue capaz de asistir al parto. La nueva Rocío ya casada y madre se reveló con dos discos claves en su carrera, De ahora en adelante y Señora. Las canciones de Manuel Alejandro –Si amanece, Mi amante amigo, Lo siento mi amor, Como yo te amo, Algo se me fue contigo, Amores a solas, Ese hombre, Señora…– que antes había compuesto hits para Raphael, la lanzaron con otra personalidad y más fuerza en América Latina y Estados Unidos. Fueron los años de las giras pantagruélicas de varios meses en los que llenaba estadios en México igual que en Miami. Lo personal fue un poco más agridulce. A los 37 años Rocío se quedó embarazada de nuevo, pero tuvo un aborto y a raíz de ahí sufrió una depresión. “No he podido tener otro hijo” confesaba en una entrevista recogida en Lazos de sangre. “Nosotras, aunque cueste mucho decirlo, aunque parezca mentira, las mujeres que nos dedicamos a esta profesión, por eso hay menos ídolos mujeres, hay muchos más ídolos hombres, tenemos que programar los hijos. Es una cosa muy triste, pero es así”. “Recibí un golpe terrible, sentí una enorme frustración como mujer”, contaba a Juan Soto. “Me sentí frustrada, inútil como mujer, derrotada y deprimida”.


Primer  Anterior  2 a 2 de 2  Siguiente   Último  
Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: BuscandoLibertad Enviado: 22/02/2020 14:55
    En 1986 se rumoreó que el matrimonio con Pedro Carrasco estaba roto. Enrique García Vernetta afirma que por entonces ella seguía enamorada de él, y que le propuso retomar su relación: “Un día en el aeropuerto Rocío me dijo: ‘Pon el coche en marcha, da media vuelta y nos vamos’. Yo le dije: ‘Rocío, tienes un marido y una hija esperándote’. Ahí fui yo un cobarde porque tendría que haber dado media vuelta como ella quería”. La separación definitiva no tardaría en llegar, plasmada en temas como un arrebatado En el punto de partida. Se rumoreó una supuesta infidelidad de Carrasco, su afición al bingo y él mismo atajó otros comentarios con un contundente “No es cierto que haya dejado a Rocío por un hombre”, ratificado por ella con un “Pedro no es homosexual. Es un macho y una gran persona”. Tras el divorcio, el padre de Pedro siguió viviendo en el chalet de La Moraleja con su nuera y su nieta, ejerciendo de abuelo cariñoso.
 
La Rocío de finales de los 80 y principios de los 90 era ya tan mito que fue la elegida para inaugurar el auditorio la Cartuja de la Expo de Sevilla en septiembre de 1991. Terenci Moix criticaba de forma velada en Suspiros de España las canciones más melódicas de la etapa Manuel Alejandro con un “Rocío ilustra sobre las nuevas tendencias e informa sobre las más recientes servidumbres de los cantantes sujetos a los feroces imperativos del mercado”, y describe aquella noche: “Convenció, como de costumbre, con sus canciones más a la moda, demostrando que llena un escenario, cosa que nadie ignora. Pero el momento verdaderamente apoteósico llegaría cuando se acordó de que estaba en Sevilla y no en Miami”. Lo que ocurrió fue que la Jurado se puso a cantar Qué no daría yo, compuesta para ella por José Luis Perales, e hizo de nuevo historia de la música.
 
Al año siguiente en ese auditorio, en medio ya de los fastos de la Expo 92, se representaría Azabache, un homenaje a la copla con algunas de las más representativas divas de su momento. La Expo, junto a las Olimpiadas de Barcelona, podría ser el escaparate moderno de los avances del mundo y del país, pero había que conservar las señas de identidad cultural. Para ello, y estando en Sevilla, nada mejor que las tonadilleras como representantes de nuestro star system, nuestra cúpula celestial de la fama. Pronto, por supuesto, empezaron las polémicas, tanto que los sevillanos bautizarían el show como ¡Arza… bache! Las elegidas para actuar fueron Rocío Jurado, Nati Mistral, María Vidal y unas ya un tanto achacosas Juanita Reina e Imperio Argentina. ¿Dónde estaban Isabel Pantoja o Marifé de Triana? ¿Y Lola Flores? Al final, Azabache acabó, un poco como la Expo, convertido en emblema de otra cosa también muy española, como es el chanchullo y la corrupción. Describe Terenci Moix: “Cuando se habló de los escandalosos costes de la producción Azabache –más de 800 reputados millones– ya no estábamos hablando de arte, ni de copla, ni de atracciones musicales. Entrábamos en el terreno de la pura especulación que caracterizó a toda la Expo de Sevilla: exhibición de esfuerzos culturales aparentes y cultura del escaparate. Ya no se trataba de celebrar el genio de la Jurado, Imperio, Juana Reina y Nati Mistral, allí reunidas para gloria de la copla, sino de contribuir al fugaz prestigio de unos señores aferrados a sus cargos”.
 
