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General: La recuperación de la huella indígena borrada de Cuba
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De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 18/02/2023 16:11
Adolfina Rosa Rojas Zaldívar, en Fray Benito, la segunda población en importancia del municipio Rafael Freyre, provincia de Holguín, Cuba
La recuperación de la huella indígena borrada de Cuba
La creencia de que los primeros pobladores de la isla se extinguieron totalmente poco después de la llegada de los españoles, queda en tela de juicio, según la investigación que demuestra con pruebas de ADN que la herencia india sigue viva en sus habitantes
 
MAURICIO VICENT
Que el cubano es pura mezcla, nadie lo discute. Los estudios realizados en la isla sobre la herencia española, africana y china son cuantiosos y abarcan todo tipo de facetas y ángulos, desde el mestizaje puramente biológico al cultural o religioso, pasando por un sinfín de recovecos e influencias cruzadas. Se asume que por muy blanco de piel que uno sea, en Cuba “quién no tiene de congo tiene de carabalí”, dicho que viene a significar que, aunque te apellides Pérez o Rodríguez, en algún momento hubo un cruce en tu familia y lo parezca o no, tienes influencia africana. Los chinos, que llegaron en oleada a partir de 1847 para sustituir a los esclavos africanos —al prohibirse la trata, en solo 40 años entraron al país 150.000 culís (emigrantes chinos), el 10% de la población cubana de entonces—, además de huellas como los ojos rasgados y el pelo lacio en muchos mulatos y blancos, dejaron también en la isla la sabiduría de cómo curar con hierbas y el gusto por la apuesta y la lotería clandestina, además de su estética de dragones de fuego y mariposas incendiadas. Sobradamente estudiado está también el papel de la “madre patria” y los gallegos. En Cuba, todos los españoles y sus descendientes son “gallegos” por definición.
 
Pero mucho menos ha sido investigada la pervivencia y herencia legada por los habitantes originarios de estas tierras, los indios taínos, siboneyes y guanajatabeyes, de quienes apenas se comentan tópicos como que dejaron alimentos como la malanga y la yuca, numerosas voces y toponímicos y el humo hechicero del tabaco para comunicarse con sus dioses. Poco más. El etnólogo cubano Fernando Ortiz, la mayor autoridad en estos temas, escribió en 1945 un ensayo titulado Los factores humanos de la cubanidad, en el que explicó del modo siguiente lo ocurrido tras la llegada a la isla de los españoles a principios del siglo XVI. “Fueron dos mundos que recíprocamente se descubrieron y entrechocaron. El impacto de las dos culturas fue terrible. Una de ellas pereció, como fulminada. Los indios se extinguieron. Se decía hace poco que aún quedaban algunos, aunque mestizados, por las sierras de Santiago y de Pinar del Río; pero nada científicamente puede asegurarse…”.
 
Uno se da cuenta de que la huella indígena en Cuba nunca desapareció. Pero no se trata solo del fenotipo. Quizás lo más sorprendente y emocionante del proyecto Cuba Indígena son sus resultados científicos
 
Por investigaciones arqueológicas y fuentes históricas se ha estimado que en 1510, cuando desembarcó en Baracoa Diego de Velázquez para comenzar la conquista-colonización, el número total de indígenas cubanos era de 112.000, y más de la mitad residían en la zona oriental del país. Las enfermedades traídas por los europeos, las matanzas indiscriminadas en los primeros años, la pésima alimentación y los rudos trabajos a los que fueron sometidos, o incluso los suicidios, entre otras causas, hicieron que en 1570 quedaran solo 3.000 de aquellos pobladores originarios, la mayoría mujeres indígenas, que “debieron ser acaparadas por los inmigrantes españoles, hombres en su absoluta mayoría”, según el gran historiador y arqueólogo cubano Manuel Rivero de la Calle.
 
Cuba es como un ajiaco
 
Dice Fernando Ortiz en su ensayo que Cuba es como un ajiaco, el guiso criollo por excelencia. Este plato primitivo de la cocina cavernaria consistía “en una cazuela con agua hirviendo sobre el hogar, a la cual se le echaban las hortalizas, hierbas y raíces que la mujer cultivaba y tenía en su conuco según las estaciones, así como las carnes de toda clase de alimañas, cuadrúpedos, aves, reptiles, peces y mariscos que el hombre conseguía en sus correrías predatorias por los montes y la costa”, explicaba. Todo se cocinaba junto “y todo se sazonaba con fuertes dosis de ají, las cuales encubrían todos los sinsabores bajo el excitante supremo de su picor”, y “de esa olla”, decía Ortiz, “se sacaba cada vez lo que entonces se quería comer; lo sobrante allí quedaba para la comida venidera. Al día siguiente el ajiaco despertaba a una nueva cocción; se le añadía agua, se le echaban otras viandas y animaluchos y se hervía de nuevo con más ají. Y así, día tras día, la cazuela sin limpiar, con su fondo lleno de sustancias”.
 
El ajiaco no es otra cosa que el mestizaje, sin duda el rasgo que mejor define la nacionalidad cubana y el carácter de sus gentes, pero en ese guiso heterodoxo lo indígena siempre quedó relegado en la mayoría de los estudios, pues se consideraba una verdad establecida que lo indio fue barrido absolutamente del mapa. Así se explica hasta ahora en las escuelas.
 
Hace 12 años aproximadamente, Alejandro Hartmann, el historiador de Baracoa (la primera villa oriental fundada en Cuba por Diego de Velázquez en el verano de 1511) comentaba apasionadamente que la “extinción absoluta” de lo indígena era un mito falso y que en las montañas de Guantánamo y otros lugares había comunidades indígenas que se habían preservado y mantenido vivas sus tradiciones y su cultura. Hartmann no solo lo aseguraba, sino que iba por la ciudad y en cada esquina paraba a algunos de sus habitantes. “Mira, este es un Rojas, observa los rasgos indios que tiene”, decía al visitante. Cada vez que llegaba a Baracoa una delegación o un viajero importante, Hartmann defendía con vehemencia sus argumentos e hipótesis, como si le fuera la vida en ello, y desde mucho antes comenzó a aunar voluntades y recabar esfuerzos para hacer una investigación “como Dios manda” sobre el tema.
 
La huella indígena en Cuba nunca desapareció
“Mi padre me llevaba de niño por el río Toa y recuerdo que me impresionó conocer a aquellas personas de piel cobriza, ojos achinados, pómulos salientes, que después supe que eran de las familias Ramírez, Rojas, Romero… A partir de aquellas primeras experiencias que despertaron en mí la curiosidad, tuve el privilegio de conocer y poder trabajar años después con el gran etnólogo Rivero de la Calle, que había hecho importantes estudios en algunas de esas comunidades indígenas”, cuenta Hartmann, que, junto al antropólogo e investigador cubanoamericano José Barreiro, se dio a la tarea de reunir información sobre el mito de la extinción de los indios cubanos durante dos décadas.
 
Hace seis o siete años, después de inocular el bichito de la curiosidad a otro grupo de investigadores, científicos y fotógrafos, Hartmann apadrinó “Cuba Indígena”, un proyecto a medio camino entre el arte y la ciencia que se plasmará en dos libros, una gran exposición y un documental, cuyo objetivo es arrojar algo de luz sobre este controvertido asunto y responder preguntas como: ¿Qué de cada cubano procede de su pasado indígena? ¿Cuánta información genética logró preservarse de guanajatabeyes, siboneyes y taínos, pese a su rápida desaparición? ¿Es cierto que el rastro es mínimo, prácticamente inexistente?
 
Luego de seis expediciones al oriente de Cuba, del análisis de cerca de 1.100 pruebas de ADN y miles de fotografías y de cinco años de de trabajo de campo e indagaciones en comunidades aisladas, y de búsquedas en múltiples archivos de España y Cuba, el primer libro acaba de salir publicado bajo el título Cuba indígena hoy: sus rostros y ADN. Solamente con ver las imágenes capturadas por el fotógrafo español Héctor Garrido y el cubano Julio Larramendi en localidades como La Ranchería, Bella Pluma, La Escondida o Caridad de los Indios, lugares donde se supone que se refugiaron pequeños reductos de indios cubanos que sobrevivieron a la barbarie de la colonización, uno se da cuenta de que la huella indígena en Cuba nunca desapareció. Pero no se trata sólo del fenotipo. Quizás lo más sorprendente y emocionante del proyecto Cuba Indígena son sus resultados científicos.
 
Resultados científicos que obligan a reinterpretar la historia
La responsable de llevar a cabo el estudio fue Beatriz Marcheco, directora del Instituto de Genética Médica de Cuba, un peso pesado en la materia. Su equipo realizó mil pruebas de ADN en todas las provincias del país para caracterizar las proporciones de la mezcla étnica de genoma a nivel nacional. Se tomaron cerca de 100 muestras en pequeñas comunidades del oriente cubano donde residen 27 familias a las que tenía identificadas Hartmann, en su mayoría de apellidos Rojas y Ramírez. De estas pruebas, 74 resultaron válidas. El ADN reveló que mientras a nivel nacional el porcentaje de genes de origen amerindio era del 8% (frente al 71% europeo), en este grupo era cercano al 20% (45,7% de su información genética procedía de ancestros europeos, 25,4% de africanos y 8,6% de origen asiático). En un caso, el del cacique Francisco Ramírez Rojas, de La Ranchería, el rastro amerindio era del 37,7%, (35,5% europeo, 15,9% africano y 11% asiático).A sus 87 años, Panchito, que así le llama todo el mundo en su comunidad, rompe a llorar cuando al presentarse el libro recibe el certificado genético que acredita su ascendencia. “Estoy muy emocionado. Se confirma lo que siempre me contaba mi abuelo: que pese a lo todo el mundo decía, somos descendientes de indios taínos. Todos nosotros estamos muy orgullosos de serlo”.
 
Junto a estos resultados, que a juicio de Hartmann obligan a reinterpretar la historia, indigenistas como Barreiro y el sociólogo Enrique Gómez, recogieron testimonios de cómo en estos lugares se conservaron tradiciones indígenas autóctonas, como las curas del rastro, del sapo y el sobado y otros ritos de sanación, el cultivo utilizando la coa (un palo al que se saca punta por un extremo y se utiliza para horadar la tierra en la siembra) o la ceremonia del tabaco para adorar al sol y a la Madre Tierra (“el humo es el encargado de llevar el mensaje de la plegaria al mundo espiritual y, al mismo tiempo, alejar todo lo malo del lugar”, explica Hartmann). Como parte de la investigación, todo el equipo que participó en el estudio se sometió también a la prueba del ADN, y hubo sorpresas.
 
Garrido, andaluz de nacimiento, cuenta que durante los cinco años que trabajó en el proyecto en estas comunidades del oriente cubano siempre escuchó una frase que le fascinaba: el indio llama al indio. “Es esa capacidad o ese comportamiento grupal de siempre encontrarse, buscarse, reunirse y ayudarse. Una de las grandes enseñanzas de convivir con ellos es darse cuenta de la importancia de la vida en comunidad, todos se ayudan los unos a los otros. En la montaña cuando se mata un puerco se mata para toda la comunidad, nadie tiene la propiedad absoluta y única del alimento, de la comida, y no puede ser de otra manera, porque al no haber electricidad constante en muchos de los sitios no hay forma de congelar y dejar esa carne para otro momento, tiene que ser consumida de inmediato”, asegura este fotógrafo, que durante años trabajó en la Estación Biológica de Doñana, adscrita al Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
 
Cuando Garrido empezó en la investigación se preguntaba qué hacía él, “el único extranjero, liderando un proyecto de este tipo, de cubanos y para cubanos”. Todo cobró sentido cuando Marcheco le entregó los resultados de su prueba de ADN. “La sorpresa fue que tengo en mi ADN un ancestro indio arahuaco cubano, concretamente una mujer que hace unas 12 generaciones tuvo descendencia con un español, y de esa descendencia procedo yo”. Garrido lo cuenta y se emociona. “El indio llama al indio”, dice, orgulloso de haber contribuido a demostrar que “la huella de aquellos habitantes de la Cuba anterior a Colón nunca desapareció”.
 


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