Aquel año 92 de los prodigios también fue clave en la vida de Rocío. Después de insinuarse un romance con Miguel Ocón, seleccionador de voleibol, durante un descanso de las representaciones de Azabache, el 30 de julio del 92, Rocío conoció a Ortega Cano en la sala de espera del consultorio del Doctor Mariscal. Fue un flechazo en toda regla. El torero contaba que ya había visto en una ocasión a Rocío, ya famosa, paseando por la calle Serrano con su madre, pero él tenía entonces 18 o 19 años, 10 menos que ella, y no se atrevió a acercarse. En esta ocasión sí lo hizo, y aquella decisión cambió para siempre su vida y su percepción como personaje. De familia muy humilde, José era un torero que se había construido a base de tesón y resistiendo múltiples cornadas, puro ejemplo de la popularidad conseguida a la vieja usanza. En octubre del 92 hicieron pública su relación; Ortega le brindaba toros y ella, como ya antes había hecho guiños a su historia con Pedro Carrasco cantando versos como “Cuando él me conoció no tiró la toalla”, entonaba ahora llena de orgullo el pasodoble Ortega Cano en la arena. Sobre su profesión, contaría él en Lazos de sangre: “Ella era muy aficionada al mundo de los toros pero cuando yo empecé a torear dejó de ir. Se quedaba en los hoteles y lo que hacía para calmar su estado de nervios era meterse en la ducha todo el tiempo que yo estaba delante del toro”. También inició los trámites para conseguir la nulidad eclesiástica de su primer matrimonio.
 
Cuando lo consiguieron, llegó el celebrado día de la boda, el 17 de febrero de 1995. Como explicamos aquí, en los 90 la información rosa alcanzó la categoría de acontecimiento de primer nivel, y la boda de la más grande y el torero –por la que no cobraron ninguna exclusiva– fue retransmitida por dos televisiones distintas, abrió telediarios y por supuesto fue cubierta por todas las revistas del corazón. No era para menos. Más de 1.500 invitados –políticos del PSOE y del PP, todos los toreros famosos, la duquesa de Alba, María Teresa Campos, Nieves Herrero, Juan Pardo, Massiel…– y un pueblo paralizado en los alrededores de la finca de José, Yerbabuena. Escribía Antonio Burgos con su característica prosa: “Aquél sí fue el día de la bulería, con Rocío vestida de guapísima piconera nupcial con blanca madroñera goyesca. Con José de corto, con el uniforme de gala de los toreros. Llegaron en coche de caballos, repicaba la campana de la Ermita de las Vírgenes y la alegría de todos sus amigos. Trasminaba alegría, amor y gozo la Yerbabuena.” Maruja Torres –amiga íntima de Terenci– titulaba “Miami cañí” su crónica de la boda para El País: “Como el experto en sociedad Julio Ayesa repetía: “Está muy mezclado, y eso es bueno, que la aristocracia no se junta con nadie, y por eso se aburren”, y remataba: “Rocío miraba amorosamente a José y éste correspondía, pero sin dejar de pelarle langostinos a su madre, quien, obviamente, no sólo acababa de ganar una hija, sino que seguía conservando a su hijo”. Según contaría después Ortega, aquella noche los recién casados acabarían durmiendo en un colchón en el suelo de su propia casa.
 
El matrimonio Jurado-Ortega Cano era uber famoso. Hasta se les nombraba en consejos de ministros, aprovechando Borrell el rumor de que mantenía una relación con José Ortega Cano (del que siempre se había rumoreado que era gay, cosa negada por él), para bromear: “Eso de que le otorguemos la medalla de Mérito a las Bellas Artes a Rocío Jurado, que me ha quitado el novio, es demasiado”. Con su forma de ser más grandes de la vida, acaparaban titulares, protagonizaban imitaciones –en una ocasión el torero intentó pegar a uno de Los Morancos– y estaban siempre en la cresta de la ola, pero no siempre por los motivos que a ellos les hubiera gustado. Rociíto despuntó como hambrienta de fama, y tras un intento frustrado de ser modelo, acabó protagonizando portadas y exclusivas a raíz de su relación con el guardia civil Antonio David Flores. La prensa rosa de los 90 era mucho más irónica, tenía más mala leche y era menos acomodaticia que la de décadas anteriores, por eso episodios como la denuncia de que Antonio David se había quedado con 50.000 pesetas de multa que le había puesto a un francés, en su etapa de Argentona, fue protagonista de horas de televisión, de chistes callejeros y de número musicales en La parodia nacional. El “¡Sois destructores!” de una iracunda Rocío se volvía un gag y la apoteosis de todo esto fue la boda de Rociíto con Antonio David, en la que el “y estamos tan agustito” de un achispado Ortega Cano se convirtió en himno popular al nivel en el que lo eran las expresiones de Chiquito de la Calzada.
 
Puede que Rocío a veces pareciese la protagonista de un chiste involuntario, pero ni un momento dejó de ser una artista de un talento inmenso, una piedra dura de Chipiona que no se pué aguantar en palabras de otra que tal, Lola Flores. Por eso cuando anunció que sufría un cáncer de páncreas se vivió una conmoción nacional. El país siguió a tiempo real su viaje a Houston en busca de curación, sus ingresos hospitalarios, sus mejorías y empeoramientos y contuvo la respiración emocionada cuando cantó con Raphael A que no te vas en la gala e televisión Rocío siempre. La letra tenía un doble significado porque él también había sufrido una enfermedad del páncreas que había hecho temer por su vida. Mónica Naranjo, que también actuó en el programa, recordaba: “Ya estaba fatal y cada poco se iba a su camerino a tumbarse un ratito. Durante una de estas pausas, me acerqué a ella y le dije: ‘Pero Rocío, vete a casa. Ya todo el mundo sabe que eres la más grande. No tienes nada que demostrar. ¿Por qué sigues?’. Ella me respondió: Porque ha venido a verme mucha gente de Chipiona”. La Jurado falleció el 1 de junio de 2006.
 
Igual que hay mucho que contar de Rocío antes de Ortega Cano, hay mucho que contar de Ortega Cano después de Rocío. Lo que pasa es que esto es de un tinte triste y trágico. Sumido en una depresión y con un grave problema de alcoholismo, una noche de 2011 el viudo embistió con su coche a otro vehículo. El conductor, Carlos Parra, falleció, y Ortega estuvo ingresado muy grave. Triplicaba la tasa de alcohol permitida. Acabaría condenado a dos años de cárcel por homicidio imprudente y delito contra la seguridad vial. Fue el más tormentoso de los acontecimientos que se habían producido tras la muerte de Rocío. A la descomposición de la unidad familiar –Rocío Carrasco dejó de hablarse con sus tíos e hijos– llegaron peleas por el dinero de la herencia, idas y venidas, la adicción a las drogas y los trastornos mentales de José Fernando –uno de los hijos adoptivos de la pareja–, todo convertido en lucrativo objeto de consumo televisivo. Tras su muerte, los suyos no han dejado de ser noticia un solo día. Ya lo decía Antonio Burgos, “lo que pasa es que Rocío Jurado tenía un latifundio de fama, que nutría a familias enteras. Con decirle que hizo famosa a una simple peluquera cuyo mérito fue casarse con su primer marido...”. De todas las sagas españolas de las que de un personaje famoso acaban saliendo infinitas ramificaciones, la de Rocío es una de las más prolíficas. De ella se va saltando por relaciones directas o esporádicas hasta acabar con varios personajes que son ya objetos de interés por derecho propio: de Pedro Carrasco a Raquel Mosquera y de ella a Tony Anikpe e Isi; de Amador Mohedano a Rosa Benito y después a otras parejas; de José Fernando a Michu; de Gloria Camila a Kiko; de Antonio David a Nuria Bermúdez después de los “seis polvos” y el “papa llama”; de Chayo Mohedano a Antonio Tejado y así ad infinitum. Si pudimos asistir al desarrollo de esta corte sin fin de personajes fue porque la industria de la frivolidad había cambiado todavía más en el siglo XXI, se hizo consciente de sí misma y necesitó material para cubrir horas y horas de televisión, cosa que consiguió con éxito. Ortega Cano tuvo un tercer hijo y volvió a casarse con Ana María Aldón; hoy parece haber encontrado la estabilidad y de vez en cuando vuelve a protagonizar algún momento que pasa de forma inmediata a la historia pop, como cuando posó en ¡Hola! junto a un busto de su madre al que le habían puesto sus gafas .
 
Pero los dramas de hijos y nietos parecen muy lejos de acabar, al contrario, siguen desarrollándose a un ritmo que pone a prueba al espectador más atento. Todavía, siempre que se toma distancia, hay alguien que repite, resignado, “Si Rocío levantara la cabeza…”. El verdadero milagro es que con tanto material farragoso a su alrededor, la leyenda de la Rocío artista permanezca incólume. Ya lo sabía ella: “Yo soy del pueblo”.
 
 


 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados